La segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 5 de junio puede consagrar un importante cambio de la relación de fuerzas en la región sudamericana. Si el triunfo correspondiera a Ollanta Humala, que parece lo más probable, el tablero seguirá inclinándose hacia un mayor deterioro de la presencia estadunidense en Sudamérica. Si la vencedora fuera Keiko Fujimori, se abrirá un periodo de creciente inestabilidad política y social, que puede desembocar en crisis de gobernabilidad.
En las anteriores elecciones Humala cosechó 30 por ciento en la primera vuelta y perdió en la segunda con el experimentado Alan García, superando 47 por ciento de los votos. Esta vez Humala mejoró la votación anterior, llegando casi a 32 por ciento, pero debe medirse con la hija de Alberto Fujimori, quien ejerció un gobierno autoritario y dictatorial entre 1990 y 2000, violó los derechos humanos, dio un golpe de Estado y protagonizó sonados casos de corrupción por los que fue condenado a 25 años de prisión en varios juicios sucesivos. Incluso el conservador Mario Vargas Llosa anunció que votará por Humala en la segunda vuelta, así como el ex presidente Alejandro Toledo, que en la primera ronda cosechó 15 por ciento de los sufragios.
Si observamos el escenario político peruano desde las tres coordenadas que vengo proponiendo para el análisis de la transición sistémica en curso (las relaciones interestatales, el papel de los movimientos antisistémicos y el posdesarrollo o Buen Vivir), es evidente que los cambios que promovería el triunfo de Humala se concentran en el primer escenario. En los otros dos, por el contrario, habría más continuidades que cambios.
Perú es una pieza clave en la estrategia de control hegemónico de la potencia declinante, Estados Unidos. En el último medio siglo, salvo el breve periodo del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), quien se alineó con la Unión Soviética y promulgó una amplia reforma agraria, la presencia estadunidense fue consistente y constante. Perú es una de las principales salidas al Pacífico de la región, articula los países caribeños con el Cono Sur, permite el acceso a países siempre inestables como Bolivia, a la selva amazónica y, sobre todo, tiene una larga frontera con Brasil. El Pentágono tiene en Perú varias instalaciones militares que forman parte del anillo de bases que rodean Brasil.
Perú es, simultáneamente, una pieza clave en la estrategia de ascenso como potencia global de Brasil. «La construcción de nuestra salida estratégica hacia el Pacífico es fundamental para aumentar nuestra capacidad de exportación», señaló Aloizio Mercadante en un encuentro de estudios estratégicos tres años atrás. Actual ministro de Ciencia y Tecnología del gobierno de Dilma Rousseff, Mercadante es uno de los más importantes dirigentes del PT de Lula, hijo de un destacado comandante militar y hermano del coronel Oswaldo Oliva Neto, uno de los principales planificadores estratégicos de los gobiernos petistas.
Las grandes obras que componen la IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana) trazan una decena de ejes de comunicación multimodal entre el Atlántico y el Pacífico, que son las piezas maestras de un tipo de integración que favorece la circulación de mercancías hacia y desde Asia, y benefician a la gran burguesía paulista. Varios de los corredores bioceánicos que componen la IIRSA confluyen en los puertos del sur de Perú y recogen la producción brasileña de un enorme arco que abarca desde la cuenca del Amazonas hasta los puertos y ciudades del sur y sureste brasileños, donde se concentra la producción de la séptima potencia industrial del planeta.
El choque de intereses entre Washington y Brasilia es evidente y augura fuertes tensiones en las elecciones peruanas. No es ninguna casualidad que dos de los asesores de la campaña presidencial de Humala sean miembros del PT, quienes han jugado un papel importante en la nueva imagen que proyecta el candidato etnocacerista en busca de acercarse a las clases medias de Lima. Aunque Perú ha firmado un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, lo que limita su margen de maniobra, desde el punto de vista geopolítico la alianza con Brasil de un hipotético gobierno de Humala facilitará los proyectos de largo plazo y, de modo muy particular, se aceleraría la construcción de una sólida salida al Pacífico.
El segundo interés de Brasil en Perú es la energía. En junio de 2010 se firmó el Acuerdo Energético Brasil-Perú para la exportación de la energía «sobrante» de las cinco represas hidroeléctricas que se construirán sobre el río Inambari en el sur peruano. Las represas son financiadas por Brasil y construidas por grandes empresas brasileñas, ya que es el interesado en consumir los 6 mil 673 MW que serán casi íntegramente exportados, ya que el consumo total de Perú es de 5 mil MW y no tiene necesidad de generar más electricidad, mientras su vecino está en plena expansión y está urgido de nuevas fuentes de energía.
En el plano interno, Humala se consolida en la región sur, superando 60 por ciento en las zonas de mayor tradición de lucha campesina, como Puno y Cuzco. Superó la mitad de los votos en departamentos andinos como Huancavelica y Apurímac, y cosechó amplios apoyos en Amazonas, fronteriza con Ecuador, donde hace dos años se produjo la rebelión de Bagua en defensa de los bienes comunes. Tuvo su peor votación en Lima, apenas por encima de 20 por ciento, pero ganó algunos distritos pobres. En Villa El Salvador, que supo ser referencia de los movimientos urbanos por su nivel de organización, ganó Fujimori, algo que muestra la crisis social provocada por la guerra de Sendero Luminoso y el fracaso de las izquierdas electorales.
La burguesía limeña, que sueña con Miami y da la espalda a los Andes, quiere revivir el orden jerárquico colonial, optando una vez más por el autoritarismo que encarna Fujimori, con la esperanza de repetir los jugosos negocios de los años 90. Ya no cuenta, empero, con los apoyos nacionales e internacionales de antaño.
Por Raúl Zibechi
Tomado de www.jornada.unam.mx