La metaignorancia, se sostiene, es desconocer lo que se ignora, es decir, implica una actividad del pensamiento de baja profundidad comprensiva que omite las preguntas relevantes sobre qué comprendemos y sobre qué factores inhiben nuestra comprensión de las cosas. Un ejemplo de lo que es y de lo que no es metaignorancia nos puede ayudar.
Si usted es Licenciado en Química y desde pequeño se ha mostrado interesado en esta ciencia y, la verdad sea dicha, es poco hábil en otras cosas o poco interesado en aprender otros saberes, entonces, podemos decir que sólo sabe de química. Si le piden que haga clases de música, probablemente usted dirá que no acepta porque sabe que no sabe. Es decir, es capaz de reconocer –porque tiene las herramientas éticas y cognitivas para hacerlo- que los saberes con los que cuenta no incluyen los niveles adecuados para enseñar música. Su lema aquí es “pastelero a tus pasteles”.
Es más, usted puede saber porqué no sabe, es decir, tener claros los motivos o argumentos de porqué no sabe o de porqué no desea saber de música. En ese sentido, usted es autorregulado y autoconsciente, en otras palabras es metacognitivo. Y es -hay que aclararlo- ignorante en temas de música, pero no le importa, es su opción. Hasta aquí el ejemplo de lo que no es metaignorancia.
Supongamos ahora que usted es taxista y que es una persona a la que le gusta decir lo que piensa porque valora la libertad de expresión y cree en una sociedad en que unos y otros se respetan. Es un conductor de autos muy cuidadoso y eficiente, de hecho, nunca ha tenido accidentes que lamentar, producto justamente de sus cualidades automovilísticas (esto no es menor, pues, le quedan aún 33 cuotas por pagar). Por su experiencia, puede afirmar que las mujeres manejan peor que los hombres, por lo que cuando se aproxima una mujer al mando de un auto usted se aleja o nunca le quita la vista de encima a ese auto. Su lema es “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Ahora bien, usted probablemente ignora que no existe evidencia ni científica ni racional que señale si los hombres o las mujeres manejan peor. Es más, su denominada “experiencia” oculta una creencia que usted nunca ha pensado, un prejuicio arbitrario e injustificado en contra de las mujeres, pensamiento que lo lleva a actuar de modo discriminador frente a las capacidades de las mujeres al volante. Seguro que si le preguntásemos si es machista, usted dirá que no, nadie quiere serlo. Eso significa que usted no sabe que no sabe de las mujeres, de su valor, de sus derechos, es decir, usted da muestras evidentes de metaignorancia porque ignora sus propias ignorancias.
¿Y qué ignora? Ignora que todos tenemos prejuicios o creencias de sentido común, eso es inevitable; pero ignora sobre todo que dichos prejuicios debemos reconocerlos y develarlos en nosotros y tratar de cambiarlos; que esos prejuicios afectan a los otros en forma a veces brutal y altamente discriminadora. Ignora cómo es que usted llegó a construir esa interpretación en su cabeza; ignora que no existe una única realidad social; que la realidad es subjetiva y multicultural y que la convivencia humana amerita una profunda, permanente y reflexionada responsabilidad ética para estar en y con los otros en un plano auténticamente tolerante y pluralista.
En otras palabras, podemos afirmar que parte de la “buena vida” y de la “buena educación” es el camino personal y colectivo de la reducción de la metaignorancia y del incremento sostenido de la metacognición. !Qué buena y qué mejorada sería la educación chilena si lograse ambos propósitos formativos¡
Pero algo falta. Volvamos al ejemplo de lo que no es metaignorancia, esto de saber que se sabe química y de saber que no se sabe de música. Hemos dicho que esto no es metaignorancia, es seguramente metacognición. Pero es importante señalar que lo contrario de metaignorancia no es sólo metacognición. Porque ésta última no asegura todas las preguntas sobre la construcción social de la realidad en cuanto a que la mera pregunta por lo que se sabe y lo que no se sabe no arrastra consigo el interés ético y político de cuestionamiento de la realidad, de análisis crítico de sus contradicciones, de develamiento de los mecanismos opresivos que la sociedad impone. Entonces, metaignorancia y metacognición no son necesariamente mutuamente excluyentes, pueden tristemente coexistir.
Es más, la metacognición puede conducir a saber mucho, a estar integrado y globalizado, a lograr un Doctorado en Química, a llegar a ser Ministro de Educación, a tener poder, a poder tener lo que se quiera, pero no trae consigo ineludiblemente la actitud emancipatoria y reflexiva de interrogar –con los otros- las relaciones humanas, las instituciones sociales o las prácticas sociales de la sociedad actual.
La metaignorancia y buena parte de la metacognición que se promueven hoy –de tono eficientista y calculador, ésta última- vienen a avalar y reforzar la existencia de una mala educación en cuanto la escuela no promueve el diálogo, ni la reflexión ni la auténtica vida democrática. En consecuencia, la metaignorancia se constituye en el lastre de los pueblos empobrecidos social y culturalmente, así como la metacognición representa el virus del pensamiento oficial de los poderosos, el simulacro del “buen pensar”, ventilado a granel en las reformas educativas tecnocráticas de los últimos años.
Cuando decimos ni metaignorantes ni metacognitivos, sino “bien educados”, decimos que lo central de una educación de calidad es su carácter emancipador y promotor de las transformaciones sociales que una sociedad capitalista y egoísta como la chilena está pidiendo a gritos, tanto para alcanzar la felicidad de los individuos como la felicidad de los pueblos.
Esa es la refrescante voz de muchos de los jóvenes que copan hoy las calles de Santiago de Chile. Los adultos, por su parte, nos movemos entre la metaignorancia y la metacognición, ambas, lamentablemente acopladas al deseo atemorizador de no cambio de los poderosos y opresores. El lema aquí puede ser “cuando el río suena es porque estudiantes emancipados trae”.
La metatarea escolar, en suma, es enorme pero no imposible, ¿qué duda cabe?
Por Domingo Bazán Campos
Pedagogo. Vicerrector Académico Universidad Academia de Humanismo Cristiano