Como una suerte de fuga hacia adelante, se habla mucho de la post-pandemia cuando estamos en la mitad de la crisis socio-sanitaria y sin ninguna perspectiva de que ésta se acabe pronto. Sin embargo, la idea de post-pandemia también supone ciertos sesgos que al menos son discutibles y que son necesarios de ser analizados de modo de poder orientar las acciones de las personas, los grupos, las comunidades y de quienes toman decisiones políticas y económicas (los que por cierto no se han caracterizado por escuchar mucho a nadie más que a ellos mismos).
En muchos casos, la idea de post-pandemia da cuenta de visiones que suponen o asumen un regreso al estado previo a la crisis socio-sanitaria, algo así como un “regreso a la normalidad”, sin considerar los impactos socio-económicos, psicosociales y de salud mental, en los modos de habitar las ciudades y en las formas de trabajar, impactos que no implican un paréntesis en muchos casos sino probablemente transformaciones de carácter irreversible. El teletrabajo, el teleconsumo, las nuevas normas de distancia/cercanía física y el recrudecimiento del control y la higienización de la vida social son solo algunos ejemplos de estas transformaciones.
En otros casos, se plantea que después de la pandemia habrá que hacer ajustes importantes a nuestros modos de vida, y que muchas de las conductas, normas y formas de interacción social que hemos asumido durante la crisis tendrán que mantenerse de manera de que no se repitan, al menos con la misma magnitud, los problemas sanitarios y económicos de la primera ola del coronavirus. Siendo optimistas, o ingenuos, esto podría llevar a un fortalecimiento del sistema de salud y de las instancias de cuidado, así como de la seguridad social y de políticas públicas en beneficio de la población más expuesta a la precariedad y la pobreza. Incluso podrían fortalecerse y ampliarse medidas relativas al cambio climático. Sin embargo, dado el modo en que el gobierno y en general las élites han enfrentado la crisis, esto es poco probable y es razonable pensar que éstos perseverarán en sus esfuerzos por mantener el orden social neoliberal sin cambios significativos.
Sin embargo, podemos comprender la situación desde otro punto de vista, en el que las distinciones entre el antes y después del coronavirus se diluyen. No porque la pandemia no sea un marcador temporal que va a marcar de manera explicita un cambio de época, sino porque este cambio no produce mayores novedades, sino que más bien refuerza y hace evidentes tendencias ya existentes bajo una nueva organización. La vida a distancia (teletrabajo, teleconsumo), el miedo al otro (en este caso en tanto potencial portador del virus), la higienización de la vida social, el control autoritario del Estado de la mano de las grandes corporaciones, el abuso de poder y las lógicas represivas, la censura y el control de los medios de comunicación, la precariedad del trabajo y de la vida de amplios sectores de la población, son fenómenos previamente existentes que se reorganizan y refuerzan, confirmando así un modo de vida pandémico que ya existía pero que no se había evidenciado en toda su magnitud y brutalidad. En este sentido, muchas de las decisiones y medidas que se tomen ahora tendrán un efecto permanente que lamentablemente parecen llevarnos hacia una sociedad cada vez más autoritaria y desigual.
Pese lo anterior, la pandemic way of life y su reafirmación del neoliberalismo versión siglo 21 no parece estar exenta de fisuras. Al menos en Chile, y sin duda en otros países, la conciencia y rabia acumulada en los movimientos de protesta de los últimos años se ha constituido en un patrimonio colectivo, que sostiene distintos tipos de resistencias que tienen la potencialidad de volver a estallar, tal como sucedió en el levantamiento de octubre del año pasado. La organización pandémica de la sociedad implica una serie de tensiones y problemas sociales que las personas y colectivos humanos no están dispuestos a tolerar, lo cual puede permitir enfrentarse a dicha organización. Sin embargo, la historia reciente de nuestro país nos muestra que dicho enfrentamiento debe ser radical y sin medias tintas, ya que la negociación entre sectores de las élites, la famosa “democracia de los acuerdos” en sus distintas versiones, siempre ha resultado nefasta para los intereses ciudadanos y populares. Tal como hemos aprendido que “solo el pueblo ayuda al pueblo”, solamente el pueblo puede tomar las mejores decisiones para sí mismo. Mal que mal, es probable que lo logremos en este período definirá nuestros modos de vida por mucho tiempo más.
Por Roberto Fernández Droguett