Un evento político-mediático fuera de libreto y de alto impacto tiene el poder de cambiar la agenda de un país, obligando a los actores desprevenidos a improvisar en sus discursos y decisiones. Eventualmente, si su fuerza es tectónica, el evento puede tener consecuencias prácticas en la concreción de acciones, cambiando el curso de las estrategias, al desviar el foco de la atención, al facilitar una posición y problematizando oposiciones. Dicho de otra manera, una cosa son las derivas comunicacionales que se desprenden de un incidente particular y otra, asociada pero muy distinta, es su rendimiento concreto a la hora de sacar conclusiones por parte de los grupos en disputa.
Muchas han sido las repercusiones y consecuencias del incidente protagonizado por el ex candidato presidencial Juan Antonio Kast la semana pasada, donde al parecer las cuentas alegres corren por el lado derecho.
A la rápida viralización de las imágenes, le siguió una avalancha de reacciones intestinales polarizadas, sobre todo desde la tribuna de las redes sociales. Desde el mundo político la mayoría de las respuestas fueron templadas, pero así mismo partisanas. Lo que no es extraño, es que, desde ambas esferas, se buscaba definir los límites de la tolerancia, acusándose mutuamente de monopolizar el concepto para el propio beneficio político. En resumen, la discusión mediática resultó en la problematización y subjetivación del proyecto progresista que hoy agrupa los asuntos que componen la llamada “agenda valórica”, cuestión que hasta hace poco era de exclusiva propiedad de la izquierda modernizadora. En otras palabras, se abrió la disputa por el significado de la palabra tolerancia, que promete al vencedor ostentar la punta de lanza que potencialmente podría resolver a su favor la tensión sobre aborto, roles de género y administración de la violencia institucional, entre otros escozores. Esto es una oportunidad que muchos en la coalición gobernante querrán capitalizar.
Eso en lo mediático. En relación a los resultados prácticos que derivaron tanto del evento y luego de la actividad comunicacional, vale la pena poner mayor atención. Primero, hubo un rendimiento para el proyecto de ajustes contra reformistas que lleva el gobierno y, además, uno menos evidente para el polemista solitario. Quiero decir, Kast jugó sus cartas hábilmente al desajustar el escenario político, acaparando la atención y aprovechando esos 15 minutos para consolidarse en la escena nacional como figura relevante.
Lo más obvio, entonces, fue el tomarse la agenda pública en medio de las audiencias en la Haya, las sesiones del Tribunal Constitucional que finalmente desmontaron parte importante de las reformas del gobierno anterior, desplazando la atención pública hacia su propia figura y abriendo la disputa sobre la hegemonía valórica del proyecto progresista, lo que de ser bien administrado por la derecha podría tener aristas a futuro en las próximas discusiones.
Con el mismo impulso, Kast se transformó, por lo menos durante lo que se extienda ésta irrupción, en interlocutor para la oposición representada por el Frente Amplio y la intelectualidad progresista (siendo que hasta hace poco era ignorado). Es aquí, en éste espacio, precisamente donde ha podido moderar sus alocuciones, usualmente destempladas, para profundizar la subjetivación y disputa sobre lo tolerable.
Lo anterior deviene en el fortalecimiento de su liderazgo público y al interior de la derecha, complicando al piñerismo, al que no le ha quedado otra alternativa que prestarle apoyo y acogerlo en su nicho a pesar de ser considerado un personaje molesto. Mejor de amigo, dicen algunos desde La Moneda.
Por último, podría haber debilitado la imagen de los estudiantes frente a la opinión pública, pues si bien no afecta su organización política, sí podría diezmar simpatías dentro de sectores ciudadanos volubles frente a la contingencia. Pero éste eventual daño tiene que ser constatado en lo que viene. En la coyuntura que penetramos, donde la naturaleza pública de la educación se ha puesto en jaque, los nuevos representantes del Movimiento Estudiantil enfrentarán el desafío de tensionar y neutralizar la decisión del TC. Para esto el diseño político y la disciplina en el despliegue serán claves. Hay que estar atentos.
Por Óscar Fernández, asesor político estratégico