Nunca había sido tan evidente el desfase o brecha entre las condiciones favorables para construir una alternativa social y política que propulse en la unidad y la diversidad las demandas de los movimientos sociales y de las mayorías con, al mismo tiempo, la falta de iniciativa política movilizadora para hacerlo.
Cuando los actores sistémicos de un régimen político dan muestra de signos de anquilosamiento evidentes y no están dispuestos a abrir las compuertas de la participación democrática vía las reformas de fondo que se imponen, ni tampoco quieren escuchar a las mayorías, se nota. A las críticas fundadas desde hace años al régimen postdictadura y a su modelo económico se añaden ahora las pruebas del no respeto de tratados y principios internacionales en educación, salud y distribución de la riqueza con miras a combatir la desigualdad. Todo eso lo sabíamos. Tampoco es ninguna novedad que un Gobierno ultraneoliberal como el de Piñera se endurezca en sus posturas.
La crisis de la representación, es decir cuando los gobernados no se reconocen en los poderes y los partidos que los gobiernan desde el Ejecutivo y el Parlamento, es un elemento clave en el estado de ruina de las instituciones políticas del Chile contemporáneo.
La economía «crece» y sus índices macroeconómicos también, según el relato neoliberal, pero no entrega algo vital para el ciudadano: esa tranquilidad de espíritu necesaria para el Bien vivir, puesto que las encuestas muestran que incluso las llamadas “clases medias” viven con el temor a perder su trabajo, al endeudamiento y a caer en la pobreza o en la enfermedad. Dicho de otra manera, es precisamente este dato “duro” que conviene apreciar. Es el que muestra que todas las condiciones están reunidas para que las ideas y la estructura de un nuevo proyecto prenda en una nueva mayoría ciudadana y de asalariados.
Y sólo falta aplicar el arte de la política para lograrlo. Es decir, la reunión de las voluntades colectivas que juntas diseñen en una instancia amplia y abierta un programa o plan y que se den por tarea sumar y articular fuerzas para contrarrestar la fragmentación de fuerzas políticas que el régimen postdictadura neoliberal ha generado como condición de su propia existencia. Es una idea cercana y en nada contrapuesta a la de forjar un Poder Constituyente.
Buscar los modos de sumar movimiento y organización política es la solución para levantar las demandas que el sistema es incapaz de satisfacer. Lo positivo salta a la vista: en seis meses de movilizaciones la madurez, la conciencia crítica y la organización ciudadana se han desarrollado de manera acelerada. Es un dato insoslayable. Repitámoslo. Basta con ver el deslizamiento a la izquierda, a la democracia y al antineoliberalismo de las llamadas “clases medias” asalariadas (*).
Pero para marchar resueltamente en el sentido de la unidad de los de abajo con los y las que se perciben en el “medio”, con el fin de proyectar la alianza social en la escena política e imponer los cambios sustanciales, hay que desembarazarse de ilusiones que matan.
En el documento «Nuestro Compromiso», los políticos de la Concertación dicen no saber qué forma adoptará su coalición en tiempos electorales (ellos sólo piensan en el binominal). Sin embargo, para nadie es un secreto que quieren ser elegidos para seguir dirigiendo y administrando el modelo económico y el sistema político.
Ahora bien, pese a las reiteradas advertencias de comentaristas de nuestra izquierda, durante todos estos años, la elite política concertacionista no hizo absolutamente nada para escuchar el clamor ciudadano y menos para enmendar rumbo. Lo del “progresismo” fue y es una farsa. Es neoliberalismo disfrazado. Lo peor, todavía levantan de presidenciable a Andrés Velasco.
Por lo que no se puede contar con ellos ni con las instituciones actuales para el proyecto transformador que la ciudadanía reclama. Y quienes forjan falsas ilusiones acerca de una alianza con los remanentes concertacionistas para un “Gobierno de Nuevo Tipo”, deberán responder por su irresponsabilidad y falta de audacia.
En efecto, las confesiones de impotencia vienen de los mismos concertacionistas. Ricardo Lagos Jr. acaba de plantearse crítico acerca de la capacidad de M. Bachelet para liderar a los «movimientos que están ocurriendo». Aquél se cuida de agregar que ningún otro político del conglomerado opositor podría hacerlo.
Y si obedecieran la ley de las encuestas, los concertacionistas deberían hacerse honestamente a un lado en vez de creer poder “liderar”. Pero no hay grupo de políticos tradicionales que adopte tal actitud ética ciudadana. La razón es simple. Los trabajos en sociología política demuestran que los políticos no renuncian a su papel de tales porque pese a la crisis de la representación y al menguado apoyo ciudadano, en su función de electos han desarrollado intereses de grupo, comparten privilegios, se cuentan cuentos entre ellos para auto gratificarse y se perciben como imprescindibles.
En resumidas cuentas, el “Foro Democrático” propuesto por la Concertación es una iniciativa de los políticos de los partidos que la componen para controlar desde arriba a los nuevos actores socio-políticos con el objetivo de religitimarse.
¿Podemos confiar en una iniciativa de la que sabemos cuál es el fin político y anticipamos el nefasto resultado?
Las encuestas muestran la desconfianza de la ciudadanía en los políticos de la Concertación para enfrentar a la derecha en el poder. En cuatro oportunidades no tuvieron la voluntad de emprender las reformas en los tres grandes ámbitos anunciados por el socialista Oscar Andrade: “una nueva Constitución, un acuerdo social para terminar con las desigualdades y los abusos; y una nueva definición del desarrollo, que sea más inclusivo.” Siguen con ideas vagas para ser transadas con la derecha en el poder.
Ha llegado el momento en que no basta sólo con protestar ni presentar peticiones a gobiernos cuyos intereses se contraponen a la mayoría de ciudadanos, pese a ser cientos de miles en la calle y en las encuestas que exigen cambios de estructuras. Si bien es importante seguir con la organización y movilización ciudadana, ya es tiempo de ir dando los pasos para crear los mecanismos más democráticos posibles con el fin de levantar un nuevo proyecto político ciudadano. No sólo las condiciones están reunidas; lo más importante es que las demandas o programa también. Hay que comenzar a convocarse para ponerse detrás de las demandas sociales y generar movimiento social en torno a esas demandas democráticas y antineoliberales evidentes.
Por Leopoldo Lavín Mujica
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(*) Según estudios hechos sobre el sector C1, C2 y C3, el 87% apoya las demandas estudiantiles de educación pública y gratuita; 84% considera que la salud debe ser gratuita, financiada con impuestos; 69%, que el aborto terapéutico es un derecho de la mujer; 66%, considera que el cuidado del medio ambiente es más importante que el desarrollo económico. (Fuente, Criteria Research). En el estudio de ésta al Gobierno puede leerse: “La sensación de desamparo de la clase media hace que sus necesidades y obligaciones se experimenten como un gran peso”. En términos marxistas es el temor a proletarizarse o a vivir con su salario –cosa que ya lo hacen— la precariedad de la existencia. En definitiva, ser de clase media es una pura representación cultural y una construcción económica, debido en gran parte al patrón de gustos y consumo.