Durante la pandemia viral pudimos darnos cuenta de que las ciudades pueden ser más limpias, tener aire más puro y calles menos ruidosas. Ahora, a medida que avanza el desconfinamiento, los niveles de contaminación vuelven a ser como los de antes y a fin de año descubriremos que las partículas de CO2 en la atmósfera no disminuyeron como tampoco se detuvo el incremento de la temperatura global del planeta. A esto mismo lo constata en su informe del mes de septiembre la ONU y la Organización Meteorológica Mundial.
Desde nuestro punto de vista, la civilización industrial entró en un proceso irreversible de contracción y término. La crisis climática, en un primer momento, generará escasez en los bienes comunes. Después llegará un período de supervivencia en el cual tendrá lugar la desarticulación de los ecosistemas que no pudieron adaptarse al nuevo equilibrio alcanzado por la naturaleza. Esta situación al mismo tiempo implicará el surgimiento de otros ecosistemas correspondientes a la nueva realidad climática.
En gran parte dependerá de nosotros que exista o no una regeneración de ecosistemas con una nueva civilización. Como ya hemos afirmado en otros artículos, más de cien veces a lo largo de la historia humana una civilización ha llegado a su término para dar lugar a otra. La que podrá terminarse es la actual civilización –construida por los seres humanos- y no el planeta que alberga a la naturaleza. El planeta, a pesar del holocausto biológico y climático al que lo estamos sometiendo, sobrevivirá y seguirá manteniendo la vida en la Tierra.
Entonces, en este contexto, más que hablar de una movilidad sustentable que correspondería a un mundo en expansión y que trata de perfeccionarse, habría que hablar de una movilidad resiliente en un mundo que está, justamente, en un proceso contrario, es decir, de contracción. La movilidad resiliente permitiría “suavizar” el brusco golpe contractivo que ya comienza a vivir nuestra civilización con el objetivo de tener la oportunidad de construir las bases de una nueva y facilitar la supervivencia.
Al mismo tiempo, la movilidad resiliente debería satisfacer las necesidades de una población que tendrá en el futuro crecientes dificultades para el desplazamiento tanto de personas como de mercancías. También tendría que contemplar el uso de la energía cinética humana y de otras formas de energía de seres vivos para alcanzar una total autonomía de los sistemas centralizados.
De esta forma, la movilidad resiliente en una sociedad como la nuestra podrá tener lugar a partir de la existencia de un transporte público basado en energías renovables y de bicicletas funcionando por medio de la energía animal humana.
Cuando colapsa una estructura o una sociedad baja su nivel de complejidad y la cantidad de energía para sostenerla. El reemplazo de las energías fósiles por energías renovables solo será posible producto de la disminución del uso mismo de la energía. Entonces, en el futuro tendremos que vivir mejor con mucha menos energía disponible.
Es una ilusión creer que tenemos todo el tiempo del mundo para generar este reemplazo. La propia ONU fijó como umbral máximo los 1,5 grados de aumento de la temperatura para el año 2030. En la actualidad, en Chile existe un parque automotriz movido a energía fósil de 5,5 millones de vehículos y los movidos a energía eléctrica no alcanzan las mil unidades, es decir, tenemos un coeficiente de reemplazo prácticamente insignificante: del 0,00018 por ciento.
Resulta demagógico promover en un país subdesarrollado como el nuestro el reemplazo masivo y en un corto plazo de nuestro parque automotriz particular. El auto eléctrico individual se convertirá en un motivo de profundización de las desigualdades sociales y no en una pieza clave para enfrentar la crisis climática.
Lo que necesita nuestra sociedad y el mundo en general es eliminar el uso del automóvil individual ya sea con energías fósiles o con energías eléctricas. Para reemplazarlo será necesario estimular la energía de las bicicletas -la energía cinética humana- la cual debería ser reconocida en la Nueva Constitución como una energía renovable más junto con la solar y la eólica. Esto será fundamental para visibilizarla y que goce de reconocimiento. También para dar cuenta de la preocupación y el interés que tiene la ciudadanía por incluir otras fuentes de energías renovables no convencionales como también la mareomotriz.
Por Manuel Baquedano
Pte. Instituto Ecología Política