¡Que se vayan todos!

Pues ha sido esta pesadilla la que actualiza la consigna, poniéndola a la orden del día, en un país que no da para más

¡Que se vayan todos!

Autor: Marian Martinez

Hasta hace poco, parecía ser solo una consigna, un rayado más en la calle, un saludo al estallido social de la Argentina del 2001, ese que fue capaz de tumbar a tres presidentes de seguido. Crisis salvada en esa oportunidad por los Kirchner, quienes a fuerza de parches, estiraron un poco más la crisis del capitalismo a costa del sufrimiento del pueblo pobre y marginado.

Y aquí, en la antes larga y angosta faja de tierra, que ahora es cada vez más corta ajena y estrujada, larvadamente, y después de 30 años, nos estalla en la cara esta triple doble crisis… el trabajo de  las plantaciones que se enredaron  y salieron a tomarse la vida, las calles y nuestra  propia humanidad.  

¡No nos dimos cuenta!, exclamó una buena parte de partidos e intelectuales de izquierda.

Porque los gestores de ella fueron Piñera y toda esa parentela de miserables familias dueñas de todo Chile, también y por supuesto, los cuatro expresidentes, cuadrados con la construcción del capitalismo salvaje criollo y moderno.

Pues ha sido esta pesadilla la que actualiza la consigna, poniéndola a la orden del día, en un país que no da para más.

Crisis que es la suma de todas las crisis, resultado de todas sus ambiciones, corrupciones, represiones y despojos. De todos los responsables de haber aniquilado a un país con anhelos, en un territorio sin futuro, carcomido, transformado en carcasa muerta por un su modelo extractivista, depredador y de muerte de nuestra hermana naturaleza.

Dejándonos un campamento desolado, una zona declarada de guerra sanitaria social y política. Donde se come y se duerme solo para volver a trabajar. Sin murallas, pero una cárcel transformada en ciudad.

En una sociedad egocentrista, clasista y racial. Donde se sobrevive.

Una élite que invierte su riqueza en tecnología de control social y maquinaria de guerra. Con el fin de contenernos, vigilarnos, cegarnos, lanzarnos a los ríos como antaño. Con un cuerpo de carabinero en descomposición que nos apunta su licencia para matar en nuestro corazón, en cualquier esquina de cualquier barrio, de cualquier barrio pobre, de cualquier pueblo.

En su democracia del 6 %.

Con un Piñera zombi, mantenido con respiración artificial por la clase política, pataleando en su miserable 6 %. Cuidándolo para que no le suba la presión… de los de abajo.

Así el megalómano continúa dando charlas sobre derechos humanos, democracia, delincuencia, emigrantes y aluviones en el cajón del Maipo.

Frente a una fila de generales, jueces, senadores y diputados, jefes de partidos, farándula, alcaldes y ministros que se aferran con uñas y dientes a sus privilegios, fortuna, mando, usando el sello de la democracia, la república, la participación, los votos, el toque de queda, el estado de emergencia, excepción, control de identidad, etc.

En un país agotado, devastado, en una crisis sin fondo.

Por eso floreció esta consigna venida de otras calles y que ponen a América latina y a Chile con todos los semáforos en rojo.

¡Que se vayan todos!


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