Por Martina Cociña Cholaky
Las manifestaciones y disturbios que se han producido estos días en Mineápolis son expresión de la rabia, el dolor y la frustración que ha invadido a miles de personas al enterarse que nuevamente en Estados Unidos un afroamericano ha muerto a manos de la policía. En un vídeo que se ha hecho viral, se puede ver como un agente federal pone su rodilla cargando todo el peso de su cuerpo sobre el cuello de George Floyd, quien está tumbado en la calle, sin prestar resistencia alguna. A pesar de que transeúntes conminan al policía para que se detenga, pues Floyd ha gritado varias veces que no puede respirar, el agente prosigue su acción. A las pocas horas Floyd muere en el hospital. Se constata que el billete que había utilizado para pagar no era falso, como le acusaban.
En la mal llamada “Tierra de las Libertades” el racismo es histórico, este caso se inserta en uno de los tantos sucesos que nos hablan de los abusos, de las discriminaciones y de las muertes que han sufrido y sigue sufriendo los negros en dicho país. Personas que son constantemente perseguidas por su color de piel, detenidas por la policía, enjuiciadas injustamente y culpadas por otros individuos, baste recordar que hace poco ha salido a la luz pública una grabación donde una mujer en Central Park llama a la policía acusando que un afroamericano la estaba amenazando, únicamente pues el hombre le pidió que, tal como estipula la regulación, amarrase a su perro con una correa.
Esta dinámica de exclusión contemporánea e histórica se observa patente en otros casos como el del joven afroamericano Michael Brown, quien el 2014 fue asesinado luego de que un policía le disparara seis tiros. Un amigo de Brown, quien se encontraba a su lado al momento del hecho, señaló que cuando el agente disparó estaban completamente desarmados. Frente a su fallecimiento, se realizaron un sin número de protestas, las que se exacerbaron cuando el jurado decidió que el policía no sería imputado. Esta frustración se agravó cuando otro jurado resolvió no presentar cargos contra el agente que mató a Eric Garner en Nueva York. Garner era un vendedor ambulante que murió asfixiado por un policía, a pesar de que gritó más de once veces que no podía respirar.
Ferguson, la ciudad donde mataron a Brown, demuestra que el racismo y brutalidad policial en contra de los jóvenes africanos y latinos es repetitivo, de ahí que Rita Izsák, “Relatora especial de la Organización de Naciones Unidas sobre minorías”, haya señalado que “la decisión de los dos jurados ha dejado una legítima preocupación sobre un patrón de impunidad cuando las víctimas del uso excesivo de la fuerza son de origen afroamericano u otras comunidades minoritarias”. Opinión que se vio confirmada por el Informe emitido por el Departamento de Justicia de Estados Unidos que concluyó que en la policía de Ferguson impera un clima de impunidad y de prejuicios raciales contra los afroamericanos.
Las muertes de Floyd, Brown y Garner no son excepciones, sino una dinámica que se repite, sólo basta considerar que en julio del 2014 en dos días consecutivos fallecieron otras dos personas a manos de la policía, Castile (un afroamericano de 32 años de Minnesota, que murió luego que detuvieran su coche por un faro roto), y el día anterior, Alton Sterling (un vendedor de discos compactos, por disparos de agentes, una vez que ya estaba reducido). Al respecto, el gobernador de Minnesota lamentando el racismo policial señaló que no cree que hubiera pasado lo ocurrido si los del vehículo hubieran sido blancos, asimismo reconoció que “este tipo de racismo existe y nos involucra a todos prometer y asegurarnos de que no siga ocurriendo”. Sin embargo, en el año 2015 de las 1.146 muertes registradas a manos de policía en dicho país, más de un cuarto correspondía a negros. Tal como registra el “Mapa de la Violencia Policial” el año pasado de las 1.099 personas muertas por la policía, los negros representaron el 24% de los asesinados, a pesar de ser constituir solo el 13% de la población.
El año 2016 se divulgó un vídeo captado por la cámara de la patrulla policial que detuvo a la pareja de Castile (quien se hizo conocida por el vídeo que grabó increpando a la policía por su muerte). En dicha grabación se escucha a la hija de la pareja pidiéndole a su madre que parase de gritar pues si no la policía la iba a matar. Cabe reflexionar cómo es posible que una niña de cuatro años sea consciente de cuán riesgoso es en Estados Unidos para un negro interpelar a las fuerzas de seguridad. A este vídeo le siguió la publicación de otro registro que muestra la muerte de un niño de 15 años en manos de unos agentes, que segundos después de pedirle que levantara las manos descargaron más de 20 balas en su cuerpo. Lo más paradójico, es que el niño se encontraba en el jardín de la casa de su abuela, quien al escuchar los balazos llamó a la policía, siendo que los agentes habían dado muerte a su nieto.
Frente a la constante violencia policial, se ha desatado una gran agitación social y las manifestaciones han tomado fuerza agrupándose en el movimiento “Black lives matter” (Las vidas negras importan). Como se ha denunciado, en En Estados Unidos el racismo se hace patente a nivel estructural no sólo en las fuerzas policiales sino también en un sistema carcelario que encierra mayormente a afroamericanos. Apelando directamente a la estructura de castas racial imperante en esta nación, Michelle Alexander en su magistral obra “El Color de la justicia” constata que el sistema penal se ha transformado en el nuevo modelo racializado de control social, así los negros siguen siendo excluidos, pero ya no por la esclavitud de antaño o por las famosas leyes Jim Crow de segregación, sino por el encarcelamiento masivo que se aplica a una parte relevante de su población; como precisa la autora, “Estados Unidos recluye a un porcentaje más amplio de su población negra de lo que lo hizo Sudáfrica en el punto álgido de la era del apartheid”. Agrega que, en Washington, se estima que ¾ de los jóvenes negros pueden esperar pasar tiempo en la prisión y cifras semejantes se encontrarían en el resto del país.
A lo anterior hay que adicionarle la naturalización de discursos de odio, que incitados por la ideología de supremacía racial han influido para que en este país, a pesar de las innumerables denuncias y manifestaciones, el sistema siga actuando de este modo, por eso hoy en día se hace necesario y urgente reflexionar al respecto. Como señaló el alcalde de Mineápolis, Jacob Frey, “ser afroamericano en Estados Unidos no debería ser una condena a muerte”.
Por Martina Cociña Cholaky