No es fácil escoger las palabras este 2020 y en este Chile acostumbrado a vivir entre el mar y la cordillera, como si fuese entre la espada y la pared; y hoy un país vertiginoso, en las calles como este 8 de marzo, que demanda transformaciones radicales y busca crear nuevas formas de organización social, más solidarias, justas y colaborativas. Que busca emanciparse de los modelos patriarcales que nos han llevado a la debacle de la naturaleza, funcionando bajo la premisa de que todo puede ser recurso explotable, y que cualquier “medida” vale la pena para maximizar las ganancias.
Contra este modelo extractivista neoliberal, propio de un pasado colonial que nos pisa los pies, nos levantamos y nos rebelamos pues se nos impuso a sangre y fuego, y ahora se pretende mantener nuevamente mediante la violencia, la mutilación, la tortura y las vejaciones.
Chile será la tumba del neoliberalismo
Lo gritan con heroísmo
Las que allí en la plaza zumban
Ellas al modelo tumban
Con sus cuerpos en la calle
A riesgo de que avasalle
Con su integridad la yuta
¡Son espinas en la lucha!
¡Y no habrá quién las acalle!
Esta transformación radical trae consigo el profundo convencimiento de que la revolución será feminista o no será. No queremos más violencia patriarcal, no queremos más explotación, ni sistemas basados puramente en la competencia y el consumo excesivo.
Estamos ante un momento trascendental, ad portas de un cambio constitucional con paridad, siendo este un momento inédito en el que Chile puede convertirse en el primer país que tenga una Constitución construida igualmente por hombres que por mujeres.
Al mismo tiempo, hemos sido testigos, víctimas y sobrevivientes de la violencia estatal que ha salido de los lugares en que estaba focalizada, como el territorio mapuche, para extenderse por todo el país, reprimiendo a todos y todas quienes se movilizan. A cuatro meses del llamado estallido social, en su último reporte de cifras (18 de febrero 2020), el INDH suma 439 mujeres heridas y 282 niñas, niños y adolescentes; 197 denuncias por violencia sexual y 520 por torturas en comisarías, y un total de 195 querellas presentadas por violencia sexual y 951 querellas por torturas y tratos crueles. La cifra total de heridos asciende a cerca de 4.000, y se contabilizaban 445 heridas oculares y 271 por lacrimógenas.
Hoy, a la memoria sobre nuestras detenidas desaparecidas y ejecutadas políticas del pasado reciente debemos sumar las memorias y nombres de las asesinadas, mutiladas y ultrajadas de este presente. Nombrar a Fabiola Campillay, que resultó con pérdida total de su vista debido al impacto de una bomba lacrimógena, o señalar a Geraldine Alvarado, niña de 15 años, impactada en su frente también por una bomba lacrimógena, el 10 de diciembre recién pasado, es nombrar a Macarena Valdés, a Marta Ugarte, a Michelle Peña, a Diana Arón, Reinalda Pereira, Elizabeth Rekas, Rosa Soliz, Mireya Rodríguez, Sonia Ríos, Julia Retamal, María Ramírez, Ana María Puga, Mireya Pérez, Catalina Gallardo, Mónica Pacheco y tantas más cuyos nombres se hallan inscritos en el Jardín de Rosas y en el Muro de los Nombres de Villa Grimaldi.
Nombrarlas es hacerlas parte de nuestra memoria y hacerlas parte de la historia que construimos en la lucha, haciéndonos visibles todas, rompiendo el cerco de mutismo e invisibilidad a que nos ha sometido la historia oficial, manteniendo y fortaleciendo la lucha y resistencia contra la discriminación y la desigualdad que aún persiste.
Concluyo con una frase de la feminista Silvia Federici, que creo nos alumbra un camino para combatir la violencia de este sistema patriarcal: “La mejor forma de resistencia a la violencia, no es enfrentarla sola, es juntarnos, crear formas de vida y reproducción más colectivas, fortalecer nuestros vínculos y así verdaderamente, crear una red de resistencia que ponga fin a toda esta masacre”.
Por Mariana Zegers Izquierdo
Secretaria del directorio
Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi