No sería una sorpresa un futuro triunfo electoral de Sebastián Piñera. En el denso cúmulo de variables que inciden en su posible y tal vez definitivo regreso al gobierno, hay al menos dos que destacan. Un punto de partida es la crisis sistémica del andamiaje político, que opaca y confunde a todos los actores y competidores en la misma nube de sospecha bajo la instalada expresión de “son todos iguales”. Otra variable, aún más consolidada e imbricada con la anterior, es el otrora ciudadano devenido en sujeto neoliberal. La única pertenencia del chileno al sistema social y económico es a través del consumo. Su objetivo de vida, su razón en el mundo no es otra que su competencia, como unidad y fragmento, en el mercado. Tras décadas de eficiente funcionamiento de la máquina neoliberal, la consecuencia es un sujeto moldeable, un producto de la fábrica de individuos útiles, dóciles en el trabajo, conformistas, dispuestos a todo tipo de consumo. Es la pieza perfecta y predecible, unidad estadística para el crecimiento corporativo.
Hacemos estas afirmación pese a los resultados electorales y a la emergencia del Frente Amplio a la escena política. Pese a la luz de consciencia que ilumina a crecientes sectores de la ciudadanía. Pero, especialmente, a pesar de la verborrea emocional y un poco adolescente que concluye con un Chile virado a la izquierda.
La sobrevaloración del mercado, elevado a la categoría de realidad natural, tiene sus consecuencias directas en la política, en la apatía ciudadana, en la creación del sujeto apolítico cual súbdito de esta realidad mercantil. La entrega de todas las actividades a las corporaciones, núcleo de la doctrina neoliberal, ha significado el retroceso, la inhibición del aparato público y la reducción de facultades de los gobiernos, cuya acción se limita a simple administrador de la normativa del mercado. En esta escena, con un sujeto funcional a las instituciones, los cambios de administradores son irrelevantes.
El peso del mercado como realidad natural, como única escena para la política y la vida social, es también una camisa de fuerza para los gobiernos. La consolidación y concentración del poder, de todo el poder, en las manos de unas pocas corporaciones y sus accionistas controladores, impide, también como una fuerza natural, cualquier posibilidad de cambio dentro del acotado escenario mercantil. El caso de las reducidas reformas del gobierno saliente es un ejemplo palmario de estas limitaciones. El modelo es una jaula institucional, una prisión invisible, que ejerce sus insoportables fuerzas gravitatorias e impide cualquier atisbo de transformación. Un poder detentado y operado a través de múltiples caras, que van desde los medios de comunicación privados y cooptados por el mercado a extremos como la compra directa o indirecta de políticos.
La conciencia del sujeto neoliberal está en el mercado. Bajo este nivel de reflexión, sin duda falso y limitado, podemos observar el accionar del nuevo individuo que reduce su libertad al espacio económico de un mall que comprende como espacio natural de vida. Para este nuevo individuo el neoliberalismo es su forma de vida, el lugar de sus relaciones y comportamiento.
El modelo de libre mercado en su fase más extrema logró superar contra todo pronóstico la crisis de la década pasada. Pese al desastre, a las víctimas, al colapso de economías completas, sigue ahí, vivo, aun cuando escorado en su deterioro sistémico y sus señales terminales. Un proceso de sobremarcha, recalentado, que en su aparente falla profundiza sus distorsiones y contradicciones. La concentración de la riqueza nunca ha llegado a niveles tan extremos. Tres multimillonarios tienen más riqueza que la mitad más pobre del país. Esta escena se reproduce con distintos matices en diferentes latitudes y normativas, con Chile en uno de los extremos en la producción de riqueza y también de desigualdad. Es un proceso económico con millones de víctimas atrapadas en una dualidad de consumo y trabajo, en una jaula que diluye las vidas a las relaciones monetarias.
En este lugar lleno de extremos, de falencias y dolores, el sujeto neoliberal vota por la conservación de su falsa realidad. Es su artificial supervivencia, es temor y alienación.
Una realidad que no se disipó el 19 de noviembre pasado y, sea cual fuere el resultado de este 17 de diciembre, tampoco lo hará a partir de marzo del 2018.