Opinión de Felipe Portales
En esta inédita pandemia que estamos sufriendo lo que está quedando claro es que se visualizan fundamentalmente dos modelos para intentar contenerla. Uno que ha resultado exitoso, el “chino”; y otro que ha resultado trágicamente desastroso: el “italiano”. El primero, basado en medidas muy drásticas e inmediatas de aislamiento social, de suspensión del transporte público y de uso generalizado de mascarillas protectoras. Y el segundo, el “italiano”, basado en esperar el disparo de contagios y muertes para luego tratar de contenerlos, buscando afectar lo menos posible a la economía, y de desaprensión respecto del uso generalizado de mascarillas y de la continuación del transporte público.
Desgraciadamente, nuestro país está siguiendo claramente el modelo italiano, pese a las declaraciones especiosas de que ello no es así. Todas las medidas gubernamentales han sido virtualmente “arrancadas” por la presión social y han ido de atrás del súbito aumento del número de contagiados que colocan a nuestro país como el tercero más afectado de América Latina, de acuerdo al https://www.worldometers.info/coronavirus/#countries.
Sus -al día de ayer- 922 enfermos constituyen el 0,0051% de su población. Solo somos “aventajados” por Panamá, cuyos 443 contagiados representan el 0,0108% de su población; y por Ecuador, cuyos 1.049 enfermos representan el 0.0063% de sus habitantes. De esta manera, Chile está muy por encima del 0,0010% de Brasil (2.247) y del 0,0006% de Argentina (301). Y ni siquiera parecemos tomar conciencia de que los sistemas de salud pública de Italia y de España (que también siguió el mismo camino del país peninsular) son muchísimo mejor y más igualitarios que el nuestro…
Lamentablemente, y pese a la presión de la generalidad de los alcaldes, el Gobierno, con una irresponsabilidad gigantesca, continúa por el camino al abismo. Como lo sostiene el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, “es evidente que si lo que uno quiere es frenar la expansión del contagio, mientras más drástica sea la cuarentena, más eficiente va a ser (…) Lo que estamos viendo es un retardo respecto de realidades inevitables (…) Si uno ve la curva, nosotros estábamos con la misma pendiente con la que habían estado Italia y España hace tres semanas (…) Nuestros cálculos, que coinciden con todos los técnicos de todos los ámbitos, es que si seguimos el mismo curso, si no hacemos algo distinto a lo que hizo Italia y España (…), a mediados de abril tendríamos una cantidad tan importante de enfermos graves que no tendríamos cómo darle cabida en los hospitales” (El Mostrador, 24-3-2020).
Además, como lo señalaron los alcaldes Germán Codina (Puente Alto), Karen Rojo (Antofagasta) y Jorge Sharp (Valparaíso) en entrevista con Matías del Río en TVN el domingo en la noche, nuestro sistema de salud público se encuentra en condiciones patéticas para enfrentar la crisis que se avecina: Gigantesca carencia de test para verificar la enfermedad; largas esperas -sobre todo en provincias- para obtener sus resultados; aguda escasez de camas críticas; ausencia de mascarillas para garantizar el no contagiarse en lugares públicos; etc.
En realidad, es tan malo e injusto nuestro sistema de salud público que ¡en épocas normales! causa trágica (¿y criminalmente?), miles de muertes anuales perfectamente evitables con la introducción de un poco de justicia. De este modo, de acuerdo a informes oficiales del Ministerio de Salud, presentados al Congreso en 2018, se señala que “uno de cada ocho personas que fallecieron durante el primer semestre de 2017 estaba en lista de espera para recibir una atención en el sistema público de salud (…), muriendo 6.320 personas en tal condición”; y que, “durante todo 2016 fallecieron 15.600 pacientes de la lista de espera. Además señaló que si bien no era posible establecerlo de manera certera, al menos en 6.700 casos (sic) podía haber una relación entre la muerte y haber tenido una atención pendiente” (El Mercurio; 17-3-2018).
Se hace por tanto evidente y extremadamente urgente adoptar una medida de cuarentena eficaz como la planteada por el alcalde Codina en dicha entrevista: Una que solo deje funcionando los expendios de alimentos (supermercados y almacenes); farmacias; centros de salud; y los servicios básicos más esenciales como luz, agua, gas, telefonía y policía. Y que, por lo tanto, suspenda el transporte público: Metro y Transantiago. Además, debiesen cerrarse completamente las fronteras aéreas, navales y terrestres para el movimiento de personas. Y que el Estado -en uso de sus facultades económicas extraordinarias- lleve adelante la producción y distribución lo más rápida posible que permita que toda la población use mascarillas en lugares públicos.
Desgraciadamente, dicho cierre de fronteras no se aplicó oportunamente en febrero. El Coronavirus llegó a Chile -como era absolutamente previsible- “por avión”. Pero ciertamente permitiría también ahora eliminar una gran fuente de introducción de nuevos contagiados y -a la vez- de fuentes de nuevos contagios. Por otro lado, el uso generalizado de mascarillas en lugares públicos es un elemento que -como hemos visto por televisión- ha estado presente en China y Corea del Sur. Incluso, al llegar la delegación de médicos chinos a Italia recientemente, una de las cosas que más les escandalizó del “modelo italiano” fue la presencia de gran cantidad de personas sin mascarilla en las calles. También hemos podido ver por televisión cómo en la República Checa se multa a cualquier peatón que ande sin mascarilla con mil euros. Y es importante resaltar que de los países centro-europeos, Chequia tiene una mucho menor proporción de contagiados (0,0130%) que Alemania (0,0399%) y que Austria (0,0599%).
Esperemos que el Gobierno enmiende su rumbo y se dé cuenta a tiempo que la prioridad que -consciente o inconscientemente- le está dando al funcionamiento de la economía respecto de la protección de la vida de los chilenos, debe ser modificada drásticamente por el bien de todos nuestros compatriotas.