La dinamización de los procesos de integración regional en estas dos últimas décadas, no solo se relaciona con la apertura financiera y el crecimiento del comercio internacional, sino más bien con una tendencia a democratizar desde el campo de la organización de la sociedad civil, aquellas demandas relacionadas con el manejo y defensa de los derechos humanos, la preservación del medio ambiente o la protección del patrimonio cultural. Aspectos que se vinculan de forma directa, con la oposición pacífica (resistencia) del pueblo mapuche.
Esta suerte de reconocimiento de la sociedad civil (expresión que comprende un sistema de asociaciones auto-reguladas, descentralizadas y voluntarias, organizadas en forma autónoma del Estado) configura una nueva clase de relación en el tejido comunitario. Una relación en que la comunidad se esfuerza por ofrecer, criterios útiles para resolver problemáticas que afectan la calidad de vida y autonomía de la persona, acentuando el compromiso y responsabilidad en la intervención de los gobiernos de turno sobre dichos asuntos.
Ahora bien, en la actualidad el reconocimiento viene a desplazar el término de justicia (desde una perspectiva filosófica/política). Este concepto, pese a nacer originalmente en el campo jurídico para equiparar el principio de igualdad, progresivamente ha contribuido a la formación de un nuevo tipo de discurso social, el de la lucha por el reconocimiento del otro. De este modo expone el filósofo alemán Axel Honneth:
Reconocimiento en su origen es un concepto jurídico. En la sociedad burguesa llega a equiparar al principio de igualdad. Para Kant el derecho es la condición por la cual la libertad del uno es compatible con la libertad del otro, lo que implica un reconocimiento del otro como por principio igual a mí, equivalente y de la misma categoría. Así reconocimiento es para el filósofo alemán la base de la convivencia en la sociedad y fundamento de la moral. Con Hegel el concepto se dinamizó como lucha por el reconocimiento, una lucha a muerte, paradigmática en la relación entre amo y esclavo.
Esta construcción imaginaria, a propósito de la aparición y desarrollo del concepto de bioética (acuñado por el filósofo Fritz Jahr y elaborado por el Dr. V. R. Potter), no es más que una representación discursiva de las relaciones entre el sujeto y el poder (en las formas multidimensionales debidamente registradas por Michel Foucault). De esta forma, la hegemonía en el discurso mediático y político, es responsable directa del proceso de producción de subjetividades deshabitadas o que no tienen arraigo comunitario. Cuestión central para el manejo global de la circulación de bienes culturales.
A pesar de ello, la dimensión simbólica en que se sitúa la cosmovisión indígena no admite reduccionismos de ninguna especie. Su horizonte supera la esfera política contemporánea y cualquier tipo de asimilación ético-jurídica que tienda a dar garantía al principio de igualdad como núcleo del estado de derecho democrático (como sostuviese el filósofo alemán Jürgen Habermas).
Así pues, las reglas que aspiran universalizar los conceptos propicios para la generación de conocimiento lineal (como el que tiene lugar en la globalización mercantil) carecen de valor en el contexto de la resistencia identitaria de la comunidad indígena. En este sentido, la indianidad no rechaza los conflictos y contradicciones sociales y por lo tanto no es ajena ni está en contra de una dialéctica social; pero, debido a su raigambre comunitaria y a su pasado cultural y aún actual, en la sociedad tribal pre-clasista o no-clasista, no acepta la dialéctica en la naturaleza o, en el mejor de los casos, la ve como una dialéctica de contradicciones no antagónicas. La indianidad mira el cosmos como orgánicamente relacionado y ordenado, existe un “orden cósmico” (Palabras del antropólogo Bernardo Berdichewsky). De tal modo que la respuesta a los problemas de la humanidad, desde una perspectiva indígena, no podría encontrarse al margen de la conciencia interior que habita en lo profundo de cada ser y lo conecta con su naturaleza.
Por esta razón, la modernidad como una respuesta que viene dada desde el exterior, es decir que precede a la experiencia propia, no resulta más que contradictoria e insignificante para estas comunidades. Así pues, el filosofo Rodolfo Kusch nos invita a sentirnos conectados con el estar, con nuestro entorno más intimo y ¿Por qué no?, con lo profundo de cada ser. Entender esta dimensión es familiarizarse con la experiencia y espacio del otro. Ese otro que constituye una identidad que trasciende la estética moderna para retorna al origen.
Por Cristhián G. Palma Bobadilla
Aportando a la Reconstrucción y Autonomía Mapuche
(Texto completo en ecoportal.net/ revista electrónica Ambiente y Sociedad)