Cada día es más común encontrar en nuestro entorno una serie de noticias que son claramente falsas. Es más, podemos decir que es igualmente cada día más común, encontrar noticias falsas que son reproducidas por medios reconocidos, y peor aún, a personas que defienden noticias falsas que se adaptan a sus propios prejuicios, bajo el parámetro de que son verdad porque… deben ser verdad.
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Estas olimpiadas nos han dado infinidad de ejemplos al respecto. En la inauguración, un performance que, a nivel personal, me pareció simplemente feo, se volvió el centro de una discusión enconada en las redes sociales, de manera bastante gratuita. Por un lado, varios medios de comunicación -y personas a partir de ello- reproducían la idea de que éste se burlaba una supuesta “última cena” histórica de Jesús y sus discípulos, algo que no sólo es falso, sino que simplemente no puede ser real, porque de haber pasado, no hay registros históricos de sus características. Esto se pasaba a segundo plano, sin embargo, cuando se asumía una identidad absoluta entre el cuadro “La última cena” de Leonardo Da Vinci y ese evento histórico. Muchas personas insistieron que se trataba de una reproducción de este cuadro, algo que no es cierto. En realidad se trata de “La fiesta de los dioses” de Jan van Bijler, un artista bastante secundario si lo comparamos con Da Vinci, que -esto es importante- pintó la obra como una representación con deidades romanas y griegas parodiando al cuadro de Da Vinci.
Si se hablara con honestidad, todas las personas que insistieron que era una burla para la “civilización cristiana” deberían haber por lo menos, hecho esta aclaración. Pero en realidad, los grandes medios no sólo no lo hicieron, sino que activamente la deslegitimaron como si se tratara de algo totalmente irrelevante. Por otra parte, si quienes se asumen como “antireligiosos” hubieran tenido igualmente la intención de ser honestos, habrían reconocido el vínculo entre ambas pinturas, y por lo tanto, entre el performance y el cuadro de Da Vinci.
Pensar de esta manera las cosas, habría quizá abierto la posibilidad a una visión crítica sobre la cuestión. Comenzando por la idea de que no existe nada de errado, ni moral ni ideológica, ni mucho menos legal, en hacer una parodia sobre los presupuestos de religión alguna. Que no se trata, nunca, de una “falta de respeto”, pues una fe madura, jamás podría sentirse amenazada por este tipo de acciones. Y en segundo lugar, para hablar sobre los límites de la crítica, las formas en que la opinión ajena no vulnera las opiniones propias, si no es bajo ciertos presupuestos específicos, en que el poder es la pieza fundamental.
A lo largo de los siguientes días, continuamos viendo intentos de crear este tipo de desinformación, que se cristalizaron en el boxeo femenino. En el combate entre la italiana Angelina Carini y la argelina Imane Khelif apenas en la primera ronda clasificatoria de menos de 66 kilos, inició una discusión sobre la supuesta transexualidad de la argelina, impulsada por los comentarios de Carini, quien se rindió a los 46 segundos, asegurando que nunca había sido golpeada tan fuerte por nadie.
Estas declaraciones, así como la negativa a saludar a su oponente, se vieron impulsadas por una reacción orquestada por parte de la derecha del país europeo, que se reprodujo a nivel local en todo el mundo. Supuestamente como un debate sobre la posibilidad de que las mujeres trans participaran con sus pares cisgénero, lo mismos grupos feministas de derecha (aunque pocos se reconocen a sí mismos como tales), que asociaciones “masculinistas” y abiertamente conservadoras, atacaron de toda forma posible a la argelina.
Poco ha importado, en este sentido que no exista congruencia entre la realidad y los dichos de los medios. Después de todo, Khelif viene de un país musulmán con una fuerte tendencia conservadora, donde no ya digamos la reasignación de sexo, sino incluso la homosexualidad o bien, los patrones sexo-divergentes están legalmente prohibidos. Esto no importa: para quienes gustan de mentir y utilizar los medios para ello, la boxeadora ha sido a) hombre; b) mujer transexual; c) mujer “xy”; d) portadora de un síndrome genético (escojan el que gusten, después de todo, quien lo menciona pocas veces sabe de que habla) y finalmente, d) “mujer con mucha testosterona”. Bajo cada uno de estos argumentos, su triunfo no sólo es injusto, sino que debería ser prohibido y ella castigada.
Al mismo tiempo, se ha realizado en las redes sociales una supuestamente profunda discusión sobre asuntos que no tienen importancia en el caso concreto, o bien, que asumen una postura totalmente irrelevante al tema. Desde aquellas personas que asumen que si alguien “se ve como hombre” entonces “no debe competir contra mujeres” (como Kant, cuando decía que la mujer era “lo bello” y el hombre “lo sublime” y que nuestro trabajo era “cuidar de ellas, que no pueden hacerlo”), hasta las personas que supuestamente basándose en sus conocimientos, aseguran que no es lo mismo un “deporte de contacto” que cualquier otro” (como si esto, que es una verdad de Perogrullo, dijera algo sobre el tema).
Cualquier persona que gaste tres minutos en leer elementos verificables sobre el tema, puede percatarse de que no hay ningún tipo de prueba, fuera del prejuicio contra una mujer que estéticamente no les gusta, de que Khelif sea un hombre, o bien tenga una variación genética o incluso, una enfermedad hormonal. Se trata simplemente, del prejuicio estético aderezado en la mediocridad de la vida propia que encuentra en notas al azar de periódicos semiclandestinos (aunque a veces reproducidos acríticamente por otros, con cierto prestigio).
Algunas personas intentan, en una vuelta más de tuerca, insistir en que el tema no es propiamente, sobre la boxeadora argelina, sino sobre la inclusión de las y los deportistas transexuales en los juegos olímpicos. Este argumento, como puede verse, carece totalmente de honestidad, como se ve a la primera respuesta tajante que reciben siempre. Se trata de argumentos dignos de una medalla de oro, en el salto triple de argumentación lógica, con mención especial, en racismo
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