Por fin llegó la política

Las movilizaciones nos han traído algo inédito: la política

Por fin llegó la política

Autor: Sebastian Saá

Las movilizaciones nos han traído algo inédito: la política. Señoras y señores, a partir de la primera convocatoria de la Confech el 28 de abril a una marcha nacional contra la privatización de la educación ha llegado, por fin, la política democrática a nuestro país.

¿Pero qué podemos decir de la llegada de esta reacia comensal? Hace ya mucho tiempo que no veíamos a las y los ciudadanos de Chile preocupados y en acción sobre el cómo se gobierna y para qué fines. Ya no sólo los políticos profesionales están interesados en los asuntos del bien común, pues hoy las cuestiones del bien común, como la educación, están en la agenda diaria de las personas comunes de nuestro país. Más allá de las sistemáticas acciones, marchas multitudinarias y los cacerolazos diarios, basta mirar las redes sociales para darse cuenta de ello. Mi siguiente reflexión sobre este proceso se apoya en las aportaciones del teórico Rancière, para mostrar que las movilizaciones actuales son la política y que lo que está presente hoy es la democracia, es decir la falta de todo título, político, técnico, o cualquier otro, para arrojarse el derecho a participar e intervenir en estos asuntos. Pues la democracia encarna el principio que instaura a la política del “buen” gobierno en su propia ausencia de fundamento [1], sin referencias a ningún orden o jerarquía.

El escenario que hoy se presenta ha sido fruto de la emergencia de un movimiento de sujetos que se han visto marginados de poder incidir en sus actuales condiciones y que, más allá de las causas de esta acción, han prendido la chispa de la acción colectiva y de la autodefinición como actores. Han puesto en marcha, por un instante quizás, lo propio de la política democrática que es la acción de sujetos que buscan reconfigurar las distribuciones de lo privado y lo público. Así, ha comenzado una dinámica de desidentificación de los estudiantes con el restringido papel que les ha sido asignado tradicionalmente.

Las y los estudiantes autodefinen su acción no sólo como estudiar, ya no se ven sólo como estudiantes remitidos a un ámbito particular, también, se autodefinen como ciudadanos de la democracia, así como los estudiantes secundarios que desafían la arbitrariedad de la edad de ciudadanía cuando demuestran más interés y opinión que los mismos ciudadanos por ampliar la esfera pública. Los estudiantes son sujetos que vienen a verificar su igualdad ante ámbitos que han sido re-privatizados en Chile, cuando en realidad antaño se le había reconocido el status de asunto público a la educación. En contraste, emerge la negación permanente por parte del gobierno de la identidad que las y los estudiantes están construyendo de sí mismos en el escenario de las discusiones públicas. El oficialismo insiste de múltiples formas en su idea de que los estudiantes deberían dedicarse a estudiar, lo cual tiene como fin reducirlos a un grupo que está intentando actuar e incidir en algo que no deberían -puesto que son jóvenes, no son políticos, puesto que son estudiantes, no son políticos ni expertos, puesto que son estudiantes, no los dueños de este país, como mucho pueden llegar a ser “inútiles subversivos”. Esta actitud descalificadora nos muestra que aquí se juega algo más que sólo los contenidos de las demandas del movimiento estudiantil, las que son, por cierto, muy importantes para el presente y el futuro de la educación pública.

Hoy en Chile observamos que la esfera pública y las cuestiones relativas al bien común no se encuentran purificadas de intereses privados, al menos se encuentran reservadas sólo para el actuar de las instituciones y quienes las encarnan. En efecto, las escasas referencias a las demandas sobre la educación en el discurso del 21 de mayo, las sucesivas propuestas de acuerdos nacionales que no recogen las exigencias de fondo que ha hecho el movimiento estudiantil, la anticipación de las vacaciones escolares de invierno dictaminada por el Gobierno, evidencian cómo los actores políticos institucionales no escuchan, literalmente, la voz de las y los ciudadanos. ¿Por qué no la escuchan? Pues, no la escuchan porque no deberían hablar, no deberían enunciar palabras sobre asuntos que están más allá de su ámbito estudiantil, más allá de la sala de clases. Y es aquí donde llega la política, las y los estudiantes han dicho somos más que estudiantes y sí tenemos algo que decir. Mientras el discurso oficialista intenta decir -que es como decirle a cualquier persona común- no se ocupen de la política porque es nuestra, la negativa de las y los movilizados a obedecer y a callar, nos devuelve la política.

El resto de las personas comunes se han plegado a esta desobediencia al apoyar masivamente las movilizaciones y el accionar de los dirigentes estudiantiles, tal como, por ejemplo, lo dice una encuesta publicada por el diario La Tercera el lunes 1 de agosto que arroja 70% de apoyo a las movilizaciones y 75% de evaluación positiva a los dirigentes. Nuevamente, la respuesta hoy es acallar a los estudiantes al impedir próximas marchas por la Alameda y al no dejarlos entrar al Metro para asistir a los actos convocados.

No se trata sólo de coartar un derecho al espacio público o a la libre circulación de las personas, se trata de dividir el espacio y separar a quienes pueden y quienes no pueden ser actores en nuestro país. Estas son acciones, típicamente policíacas y no responden a ninguna necesidad de la política democrática. Lo importante es que la negativa a obedecer de la que hablamos, nos muestra que ya no es el Gobierno, las instituciones o los políticos profesionales los que pueden significar a los estudiantes, ellos no son sólo los endeudados con el crédito universitario, son los ciudadanos y ciudadanas que tienen el derecho a aportar su visión en pos del bien común. Están reconfigurando un espacio donde sólo algunos han tenido derecho a decir algo sobre lo que nos compete a todos. ¡Bienvenidos y bienvenidas a la política!

Por Monica Salinero
Socióloga y politóloga. Investigadora Unam

 

[1] Rancière, Jacques. El odio a la democracia. Amorrortu editores. Bueno Aires, 2007. p.59.


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano