Que las dirigencias de los partidos políticos, léase oficialismo u oposición, se queden sin conducta ante la irrupción de las demandas sociales que sacuden el otoño chilensis podría ser algo esperable. También que cunda el pánico en La Moneda, que la vocera se quede sin voz intentando explicar lo inexplicable, o que más de alguien pierda la compostura.
Más aún si se trata de integrantes de nuestra archiconocida elite. Una elite política, social, económica, religiosa, e incluso “académica”, que mezcla indistintamente centros de estudios y de encuestas con oficinas de lobby, o una vociferante adhesión al servicio público con silenciosas volteretas en pos de los intereses económicos de los grandes conglomerados privados.
Sin duda, no debe ser fácil quedarse “fuera de juego” en un partido que no requiere arbitraje, o al menos de ese que ha practicado por décadas esta elite, dictando urbi et orbe, con tejado de vidrio incluido, las pautas sociales, políticas, económicas y culturales por las que debe regirse la sociedad chilena.
Sin embargo, resulta grotesco observar la manera cómo algunos medios de comunicación masivos enfrentan este escenario en el que se pone a prueba no sólo la dimensión pública y social del periodismo, sino la que se supone es la principal de sus virtudes: La ética y principio de veracidad en los que debe descansar su quehacer.
Porque en tiempos de crisis de representatividad, cuando los actores sociales se asumen como protagonistas directos de su futuro, sin mediaciones aparentes, e irrumpen en las calles, plazas, escuelas, sindicatos, etcétera, planteando directamente sus reivindicaciones y legitimando su discurso con cifras, estudios y argumentos -en la mayoría de los casos de manera contundente e informada- llama la atención la forma cómo algunos medios de comunicación reaccionan ante estos nuevos fenómenos.
Se trata, de la prensa versus los actores sociales, frente a frente. Sin intermediarios ni pautas previas; sin líderes conocidos ni patrones de fundo; sin ministros ni carteras o guerra fría de por medio.
Pero es la prensa en un país cuyo periodismo se caracteriza, entre otros lastres, por el excesivo protagonismo de sus fuentes oficiales; por el escaso sentido público acerca de la importancia de su rol fiscalizador; por su exasperante reverencia cortesana ante el poder -cualquiera sea su naturaleza-, y en el que caen desde el periodista novato hasta el más conspicuo o “pesado” de los opinólogos; por la falta de rutinas como el reporteo, el chequeo de las fuentes, el abuso del off de record, o la escasa valoración de una cultura de la diversidad.
En este contexto, no es casual la irritación de algunos actores sociales ante programas de opinión, reportajes o notas de prensa que no dan cuenta a cabalidad de lo que realmente está ocurriendo.
Es el caso de los estudiantes de la Utem, frente a un reportaje de la televisión pública; o de jóvenes secundarios que protagonizaron una masiva y pacífica “toma” de las dependencias de la Municipalidad de Ñuñoa, la que concluyó no en un desalojo, como lo informó también dicho canal, sino en un diálogo entre los dirigentes estudiantiles y concejeros de esa municipalidad.
O bien, en la falta de cobertura de un hecho que sin duda era noticia, ocurrido el lunes 13 de junio cerca del mediodía, y del cual fue informada oportunamente la prensa, cuando el académico de la Universidad de Chile, Grinor Rojo, de reconocido prestigio intelectual, autor de varios libros de ensayo, dictara una clase magistral en la Plaza de Armas de Santiago, “El Estado nos tiene en la calle”, con más de un millar de personas que siguieron atentamente su exposición en torno al rol del Estado con sus universidades públicas.
Los medios de comunicación no tienen por qué darle un trato preferente o reverencial a ningún sector de la sociedad.
Sin embargo, es bueno recordarles que el concepto de noticia es más amplio y diverso de lo que están acostumbrados, y que los movimientos sociales y ciudadanos, los estudiantes secundarios y universitarios, sus académicos e intelectuales así como nuestros pueblos originarios, minorías sexuales, y hombres y mujeres “de a pie” merecen a lo menos el respeto a sus derechos y dignidad que tanto se prodiga a la elite criolla, y no el estereotipo, la negación o criminalización de la que hoy son objeto las coberturas ciudadanas.
No se trata de todos los medios, pero son los suficientes como para desinformar a algún despistado que sigue pensando que somos la copia feliz de algo que está muy lejos de ser el Edén.
Por Faride Zerán
Profesora titular de la U de Chile, Premio Nacional de Periodismo.