En los años ochenta éramos un grupo del movimiento de mujeres interesadas en “destapar” el grave atropello a los derechos humanos: la violencia de género.
En aquella época, en plena dictadura, salimos varias veces a denunciar este problema a las calles con panfletos y consignas tales como: No más violencia contra la mujer. De vuelta recibíamos el chorro de agua de un carro policial, sus amenazas y atropellos.
Apenas una década después, ya en plena democracia y con la presencia de Sernam, tuvimos la primera ley que tipificó como delito un hecho tan grave como el de correr peligro de vida en el propio hogar, el lugar que debiera ser el más seguro y amoroso. Este hecho ayudó a reforzar las acciones que se venían haciendo para poner en el tapete de lo público lo que se consideraba privado, como un problema familiar en el que nadie podía interferir.
Desde entonces ha habido importantes avances. Se perfeccionó la primera ley, se instauraron programas y campañas de difusión a nivel nacional. Empezaron a funcionar lugares de atención a las mujeres víctimas de violencia de su pareja u otro familiar, pudimos conocer la prevalencia y la dimensión de la población femenina que vivía en peligro y desde entonces, tenemos a los y las policías preocupados de este tema.
Un largo camino ha sido recorrido, pero no por eso la violencia y los femicidios han terminado.
Es preciso ahondar más en el cambio cultural y crear nuevas políticas que ayuden a prevenir que las jóvenes sean maltratadas por su prometido, las niñas por sus padres y las mujeres por sus parejas. Es preciso trabajar con los hombres. Las experiencias de atención a maltratadores ha dado buenos resultados en el país, lamentablemente esto se dejó de lado privilegiando sólo a las víctimas de estos delitos. Sin un trabajo profundo y persistente con los varones no se puede cambiar una relación violenta y menos aún el cambio cultural tan necesario.
Es cierto que las víctimas logran rehacer sus vidas y exigir sus derechos, pero eso no garantiza que el varón cambie su conducta y siga agrediendo a sus hijos e hijas o a su nueva pareja. Debemos esforzarnos para que se instale definitivamente una cultura democrática entre hombres y mujeres, sin jerarquías de género y en procura de una buena calidad de vida sin distinciones.
Hemos logrado en el país crear conciencia que la violencia de género existe. Podemos afirmar que la gran mayoría de los y las ciudadanas saben qué significa y lo condena. Sin embargo, pienso que aún falta un largo camino a recorrer para el real cambio conductual. Solemos ver la violencia en los demás y nos espantamos al conocer estos delitos a través de los medios de comunicación; sin embargo, la persistencia de estos hechos nos muestra que aún no nos estamos viendo a nosotros en la vida cotidiana.
Habremos avanzado cuando el respeto y cuidado por el o la otra se instale no sólo en el hogar sino también en las calles, en los medios de comunicación, en las instituciones, en el trabajo y en las diferencias de opinión.
por Cecilia Moltedo Castaño
Coordinadora proyecto «Mujeres de Chile y Canadá unidas contra la violencia”