Los historiadores colombianos denominan Patria Boba al período de lucha y de anarquía entre Cundinamarca y el resto de las Regiones del país, inmediatamente conquistada la independencia de la Gran Colombia. En la historia universal también se escribe sobre “la guerra de opereta” (drole de guerre), para referirse a la derrota del ejército francés frente a los alemanes, durante la segunda guerra mundial, y que terminó en la ocupación de París. Así, en muchos casos, los distintos pueblos tienen estos oscuros períodos.
Después de profundas crisis de sistemas políticos, que se expresan en una corrupción generalizada y sistémica, sumado al total desprestigio de la democracia electoral, en vez de salir hacia adelante para superarlas, los ciudadanos terminan por elegir al más pillo y corrupto de los candidatos. No es que se quiera buscar el mal menor, sino que en el apoliticismo abstencionista de los condottieri más audaces terminan por apropiarse del sistema político. Así ocurrió en la Italia de Berlusconi, en la España de Rajoy, en Brasil de Temer, en la Argentina del payaso Macri, en el depravado Perú de Kuczinski – los últimos cinco Presidentes (García, Fujimori, Toledo, Humala y el actual mandatario, están acusados de corrupción) -.
Nicolás Maquivelo describe al monje dominico Girolamo Savonarola como “el profeta desarmado”, que intentó una dictadura moralista en la Italia del Renacimiento. Otro cientista político realista, Max Weber, a comienzos del siglo XX, escribía que la política no puede ser entendida como “una forma de salvación de las almas”, por el contrario, “para apropiarse del poder hay que pactar con el diablo”, es decir, el poder implica coerción, sea legítima o ilegítima.
En la democracia electoral y la difícil conquista del sufragio universal han terminado por domesticar al ciudadano bajo el poder de unos pocos banqueros, que son los únicos que votan según sus propios intereses y terminan arrastrando tras ellos a la caterva de vencejos. Así, las elecciones, desde hace varias décadas, en un acto ridículo e inútil.
En la república plutocrática, el comprar la conciencia de los ciudadanos, constituía parte esencial del juego político. A Marcial Martínez se le ocurrió proponer que sería más práctico oficializar el cohecho como una tarea prioritaria del Estado, pues “los ejércitos profesionales”, como los definía Maquiavelo, son mil veces más organizados y poderosos que los particulares.
El buen consejo del diplomático chileno, Marcial Martínez, de comienzos del siglo XX, fue llevado a la práctica, hace no más de una década, de manera más acabada y realista, mediante el pacto Ricardo Lagos-Pablo Longueira, reconociendo que el sufragio universal y los procesos electorales sólo competen a los bancos y a las grandes empresas, es muy lógico colegir que estas entidades financien las campañas políticas de los candidatos de elección popular – algunas, como el Grupo Penta, que lo hacía con un solo partido político, la UDI, y otros repartían la torta entre candidatos de distinta tendencia < algunos, incluso, sin posibilidad alguna de ser elegidos> -.
Esta manera de dominio del proceso electoral por parte de los bancos no es que haga inútil la intervención del Estado, sino que más bien lo convierte en su socio y sirviente. Los negocios y acumulación de riquezas no pueden funcionar bien sin las reglas y el orden impuestos por el ogro filantrópico.
El ciudadano, entendido como cliente-votante ya carece de sentido, pues no es necesario comprarlo para que se imponga la voluntad de banqueros y empresarios, pues el clientelismo es inútil en una democracia bancaria, ya que la selección está asegurada no sólo por el sistema electoral, sino también por el reparto que previamente han realizado las empresas y los grandes grupos económicos. El que las grandes leyes que favorecen a los empresarios sean digitadas por ellos mismos, y que Presidente, ministros, subsecretarios, alcaldes, concejales y parlamentarios sean funcionarios de las empresas no es una anomalía de la democracia bancaria, sino su esencia. ¿A quién le puede extrañar que las fuerzas militares y policiales se hayan convertido en “cajas pagadoras y la corrupción haya invadido estas entidades, en general, pagadas por CODELCO o el IVA?
La “patria boba” se ha caracterizado, históricamente, por la producción y proliferación de tiranos y comerciantes sin escrúpulos. El predecesor del cinismo (no confundir con hipocresía, que es todo lo contrario) de Sebastián fue el comerciante Diego Portales que, según el plagiario Francisco Antonio Encina, “se dedicó a la política para defender sus negocios”. (¿A quién le puede extrañar que, por ejemplo, el plagio sea parte de los informes del poder legislativo?). El historiador talquino, Francisco Antonio Encina ha copiado párrafos enteros de Nicolás Palacios, Diego Barros Arana, Alberto Edwards, José Toribio Medina y otros historiadores.
El tirano Portales, a quien se le atribuye la fundación de la República, embarcó a Chile en una guerra contra el mariscal de Santa Cruz, sólo para defender sus negocios y, además, saciar su sed de odio contra los liberales. Su seguidor Piñera, guardando las proporciones, ha utilizado su primer período presidencial para hacer negocios con Perú y expandir sus empresas y las de sus aliados por casi todos los países América Latina, incluso allende los Andes, donde ha sido acusado de delitos, especialmente como socio mayoritario de Lan-Chile. El otro tirano, Augusto Pinochet Ugarte, fue acusado de corrupto y ladrón, evadiendo la justicia al declararse disminuidas sus facultades mentales.
La “patria boba” se caracteriza por la existencia de un orden precario, a favor del poder y la supremacía de una casta de mercachifles, dueños del país, que siempre han hecho lo que han querido con el sufragio popular, sea comprándolo por medio del cohecho y el clientelismo. Y hoy, más fácil, instalando como candidato presidencial a un genio de los negocios truchos y que aprovecha el desprestigio de la política para pretender su triunfo sobre la base de la abstención que, algunos, muy ingenuamente creen, representa un rechazo a la democracia bancaria, pero, en el fondo, constituye la base de sustentación de la república plutocrática. Mientras menos “rotos” voten, más seguro es el triunfo de los mercaderes, por consiguiente, menos posibilidades de profundizar la crisis de dominación oligárquica, es decir, estamos en plena “patria boba”.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
19/09/2017