La superficialidad con que la tecnología es entendida como proceso humano ha llevado a pensar que esta se reduce al uso de los computadores. Detrás de ello está el discurso neoliberal de medir la calidad (¡qué contradicción!), y consecuentemente se arma una prueba estandarizada, el SIMCE de Tecnologías de Información y Comunicación (TICs) para ver si los estudiantes son “competentes” en este tema. Como era de esperar, los resultados han provocado que se reaccione con urgencia para subir las competencias de los estudiantes. El problema es que se han olvidado de la tecnología, y parecen más preocupados de la “computarización” de la futura mano de obra, que de otra cosa.
La tecnología puede entenderse como el producto intencional de la modificación del ambiente. Esa modificación puede ser un producto material, por ejemplo, una cuchara; o uno más abstracto, por ejemplo, el procedimiento para podar un árbol. La intencionalidad detrás de la tecnología también varía. Puede haber tecnología con sentido de utilidad o con un sentido más expresivo de la emocionalidad. A su vez, las tecnologías pueden ser complejas o simples, y se retroalimentan constructivamente a medida que los humanos y humanas interactuamos con ellas. Por ello es que una cuchara puede ser usada como un destapador de botellas que, por cierto, es otro producto tecnológico. Lo central en la comprensión de los procesos tecnológicos es la demanda por solucionar un problema o expresar pensamientos o sentimientos. Desde mi perspectiva, las dos tecnologías más influyentes en la historia humana son las armas y la escritura.
Al depender de la intencionalidad, el uso constructivo de las tecnologías depende del contexto en el que se usan. El proceso socio-cognitivo de resolver problemas es el que requiere la creación de nuevas modificaciones al ambiente, la creación de tecnologías. Por lo tanto, los humanos y humanas aprendemos de las tecnologías y al mismo tiempo estamos creándolas constantemente cuando nos enfrentamos al mundo. Al ser un proceso situado, es difícil definir si una persona es más o menos apta para usar la tecnología (en genérico). Lo que sí se puede decir es que, con un proceso apropiado de involucramiento con un problema, cualquier persona puede manejar cierta tecnología. El punto está en la intencionalidad de resolver el problema, no en el uso de tal o cual tecnología. Por lo tanto, la pedagogía de la tecnología debiese centrarse en el uso del conocimiento para resolver problemas que requieran modificaciones del ambiente. Reducir la tecnología al uso del computador para obtener información es simplemente despreciar los procesos educativos y constructivos que dan lugar a la tecnología.
Las “competencia”, concepto tan de moda entre los economistas de la educación, no pueden medir ni intencionalidad, ni emotividad. Con mucha generosidad podrían medir exigencias básicas del empresariado, pero eso no es ninguna indicación de competencia tecnológica. El uso de las tecnologías no puede ser impuesto si es que no hay un problema que resolver. Y allí es donde se cae el discurso del SIMCE TICs. Todo indica que esta prueba, como muchas otras, es otro recurso discursivo para despreciar el conocimiento que no se condice con lo que esperan los academicistas de la tecnocracia educativa. Hay que seguir resistiendo.
Por Iván Salinas Barrios (@ivansalinasb)
Químico y candidato a Doctor en Enseñanza y Educación de Profesores, Universidad de Arizona, EEUU