Por Leopoldo Lavín Mujica
Si en un momento de fatalismo incorporado nos preguntamos cómo puede ser tanta la complacencia pasiva con un genocidio organizado, que ocurre como un espectáculo mediático de la irracionalidad de la historia humana, por lo mismo, las movilizaciones en las universidades norteamericanas contra Israel y su guerra en Gaza, que se extienden como reguero de pólvora desde hace dos semanas, fueron una sorpresa mundial.
Cabe decirlo, una cosa sería la respuesta proporcionada de Israel al ataque de Hamas y a la toma de rehenes –llámesele terrorista o no– y otra es la estrategia de exterminio del pueblo palestino acorralado, en medio de bombas, con una hambruna programada y sin agua potable en Gaza; objetivo final en el que se incluyen los ataques incesantes de colonos judíos apoyados por el ejército israelí en Cisjordania.
Es esta estrategia, que cuenta con el silencio cómplice de Estados, de impedir por el exterminio el surgimiento de un Estado palestino, que las movilizaciones estudiantiles dejan al descubierto.
La fuerza de un movimiento que acaba de iniciarse en Francia con la ocupación de la prestigiosa Siences Po (una de las tres grandes facultades del sistema educativo que provee en cuadros a la alta función pública del Estado francés) por estudiantes provenientes de las clases medias profesionales que denuncian el silencio del gobierno de Macron ante el genocidio palestino, con consignas tales como “No es guerra, es genocidio”, y que exigen el cese al fuego, la liberación de los rehenes y la Paz, surge en un contexto de elecciones al Parlamento Europeo y de arremetidas contra el partido de izquierda La France insoumise, cuyo líder Jean-Luc Mélenchon, clama por el cese del fuego.
Pero el hecho inesperado es que las primeras ocupaciones con carpas y manifestaciones recurrentes de estudiantes en los campus surgieron al otro lado del Atlántico: en las más prestigiosas universidades estadounidenses de la Yvy League (como Harvard, Yale, Princeton, Columbia).
El movimiento está impactando a la opinión pública norteamericana pues no solo interviene en la previa de la elección presidencial, sino que es un hecho político de proyecciones imprevisibles.
El temor que las movilizaciones sigan mostrando la fuerza de despliegue actual genera estupor en elites de los dos partidos gubernamentales. Además de llamados a la mano dura y virulentas declaraciones a reprimir el movimiento estudiantil.
Estas últimas vienen de los republicanos de Trump, quienes durante su reciente gobierno instalaron la Embajada de los EEUU en Jerusalén, gesto político que denota un claro apoyo a las políticas expansionistas del Estado de Israel condenadas por la Naciones Unidas.
El movimiento universitario norteamericano de por sí deja mal parada a la administración de Joseph Biden: pese a la retórica de las “líneas rojas”, el apoyo indefectible de la administración Demócrata al gobierno de extrema derecha de Netanyahu salta a la vista.
El argumento esgrimido por los estudiantes de que es gracias a la cantidad astronómica suministrada en armamento, a las inversiones de los grandes fondos de capitales en Israel y al lobby de los fabricantes de armas en el Congreso de EEUU, que Israel mantiene una guerra de exterminación contra un pueblo, no resiste objeción. Los grandes medios como el New York Times se han visto obligados a cubrir el movimiento, ya que ignorarlo sería contraproducente.
En la Universidad de Columbia (Manhattan), los estudiantes exigen medidas bien concretas, como por ejemplo: “Que la universidad abandone sus inversiones directas en empresas que hacen negocios en o con Israel, incluidas Amazon y Google, que forman parte de un contrato de computación en la nube de 1.200 millones de dólares con el gobierno de Israel; Microsoft, cuyos servicios son utilizados por el Ministerio de Defensa y la administración civil israelí; y contratistas de defensa que se benefician de la guerra, como Lockheed Martin, que el martes informó que sus ganancias aumentaron un 14%”, informa el NYT citando a voceros del movimiento en Columbia.
Las organizaciones estudiantiles acampadas “han llamado la atención sobre la relación entre la crisis climática y la guerra en Gaza. Eso incluye las emisiones de los aviones y tanques que Israel está utilizando para la guerra, así como las generadas por la fabricación y lanzamiento de bombas, artillería y cohetes, sin mencionar la devastación ambiental […] Y la Endowment Justice Coalition de Yale, que lidera la iniciativa para la desinversión (cero inversiones) de los fabricantes de armas, también pide la desinversión en combustibles fósiles”, informa el mismo periódico.
Los casos de represión comienzan a abundar: en la Universidad del Sur de California, en Los Ángeles, después de que los estudiantes instalaran un campamento el miércoles pasado, los agentes de policía de Los Ángeles les ordenaron dispersarse y arrestaron a 93 personas. Sacudida por las protestas, las autoridades universitarias anunciaron el jueves que cancelaría la principal ceremonia de graduación de este año.
Además, en estas movilizaciones actuales también funciona la memoria de las luchas, pues la ola de solidaridad estudiantil con el pueblo de Palestina y contra Israel entronca directamente con lo que fue el poderoso movimiento antiguerra de Vietnam. Este también surgió en los campus universitarios norteamericanos en los 70 y provocó impulsos de solidaridad global (hubieron días de paro universitario a nivel planetario a los que adhirieron las universidades chilenas entre el 68 y el 73. Y antes de Internet).
Y fue en los hogares estadounidenses, con las imágenes de TV mostrando a los soldados (GI) temerosos y a aldeas vietnamitas enteras devoradas por el Napalm lanzado desde aviones de la US Air Force, con la llegada más tarde de los cuerpos de jóvenes soldados en bolsas plásticas negras, que Estados Unidos perdió los corazones de una masa crítica de ciudadanos antes de perder la guerra.
Hoy, son las imágenes del sufrimiento atroz de más de un millón y medio de gazatíes y la cifra de más de 35 mil muertos palestinos (40% de niños) en medio de escombros, víctimas de las bombas producidas por el complejo militar industrial de USA, que hieren las consciencias de la gente decente.
La sociedad estadounidense liberal y progresista tampoco olvida los acontecimientos trágicos de la Universidad de Kent, un 4 de mayo de 1970, donde la Guardia Nacional norteamericana disparó y mató a 4 estudiantes y dejó heridos a 9 que participaban en una manifestación contra la guerra en la que los EEUU serían derrotados de manera humillante en 1975. Eran años tumultuosos en que la sociedad norteamericana entera crujía bajo el peso de una crisis de gobernabilidad. Son hechos que agitan la memoria colectiva.
En 1965, el Comité Coordinador Estudiantil No Violento, Estudiantes por una Sociedad Democrática y el Congreso de Igualdad Racial, celebraron una sentada en la ciudad de Nueva York pidiendo que el Chase Bank dejara de financiar el apartheid en Sudáfrica. A lo largo de las décadas de 1970 y 1980, muchos activistas universitarios también presionaron con éxito a sus escuelas y facultades para que cortaran los vínculos financieros con empresas que apoyaban el régimen del apartheid, incluida la Universidad de Columbia, que se convirtió en la primera universidad de la Ivy League en hacerlo.
La vieja militancia del partido Demócrata debe recordar su participación activa en organizaciones estudiantiles y antiguerra lo que genera problemas en el partido. Incluso algunas figuras clave del Gobierno de Biden como John Kerry, quien de exoficial de marina con las condecoraciones máximas, pasó a ser activista antiguerra y organizador de los “Veteranos de Vietnam Contra la Guerra”.
Este, más tarde, fue senador y candidato presidencial por el Partido Demócrata (2004), y hasta hace poco enviado especial de Joe Biden sobre el clima (dato anecdótico: si el Presidente Boric hubiera conocido un poco de política interior de USA no hubiera generado un incómodo momento con su error al desconocer la presencia del conocido político en el encuentro sobre los océanos en La Cumbre de las Américas en Los Ángeles en julio del 2022).
Las encuestas dicen mucho. 40% de la juventud judía norteamericana desaprueba el tipo de sionismo que profesa Israel; el judaísmo profesado por esta franja generacional se inscribe en una postura universalista que condena las posturas supremacistas raciales de miembros del gabinete de Netanyahu.
En el pasado mes de marzo 2023, “grupos judíos estadounidenses como el de ‘Voces judías por la Paz’ se opusieron a la visita a Estados Unidos de un miembro del Gobierno de Netanyahu, señalando que había llamado públicamente a la destrucción completa del pueblo palestino de Houwara, lo cual es un crimen de guerra, mientras que colonos judíos habían quemado decenas de casas palestinas”, informó el diario La Presse de Montreal.
El profesor de historia emérito en la Universidad de Montreal, Yakob Rabkin, ve en la creciente presencia de extremistas en el gobierno israelí la encarnación de una tendencia profunda: “La sociedad israelí ha estado virando hacia la derecha durante décadas”, señala el historiador.
Si bien Rabkin reconoce que las opiniones defendidas por estos políticos son impactantes, considera que deben ser contextualizadas: “No solo está relacionado con las personas, es estructural. El Estado de Israel se construye sobre un nacionalismo étnico exclusivo en un territorio habitado por pueblos indígenas (árabes). Esto conduce a graves problemas. Y ha estado presente desde la creación de Israel. La diferencia con los políticos de extrema derecha es que dicen abiertamente lo que quieren hacer, en lugar de disfrazarlo como muchos gobiernos israelíes anteriores”.
En medio de las movilizaciones, la reconocida politóloga y ensayista canadiense de origen judío Naomi Klein, famosa por sus libros “No Logo” y “La Estrategia del Shock”, acaba de referirse al Sionismo como un “falso ídolo” en una columna en el diario británico The Guardian: “Hoy, este falso ídolo justifica el bombardeo de todas las universidades de Gaza; la destrucción de innumerables escuelas, de archivos, de imprentas; el asesinato de cientos de académicos, periodistas, poetas: esto es lo que los palestinos llaman escolasticidio, el asesinato de los medios de educación”. (*)
Se impone una conclusión. Las jóvenes generaciones de estudiantes estadounidenses, canadienses y franceses no ignoran la importancia de las movilizaciones para generar debates nacionales y mundiales.
Esta actividad intelectual y organizativa de la que los estudiantes chilenos y latinoamericanos están completamente ausentes, es importante. Estudiantes de las universidades McGill y Concordia de Montreal acaban de integrarse al movimiento.
Por Leopoldo Lavín Mujica