Pensar sin Estado es un acto de resistencia. Resistir, en ocasiones, implica nadar contra la corriente. Actuar como el disidente del Fahrenheit 451 (1953) de Bradbury o del 1984 (1948) de Orwell. El acto de resistencia es necesario en tiempos en que la “disciplina” se impone más allá de sus propios límites. Los límites que obligan a “no leer” y a someterse a un grupo de bomberos que apagan los incendios de una emancipada literatura. Por ello, el disidente se tuvo que hacer libro.
Los papeles también forman parte de los libros. Y los papeles, en la actualidad, los hacen las plantas de celulosa. “Arauco” (ex “Celco”) en la comuna de San José de la Mariquina (provincia de Valdivia) es una planta de celulosa. Los bomberos de “451” quemaban papeles para controlar “el pensar” de una comunidad. La multinacional “Arauco” vende papeles para ganar dinero. Para pensar en dinero. En “451” lo que importaba era cómo se vigilaba y castigaba bajo el alero de un Estado que no podía perder autoridad. El Estado manipulaba y delineaba el “papel” que debía cumplir su gente. La planta de celulosa y sus efectos medioambientales superan la voz del Estado. El Estado ya no apaga los incendios. Los incendios son (a)pagados por la empresa. Las instituciones del Estado ya no toman las decisiones.
-¿Quién, entonces, toma la decisiones?
-La respuesta -replicable en mil otros casos a nivel nacional e internacional- se puede encontrar en el conflicto valdiviano: las decisiones se toman en y con las nuevas, múltiples y diversas reglas del mercado. La soberanía del Estado se desinfla. En el conflicto Arauco-Santuario, el Estado no tomó las decisiones. El nuevo “Plan Integral de Gestión Ambiental del Humedal del río Cruces” que está implementando la CONAF es uno de los últimos ejemplos. ¡Indirectamente lo financia Arauco! La misma empresa de celulosa que produjo la catástrofe ambiental en Valdivia.
En consecuencia, no hay que detenerse a observar cómo la policía del pensamiento “vestida de celulosa” (y ya no de bombero) quema los únicos destellos que logran verse desde la oscuridad del poder de turno. Es necesario escuchar a los pensadores del cambio, a los pensadores que se resisten a las imposiciones del Estado (en otros tiempos) y a las del mercado (hoy en día). Un primer acercamiento -sin duda y como diría Ignacio Lewkowicz (2004)- es Pensar sin Estado. De todas maneras, suena mejor que Pensar con “Arauco”.
Rodrigo Browne