Atención, señores y señoras, el Ministerio de Educación se ha propuesto encontrar los mejores candidatos para ser profesores. Quienes se interesen, deben considerar la dimensión heroica de su decisión. Casi súper hombres y mujeres que estén dispuestos a tener cualidades de súper transformadores ante precarias condiciones.
Debe contar con excelencia, competencias y dominio acabados de las materias, con perspectiva de liderazgo, trabajo en equipo, con metodología lo suficientemente atractiva para captar la atención, y excelente dominio de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (Tics). Además, debe cumplir con el rol de asistente social y, a veces, de psicólogo. Por cierto, amplia resistencia a la frustración, pues el cargo incluye ambientes complejos de trabajo, especialmente cuando labore en escuelas cuyo entorno sea socioeconómicamente precario.
El perfil recientemente descrito puede extrapolarse al de un ejecutivo de empresas, en condiciones más favorables. Es más, de seguro que la mayoría de los que hoy laboran en los más altos cargos son expertos y prodigiosos profesionales, con amplia destreza en estas materias. La variable: La empresa privada dispone de ambientes seductores de trabajo, con salarios atractivos y estatuto históricamente ad hoc al modelo actual.
La Escuela, en cambio, no tiene el mismo status, la gran mayoría de los que allí trabajan no querían ser profesores y, muchos de ellos, no tenían las condiciones para optar a un título que permita enseñar a otros.
(Según la encuesta longitudinal realizada por Micro Datos, de la Universidad de Chile, dos tercios de los profesores no tenían en mente estudiar pedagogía cuando postularon. El puntaje promedio de los que postulan a pedagogía general básica es 550, en las universidades tradicionales, 130 puntos menos que el de ingeniería civil industrial).
La situación es crítica desde la estructura, y para los hacedores de políticas y líderes económicos, ni siquiera debe ser sorpresa. Sólo considerando las diferencias remunerativas y en términos simbólicos, la balanza es monstruosa: El sueldo promedio de un profesor de educación general básica es de 438 mil pesos al primer año, y carga con la gran responsabilidad, o casi la única responsabilidad de la crisis educacional, mientras que cualquier egresado de las carreras de gestión de empresas tiene un salario superior a un millón dos cientos mil pesos, con atributos destacados por la productividad que genera.
La sociedad chilena entera está pidiendo cambios gigantescos en la escuela, en la administración de los recursos, en el liderazgo de los equipos. Es urgente, necesitamos que los niños aprendan. Sin duda, necesitamos los mejores profesionales y talentos. Pero ¿Quién está dispuesto a ser súper hombre en un contexto de menosprecio por su labor?
Seamos honestos, la mayoría de los padres no quieren que sus hijos estudien pedagogía. Los propios estudiantes lo mencionan cuando entran a la carrera, y hasta los profesores lo preguntan -extrañados- cuando buenos estudiantes eligen el camino de la educación.
Poco podemos esperar si Chile, en vez de dar a sus docentes una vida interesante y llena de posibilidades, para que ellos transmitan su pasión y su saber a nuestros hijos, sigue dando vueltas alrededor de variables secundarias de la ecuación que quiere resolver.
La nueva frontera de la reforma educacional es la calidad de la vida del profesor. Esa vida comienza en la formación inicial y en los primeros pasos del ejercicio, esa vida determina, en gran medida, quién decide dedicar su vida a la pedagogía.
Por José Miguel Araya y Roxana Chiappa
Programa Educadores Líderes
Universidad de Santiago de Chile