Queridos amigos alemanes,
Vivo en Berlín desde hace años, los quiero y estimo como pueblo, pero me permito decir: a Berlusconi se lo merecen. Lo acepten o no, el ascenso de Berlusconi es también culpa de la política europea impuesta por Alemania. Berlusconi es su culpa, porque el Genio Político ha cabalgado la ola del disenso contra los nuevos impuestos debidos a la “austeridad”.
En Alemania se oyen, en general, dos tipos de comentarios. El primero es: “Pero cómo, ¿según tú, hay otra solución que la austeridad?”. El segundo es: “¿Cómo es que votan al político del Bunga Bunga?”. Son canciones pegadizas que invaden y monopolizan las primeras páginas de los periódicos, los estudios televisivos, las ondas de radio, las aulas universitarias y los café. Ay de mí, también el living de la casa. No se puede más.
Partamos de la primera pregunta. Sí, la austeridad es una idiotez. No resuelve el problema financiero principal, el de la sustentabilidad de la deuda pública. En Italia estamos con impuestos del 55 por ciento y la deuda sigue aumentando. Además, los impuestos están provocando contracción económica y desocupación, al punto que los jóvenes sin trabajos ya superan el 37 por ciento. ¿Qué pretenden: que un hombre que jamás ha trabajado sea capaz de rendir beneficios “mágicamente”? La austeridad no es sustentable. La contracción del deseo popular a un valor numérico lleva a la explosión del disenso.
Hay más. Un importante consejero demócrata, Larry Summers, ha recordado recientemente en CNN que las zonas de los Estados Unidos que se han recuperado mejor son aquellas que han recibido mayores ayudas durante la crisis. ¿Por qué lo que funciona en Norteamérica no debería funcionar aquí? ¿Por qué una zona en crisis debe ponerse a aumentar los impuestos? ¿Pero qué están intentando vender?
Porque los impuestos aumentados impiden el cambio. ¿Cómo se puede pretender “reformar” a un país que está en extremidades económicas? ¿Piensan que un pueblo que elige como líderes a Berlusconi y Beppe Grillo (que a esta altura merece sumo respeto) es un pueblo que se deja reformar? ¿Que acepta la reducción de los derechos laborales? ¿Qué acepta disminuir más las protecciones y las jubilaciones? El líder favorito de los alemanes, Mario Monti, se ha llevado a casa un mísero 10 por ciento. Tiene que haber un motivo.
Berlusconi es un voto contra Alemania también porque a esta altura demasiados italianos han entendido, o están convencidos de haber entendido, el “truco del euro”. Alemania es un país maravilloso e industrialmente excepcional, pero los beneficios que está extrayendo de la moneda única son totalmente desproporcionados respecto de los méritos reales. Si la desocupación en el Sur de Alemania está debajo del 4 por ciento (algo jamás visto) mientras que en España está en el 26 por ciento, significa que hay problemas estructurales, y el problema estructural se llama euro. El euro ha implicado una guerra de valor que parece tener vencedores y vencidos. Se lee en los números: desde el estallido de la crisis, Alemania es la única gran economía europea en la que la desocupación ha disminuido. En Francia, Italia, Grecia y España ha aumentado, sobre todo entre los jóvenes.
Llegados a este punto, es tiempo de construir la paz. Hace falta pensar en Italia y el Sur de Europa como en la Rusia de los años 90: por entonces, Bill Clinton, junto con la secretaria de Estado Madeleine Albright, se lanzó al ataque del país en crisis y rehusó gastar dinero para estabilizar el rublo. Fue por este error, con la “faltante asignación de un rol político a Rusia”, que el nacionalismo resurgió.
Es el mismo fenómeno que se está verificando actualmente en Italia: Berlusconi y Beppe Grillo tienen en sí fuertes elementos maximalistas y nacionalistas justamente porque los italianos sienten que no tienen un rol político aparte de aquel de pagadores de impuestos. Ustedes lo han vivido en carne propia: después de la I Guerra Mundial, el Plan Young los forzó a draconianas indemnizaciones de guerra, con una escalada político-social que se convirtió en terreno fértil para los extremismos políticos. Grillo es un nazi (por favor, lo contrario), pero, igual, es un movimiento de reacción y ruptura, cuyo efecto es aún impredecible, sea positivo o negativo. Ciertamente, no es filo-alemán, o internacionalista. De Berlusconi y su escepticismo europeo se sabe ya suficiente.
A esta altura, sólo queda hablar de Bunga Bunga. Los alemanes y todos los extranjeros que critican el Bunga Bunga favorecen a Berlusconi. Porque a los italianos, o al menos a aquellos que lo votan, les importa un cuerno el Bunga Bunga. Piensan que esta obsesión alemana por las fiestas presidenciales esconde intereses nacionales. Piensan que los alemanes atacan a Berlusconi porque lo hallan políticamente incómodo. Los alemanes critican a Berlusconi porque está en su interés hacerlo. Y llegados a este punto, los italianos prefieren votarlo para fastidiarlos. Toma.
Queridos alemanes, siguen sosteniendo que no se puede votar a alguien que practica el Bunga Bunga, y está bien. Pero traten de hacer un esfuerzo adicional: pregúntense por qué los italianos votan a Berlusconi. Concéntrense en los motivos de su éxito, no en el hecho de que el Bunga Bunga es tan malo.
Aprenderán mucho sobre nuestro pueblo y, quizás, también sobre el modo en que Alemania se relaciona con el mundo.
Suyo,
Stefano Casertano
Investigador principal en el Instituto para la Sociedad de Brandenburgo y la Seguridad (www.bigs-potsdam.org). Es columnista de The Linkiesta.it Europea, y Finanza & Mercati