Indican que las recientes protestas multitudinarias y simultáneas en las diferentes ciudades de los EE.UU., y en otras ciudades del mundo, a raíz del asesinato público de George Floyd por el agente policial Derek Chauvin de Minneapolis, son comparables con las protestas ocurridas ante el asesinato de Martin Luther King, hace cinco décadas atrás.
En plena pandemia de la Covid-19, y muy a pesar de los más de 100 mil norteamericanos muertos por esta enfermedad viral, miles de personas se apoderan de las calles para protestar “exigiendo justicia”.
Destruyen y saquean los negocios locales, queman estaciones y patrullas policiales, golpean a los agentes policiales, al límite de rebasarlos, y obligar a la Guardia Nacional a salir a “poner orden”.
En este momento, los anunciados planes de la desescalada frente a la Covid-19 en los EE.UU., quedan en segundo orden. El país entero está centrado en cómo tranquilizar las protestas, y volver a la calma.
En los EE.UU., que la policía asesine a un “negro” es una cotidianidad casi irrelevante. Según datos de Democracy Now, desde 2015 a la fecha, 5 mil estadounidenses fueron asesinados por la policía, y la mayoría de las víctimas son afroestadounidenses. “La violencia policial es una de las principales causas de muerte de los jóvenes de color”, concluye Amy Goodman.
El racismo contra la población afroestadounidense (13% del total de la población del país) es una constante en la historia norteamericana. El racismo es el hermano siamés del Estado norteamericano y de todas sus instituciones.
La población norteamericana, con cerca de 50 millones personas subsistiendo en la mendicidad, comienza a incomodarse con la falacia del “desarrollo norteamericano”. Un pueblo puede ser ignorante, pero no toda la vida puede soportar ser maltratado como idiota por sus gobernantes. Peor aún cuando el “Estado profundo” actúa incluso contra la voluntad popular, tanto a nivel nacional como internacional.
Incendiar patrullas o estaciones policiales, arrastrar por los suelos a elementos policiales durante actos de protesta, en tiempos de pandemia, no son sólo acciones de repudio contra la Policía (como institución), sino contra el mismo Estado norteamericano.
La ciudadanía estadounidense está protestando en repudio contra “su” Estado guerrerista y antidemocrático. La Policía (el agente policial) es la presencia/materialización más inmediata del Estado en persona ante la ciudadanía.
El colapso moral y espiritual de las élites norteamericanas, evidentes en los últimos tiempos, impacta y afecta en el sentimiento estadounidense. Una identidad acostumbrada a ser vista/mimada como el referente mundial se desespera cuando siente que el sentimiento antinorteamericano crece en el resto del planeta. Y con este sentimiento antinorteamericano corre peligro el “privilegio gringo en el mundo”.
Tradicionalmente la ciudadanía norteamericana, a nivel general, fue y es una sociedad inactiva socialmente, bien portada, moderada. Siempre viviendo “en el derroche” a costa del sufrimiento de otros pueblos, aunque “sin saberlo”. Pero, al parecer el dolor y la incertidumbre, comienza a agudizarse también en la “sociedad desarrollada”. Por eso, ahora, aunque simbólicamente comienzan a apalear a sus instituciones corruptas, racistas y supremacistas.
Mañana, como ayer y hoy, en los EE.UU., el Estado seguirá asesinando impunemente a los negros, latinos, mujeres…. Lo que no sabemos es si la desbordante “convulsión social” expresada en los últimos días, frente al asesinato de Floyd, tomará alguna forma política y/o ideológica sostenible en el tiempo.