El gobierno francés ha decidido ayudar a los dos constructores de automóviles Peugeot y Renault con un préstamo de seis mil quinientos millones de euros. Este simple hecho tira por tierra todos los discursos que pretenden excluir al Estado de la vida económica para afirmar la sacrosanta ley del mercado.
Lo que no es obstáculo para que la Comisión de Bruselas y el gobierno alemán pongan el grito en el cielo acusando a Francia de proteccionismo y de poner en peligro la no menos intocable libre competencia.
Poco importa que la principal actividad de los bancos centrales europeos consista en estos días en rescatar con dinero público todo el sistema financiero, y que al respecto la citada Comisión no diga esta boca es mía.
Cuando se trata de la llamada «economía real», esa que produce, crea empleos y le distribuye poder adquisitivo al personal, los lobos aúllan a la muerte. Pero cuando se trata de los especuladores que no solo no le prestan ningún servicio a la economía real sino que además se auto arrogan el derecho de sacar de ella rentabilidades extravagantes sin producir nada… el silencio es ensordecedor.
Todo esto nos lleva a constatar con estupor que las conquistas sociales, el papel estabilizador del Estado en la economía, la regulación de los mercados financieros y todo lo que tenga que ver con la sensatez es revisable, reversible, alterable, puede ser llevado a un statu quo ante, retrotraído a la Edad Media o derechamente a la edad de piedra, mientras que lo que el mundillo de las finanzas ha logrado imponer por cojones es definitivo, irreversible, tabú, no se toca. Si uno quisiera ponerlo en el lenguaje que conviene… es caca. Para quienes sufren las consecuencias desde luego.
Pues bien, Obama en los EEUU y algunos gobernantes europeos en el viejo continente se pasan las leyes del libre mercado por el género cuando se trata de salvar sus tambaleantes economías. No porque sean socialistas, progresistas, keynesianos o marxistas, sino porque ante el cagazo mega galáctico que dejó el neoliberalismo hay que actuar utilizando las herramientas que ya probaron su eficacia en las crisis anteriores. Esas crisis que generó el “libre mercado” cuya “eficiencia” en la asignación de recursos en la economía sigue siendo materia de fe para algunos mentecatos.
Un distinguido patriota, que en su día fue honrado con el dudoso título de “The Economist”, reconoce en la nueva edición actualizada de su opus “El tiempo de las turbulencias” que toda su pretendida ciencia no servía de nada. Y le agrega al libro un capítulo cuyo título lo dice todo: “No alcanzaremos jamás la perfección en la gestión del riesgo”.
Alan Greenspan, presidente de la FED durante 18 años y gran demiurgo del circo financiero que provocó la crisis en curso, debe reconocer que toda su fe en la finanza de mercado, libre de toda regulación, no conduce sino al desastre. No obstante, el tipo del cual se dijo que con solo una palabra podía hacer temblar los mercados planetarios, de lo alto de su augusta estupidez termina su libro implorando que “las reformas y ajustes que afecten la estructura de los mercados no lleguen a entrabar (…) la flexibilidad de los mercados y la libre competencia”.
A Alan Greenspan no le bastó con ser corresponsable de la pérdida de millones de empleos, de la destrucción de decenas de billones de dólares de valores bursátiles (admitiendo que estos sean “valores”), de la quiebra de decenas de los bancos más importantes del mundo, del hundimiento del sistema financiero internacional, de la pérdida de confianza que transformó los tradicionales mercados en que se encuentran vendedores y compradores en una estampida hacia la liquidez que suprimió los segundos y solo dejó a los primeros.
Tú te preguntas de qué sirve que Greenspan se pregunte “¿Cómo pudimos equivocarnos a ese punto?”, si luego reafirma su fe irracional en el mercado…
Proteccionismo. He ahí una palabra grosera. Un taco, una blasfemia, una palabrota, un garabato para decirlo en chileno.
En los meses que siguen, a pesar de la aparente calma que reina en la copia feliz del edén, tendrás que acostumbrarte a oír palabrotas como esa. Y volverás a escuchar expresiones como “nacionalización”, “disturbios sociales”, “lucha de clases”, “minoría privilegiada”, “explotadores”, “imperialismo”, “bancos usureros” y otros tan divertidos como los que te cuento.
Porque a la hora de defender sus privilegios, la ínfima minoría que se lleva la parte del león de la riqueza nacional deberá enfrentar al pueblo de Chile en rebeldía. Dije rebeldía, no en actitud mariconcitamente díscola, sino en rebeldía. Con el perdón de mis amigos maricones y de algún díscolo asumido.
por Luis Casado