Hubo un presidente de los EEUU al que los historiadores recuerdan por su exuberante personalidad de ‘cowboy’, su masculinidad, un fervoroso nacionalismo y su capacidad de liderazgo. Se llamó Theodore Roosevelt y en contra de las apariencias fue un niño enfermizo y débil que sufría asma y casi no salía de su casa.
Como presidente de EEUU (1901-1909), Roosevelt apoyó la separación de Panamá de Colombia en 1903 (cuyos territorios estaban unidos desde 1822), para asegurar la concesión para construir un canal interoceánico, estableció la base militar de Guantánamo en Cuba en 1903, país en el que había intervenido ya en 1899, envió soldados a Santo Domingo, República Dominicana, en 1904 y volvió a ocupar Cuba entre 1906 y 1909.
Theodore Roosevelt instauró lo que se conoce como el ‘corolario a la Doctrina Monroe‘, que estableció derechos casi coloniales sobre América Latina. En efecto, el Corolario considera que cualquier país que ponga en peligro los intereses de los ciudadanos estadounidenses o de sus empresas, podía ser intervenido militarmente.
El corolario fue defendido por Roosevelt ante el Congreso en el discurso del 6 de diciembre de 1904, cuando Inglaterra, Alemania e Italia amenazaban con un bloqueo naval a Venezuela para cobrar una deuda que mantenía el país. Esta política de intervención en su patio trasero fue denominada ‘Big Stick‘ o Gran Garrote y llevó a EEUU, en la década siguiente, a intervenir militarmente en Nicaragua entre 1912 y 1933, en Panamá desde 1908, en México desde 1914, a ocupar República Dominicana entre 1916 y 1924 y Haití desde 1915 hasta 1934.
La lista de intervenciones militares y diplomáticas es muy larga. Las acciones militares estuvieron focalizadas en el Caribe, Centroamérica y México, mientras que en Sudamérica las principales estrategias fueron acciones desestabilizadoras encubiertas, presiones diplomáticas y económicas.
Antes de iniciar su gira por la región, que lo llevó a México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, Tillerson defendió en un discurso en la Universidad de Texas, en Austin, que el presidente Maduro se retire a una playa en Cuba»donde estoy seguro que tiene algunos amigos».
No es habitual, como señala el medio alemán Deutsche Welle, que un alto cargo de los EEUU defienda abiertamente un golpe de Estado, o una invasión militar como hizo el presidente Donald Trump días antes.
La escalada de la Casa Blanca sobre la región tiene, sin embargo, unas cuantas diferencias respecto al Gran Garrote que utilizó la potencia en sus relaciones con América Latina un siglo atrás.
La primera es que a comienzos del siglo XX, los EEUU eran la potencia ascendente que disputaba con los europeos su predominio en la región, particularmente en el Caribe. Era la primera potencia económica que dos décadas atrás había desplazado a Inglaterra de ese sitial, se sentía triunfante y avasalladora. Ahora es un país en declive que no logra diseñar una política externa coherente y consensuada entre los principales partidos. La impresión para muchos gobiernos y partidos en la región es que la política de Washington es oscilante y poco confiable.
La segunda es que la diplomacia estadounidense genera más rechazos que apoyos. En un momento en el que la región se vuelca hacia la derecha, Tillerson no parece comprender las razones de fondo por las cuales los nuevos gobernantes, como Mauricio Macri, mantienen sus alianzas con China y Rusia, como lo demostró recientemente el presidente argentino en su visita a Moscú.
Ninguno de los países latinoamericanos puede prescindir de sus lazos económicos y comerciales con China y la apertura a Rusia no responde, como dijo Tillerson, exclusivamente a la venta de armas. El punto es que EEUU ha dejado de ser un socio confiable. Cuando Tillerson dice que «Estados Unidos seguirá siendo el socio más estable, fuerte y duradero de Latinoamérica» está mostrando en realidad sus propias limitaciones.
Cuando afirma que China realiza «prácticas de comercio injustas» y que Rusia apoya a países «no democráticos», parece estar relatando la historia de las relaciones de EEUU con América Latina. Para cualquier habitante de la región, la afirmación de que «América Latina no necesita de nuevos poderes imperiales que solo miran por su interés» suena a broma de mal gusto.
En realidad, Tillerson y Trump no están advirtiendo sólo a Venezuela, sino indirectamente también a los gobiernos de Chile, Argentina y Brasil, que podrían ser sus aliados, porque no se han plegado a la tradicional política unilateralista preferida por Washington. Hoy todos los gobiernos desean ser independientes y abiertos en sus relaciones, en particular cuando la Administración Trump eligió frenar la globalización y optar por un proteccionismo que perjudica a sus aliados.
Culpar a los demás de las propias dificultades y limitaciones, es un mal camino que no hace sino crearle más dificultades. Algún tipo de intervención en Venezuela no es un buen camino para mejorar las cosas en la región. Ya casi no existen países latinoamericanos que apoyen el bloqueo a Cuba. Será aún más difícil encontrar apoyos para una invasión o un golpe militar.
Ni siquiera su aliado más incondicional en la región, México, se plegó a la política exterior defendida por Tillerson. El canciller mexicano, Luis Videgaray, aseguró que «México, en ningún caso, contemplaría el uso de la violencia, interna o externa, para resolver el caso de Venezuela». Macri se pronunció en términos similares aunque se mencionó la posibilidad de «sanciones petroleras» a Venezuela, que suenen imposibles y de las que, en todo caso, sólo China se beneficiaría.
La impresión es que la gira de Tillerson y las declaraciones de Trump no contribuyen a mejorar las relaciones de Washington con América Latina, y muestran más debilidades que fortalezas, además de un escaso conocimiento de la realidad regional.
Por Raúl Zibechi
Publicado originalmente el 8 de febrero de 2018 en Sputnik.