No van a faltar los politólogos o analistas que comiencen a disertar acerca de las dos “almas” de la derecha; una conservadora que quiere ser “popular” (o que dice serlo como la UDI) y, una que se autoproclama “nueva” y liberal. Esta última dice haber desarrollado una cierta sensibilidad por problemáticas contemporáneas tales como los derechos del individuo (lo que implica el respeto de los derechos humanos y de género), los derechos de las minorías homosexuales y autóctonas, la destrucción ambiental y la desigualdad en grados extremos en que peligre la paz interna debido al aumento de la conflictividad social.
Ahora bien, en todos los países donde las fuerzas políticas partidarias son laicas, es decir que creen en la estricta separación entre las cuestiones religiosas de las políticas, los llamados temas valóricos y culturales esgrimidos por el ministro Hinzpeter para construir una “nueva” derecha, son parte de los programas de la derechas llamadas “liberales”.
Sólo el último punto plantea problemas serios a las derechas. La razón: no está en ningún programa de las derechas redistribuir la riqueza social, menos aún en un contexto donde los gobiernos de derecha aplican políticas para que la crisis la paguen los trabajadores y se beneficien los ricos.
Así es como las fuerzas que se oponen a esos temas, reivindicaciones, valores o proyectos de leyes señalados por la derecha liberal no son nunca mayoritarias. A lo sumo, como es el caso de las derechas cristianas norteamericanas, son un componente de las derechas ultraliberales en el plano económico y oportunistas en el plano de los derechos o de lo que en Chile se ha dado por llamar lo cultural o lo valórico.
En Chile, la UDI no votará nunca por una ley que le otorgue el derecho a interrumpir el embarazo a las mujeres, que institucionalice como en Argentina el casamiento homosexual y de lesbianas o que permita que éstos declaren abiertamente su condición en las FF.AA.
En las democracias liberales esos derechos, valores y preocupaciones forman parte de la conciencia colectiva y son defendidos por las izquierdas y los progresistas liberales y, conviene decirlo, su codificación en leyes no plantea ningún problema al funcionamiento del orden económico capitalista.
En resumen, fue lo que debió haber dicho el conferencista liberal francés Guy Sorman en la conferencia que le dio a la “crème de la crème” derechista reunida en La Moneda. Cedan en todo, pero no cedan los valores del mercado y de la “libre” empresa.
Ahora bien, si en Chile la derecha ha sido reacia a profesar temas de corte progresista se debe a la marca indeleble de su pasado golpista y oligárquica en su visión política.
Es lo que expresa claramente el diputado UDI Gonzalo Uriarte cuando afirma: “La nueva derecha es la UDI y la inició hace más de 20 años Jaime Guzmán”. En esta frase se expresa el rechazo de la derecha conservadora de fondo ultracatólica a los planteamientos liberales.
Pero no hay que confundirse. Las dos derechas, la nueva y la vieja, profesan el mismo credo neoliberal que estipula que la concentración de la riqueza en pocas manos es la palanca del crecimiento y que el “chorreo” hacia los asalariados se hace de manera natural, sin el concurso del Estado. Pero no sólo las derechas lo dicen, ya que parte importante de las socialdemocracias se convirtieron por conveniencia y confusión al neoliberalismo.
En teoría, las derechas plantean que el consumo y bienestar de las mayorías se debe al enriquecimiento de una minoría social dominante. No lo gritan, ni lo demuestran, pero lo creen. A partir de ahí se atreven a afirmar que son las fuerzas del mercado “libres” y autoreguladas y no las leyes laborales ni la capacidad de negociación colectiva de los asalariados con los empresarios las que deben determinar los salarios y las condiciones de trabajo. Según la ideología del capital, los derechos a la negociación colectiva y las leyes laborales serían factores que distorsionan el precio de la mano de obra en el mercado.
Recordemos que según uno de los teóricos del neoliberalismo como August von Hayek (1899-1992), citado a destajo en el Chile de los ochenta, contrariamente a John Maynard Keynes, sólo el mercado puede ordenar la actividad económica, política y social. Hayek se pronuncia contra la doctrina económica según la cual, para luchar contra la desigualdad generada por la libertad de mercado es necesario implantar un Estado-benefactor que reconozca constitucionalmente los derechos sociales y económicos.
Probablemente lo que no les dijo Sorman a los derechistas chilenos es que los grandes enfrentamientos político-sociales de hoy no tienen mucho que ver con los temas planteados por la nueva derecha sino con el acaparamiento de la riqueza social por una clase de ricos capitalistas y su necesaria y justa distribución. Además, por la colusión entre el dinero y la política (que la prensa dominante sacó de la agenda). Temas que la Concertación tampoco plantea. Y bien sabemos que en Chile la política se encuentra hoy bajo la dominación directa de un rico empresario y de sus acólitos que … ¡oh paradoja! Son los que quieren construir la “nueva” derecha … de cuño liberal que a la postre es lo mismo que neo-liberal.
Para las derechas lo importante es ser gobierno y así poder disponer de las riendas de las políticas económicas que sustenten el desarrollo capitalista de Chile. Con este fin, la derecha piñerista —portavoz directa de los intereses de los grandes grupos económicos nacionales y transnacionales— necesita ese piso que ellos han denominado una “nueva mayoría” o un eje de centro derecha que pise veredas concertacionistas.
¿Y cómo piensan construirla esta nueva mayoría? No hay que ser politólogo para entenderlo: agitando temas y demandas levantados hasta hace poco por la Concertación y por la candidatura de Marco E. Ominami en las pasadas elecciones. ¿Y cómo es posible? Simple. Porque ni la Concertación ni el candidato progresista cuestionaron el núcleo duro del modelo concentrador de la riqueza, generador de desigualdad y fuente de poder económico de las elites enriquecidas en dictadura y en veinte años de gobiernos de la Concertación.
Por Leopoldo Lavín Mujica