El gobierno de la nación es, por, sobre todo, una entidad que reparte miles de cargos públicos siempre muy apetecidos por la política, los partidos y muchos chilenos atraídos por las buenas remuneraciones que representa ser reconocido como operador político o parte de la” cuota de poder” que distribuyen quienes entran a La Moneda. De norte a sur del país, los ministerios, los seremis, las intendencias y gobernaciones son el coto de caza de la administración de turno que, al mismo tiempo que designa cargos, remueve de éstos a los del régimen anterior, sin importar demasiado su solvencia y trayectoria.
Lo más noticioso de estos dos primeros meses del gobierno de Sebastián Piñera ha sido la designación de su personal de confianza y de quienes los partidos oficialistas solicitaron nombramiento. El periodismo debe esforzarse en estos días en reconocer demasiados nombres nuevos, aunque de verdad son muchos los que todavía quedan por asumir en las embajadas, las empresas fiscales o simplemente como asesores: una de las funciones mejor remuneradas, pero cuya estabilidad depende casi estrictamente de lo que permanezcan en el cargo sus superiores o empleadores. Porque en esto del “servicio público” es muy frecuente que al poco tiempo de ser nombrados los ministros, subsecretarios y otros puedan ser removidos.
Al inicio de la nueva administración advertimos que entre los que perdieron el Gobierno iba a ver no pocos que entrarían a cuestionarse sus militancias en los partidos de la Nueva Mayoría con la disolución de este referente, como en su ambición de permanecer en la administración pública. Sabemos, además, que en el propósito del nuevo mandatario claramente está la voluntad de hacer un gobierno inclusivo, que atraiga a grupos y movimientos que han quedado a la deriva política, especialmente si entre ellos hay quienes sean parlamentarios o puedan ejercer algún influjo en los legisladores amigos. Pese a su triunfo, Chile Vamos, la coalición oficialista, no fue capaz de asegurar una mayoría en el Congreso Nacional, por lo que la suerte de muchas de sus leyes estará en entredicho si los opositores logran actuar unidos. Lo que ciertamente no es tan seguro si se observa la enorme variedad de expresiones, tendencias e intereses que reinan en los ex colaboradores de Michelle Bachelet y, también, en el emergente Frente Amplio.
La propia Ley Electoral ha decidido clausurar legalmente a varios partidos que no alcanzaron un apoyo ciudadano destacado, lo que obligará a sus militantes a buscar refugio en otras colectividades, o a ponerse al abrigo del piñerismo, cuando se sabe que el Jefe de Estado por ningún motivo quiere ser hegemonizado por la UDI y/o Renovación Nacional, los partidos más fuertes de su alianza. Como dicen muchos, la carrera que está corriendo Sebastián Piñera es la de convertirse en “estadista”, en un refundador de nuestra política, con Constitución y todo, al mismo tiempo que asegurar la permanencia de la centro derecha en el gobierno al menos por uno o dos períodos más.
Para esto último, ya se sabe, quienes gobiernan en Chile necesitan fortalecer sus lazos con los poderes reales o fácticos del país, especialmente con los militares y la clase empresarial. Así como, también, con el Departamento de Estado Norteamericano y la propia Casa Blanca, aunque su titular actual esté tan desprestigiado y hasta sus adláteres del gobierno chileno y de los países aliados europeos hagan chistes respecto de sus extravagancias mediáticas y su errático desempeño en materia internacional. Es en este último propósito que puede explicarse la curiosa designación del nuevo Canciller chileno, habiendo tanta gente más capacitada en la derecha para representar al país, si consideramos que el designado es un escritor poco renombrado, sin prácticamente ninguna trayectoria en la diplomacia, más allá de ser un ex izquierdista renegado de sus convicciones juveniles, para convertirse, como ya se le ve, en un activista anti cubano y venezolano al son de Donald Trump.
El sorpresivo viaje del ministro de Hacienda, Felipe Larraín, a dictar una conferencia en una destacada universidad norteamericana se justificó en el alto interés de nuestro gobierno por alentar las inversiones estadounidenses en Chile. Un viaje financiado por el Estado respecto del cual han surgido fuertes acusaciones a su falta a la probidad, lo que, finalmente, llevara al ministro a devolver los recursos fiscales comprometidos, más allá de lo solventado por sus huéspedes universitarios.
Todo esto pudiera estar en contradicción con el reciente y caluroso recibimiento que nuestro Jefe de Estado le ha brindado al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, pero sabemos que ese gesto no tuvo más propósito que agradar a la populosa comunidad árabe de nuestro país que, en buena medida, se trata de gente de derecha, de acaudalados empresarios y otros que, sin embargo, quieren el reconocimiento pleno del Estado Palestino. En el ahora abortado viaje que se proponía Piñera a Europa, estaba en sus planes saltar a Marruecos, en el norte de África, con lo cual pudo o podrá en el futuro contrapesar esta recepción que no debe haber agradado a Estados Unidos ni, tampoco, al régimen israelí.
Diversas voces destacan la madurez alcanzada por el Mandatario en su segunda administración, como de la forma en que ha morigerando sus frecuentes desatinos. Realmente, se nota que Piñera ya no es el mismo que antes, pero todavía existen muchas dudas de que pueda alcanzar reconocimiento de estadista y de ser un gobernante capaz de ponerse por encima de la chimuchina política criolla, al tiempo que mantener cohesionados a sus partidarios. Los que se muestran, por lo demás, tan ansiosos como los de la Concertación y Nueva Mayoría a la hora de ganar espacio dentro de la gran repartija de cargos y prebendas del Ejecutivo, que más parece en Chile una gran agencia de empleos que un poder verdaderamente rector del Estado.