A mi que no me hablen de nuevas mayorías, ni de binominal ni de constituyente, ni siquiera me salgan con el cuentito ese de la educación gratuita. Yo soy de los que llaman resentidos, los ayer torturados, las hoy toqueteadas, todas y todos en lúgubres comisarías del gobierno de turno, los humillados por las pensiones de hambre, las temporeras en condición de esclavitud, los de ese Chile “añejo” del ¿Dónde Están?! y el taquillero “Muerte al Capital”.
Mientras este nuevo Chile (inclusivo, buena onda, igualitario, progre) no se funde en la verdad, y en la dignidad del pueblo, a mi, por favor, pónganme del lado del enemigo de las democracias y, sobre todo, del Estado.
A mi, mi mamá me contó que la cosa era más o menos así:
En octubre de 1988, apenas triunfado el NO (con Gael García incluido), Raúl Pellegrin, próximo a cumplir 30 años, a cargo de un grupo de alrededor de 1000 mujeres y hombres repartidos en el país, que durante los últimos 5 años habían asolado a la dictadura y devuelto un poco de la dignidad al pueblo, con golpes de audacia que contaban un intento de magnicidio, una internación masiva de armas, asaltos populares en las poblaciones para repartir mercadería, una masacre represiva en contra, apagones y acciones de autodefensa y ataque coordinadas en las protestas, y, en fin, supongo que una cierta “mística revolucionaria”, entre otros datos; Raúl Pellegrin con sus mil hombres y mujeres, luego de romper relaciones con el Partido Conformista (el nombre lo dice todo), llegaba a una conclusión táctica errada. Supongo un momento de profunda reflexión, cuando la dictadura reconocía el triunfo de la Concertación en las urnas, invalidando el factor explosivo de rabia que hubiera tenido en las masas populares el fraude electoral.
Debatiéndose en las contradictorias situaciones que se encontraba, decidió seguir adelante con su idea de Declararle la Guerra, Patriótica y Nacional, al Estado de Chile. Para arengar a sus compañeros, en alguna de las reuniones que tuvo entre el 5 de octubre y el 21 del mismo mes, les dijo lo siguiente:
“… ahora con esta democracia naciente que viene a disfrazar la dictadura y sus crímenes, se avecinan tiempos difíciles para los revolucionarios, intentarán destruirnos, el enemigo nos cercará, nos aniquilará, destruirá nuestra logística y las comunicaciones, mellarán nuestra confianza, nuestra moral, intentarán aislarnos del pueblo. Intentarán perpetuar su modelo de dominación económica y política, intentarán maquillar y legitimar la esencia de un sistema injusto y criminal. En ese difícil escenario que se avecina, quedaremos muchas veces aislados, sin provisiones, sin medios, cercados, agobiados, muchos de nosotros posiblemente caeremos. Sin embargo, en este difícil momento se define el carácter histórico de nuestra lucha, no debemos dejar de luchar, mantener la lucha irrenunciable del pueblo por la dignidad y la justicia.”
Y se fue pa la cordillera
A pesar de ser “buena la idea”, de su propia condición de militar formado en los mejores años del intento al socialismo en Cuba, y fogueado en el Triunfo Sandinista del ’79 en Nicaragüa, se cometen ciertos errores que, a la postre, han sido imperdonables. Él y la flaca Tamara, brava combatiente y compañera, son capturados.
El Teniente del GOPE de Santiago, Mauricio Bezmalinovic, torturador reconocido por otros detenidos por su actitud psicopática, junto a Julio Acosta, Juan Rivera y Walther Soto, y otros 56 defectivos de Carabineros, los torturan durante tiempo indefinido, entre 24 y 48 horas seguidas, hasta que los matan. Luego lanzan sus cuerpos al río Tinguiririca, donde (al menos en agua limpia de nuestra cordillera) probablemente ambos dieron sus últimos suspiros.
Los resultados de la autopsia, los peritajes, careos, diligencias, y todas esas palabras que usan los abogados, han formado la convicción (reconocida incluso por el ministro en visita Raúl Mera) de que se aplicó electricidad, se dieron constantes golpizas con mano y armas, en fin, todo lo que usted quiera para satisfacer el morbo, para luego de dejarlos a ambos en condición de agonía, momento en que son vestidos y lanzados al río, donde no se movieron mucho, y fueron encontrados en los días siguientes por lugareños. Estas acciones fueron aplicadas por estos hombres, Bezmalinovic, Rivera, Acosta, Soto, a este hombre, Raúl Pellegrin, y a esta mujer, Cecilia Magni. Durante todo el juicio, han jurado total inocencia, negando cualquier participación en los hechos. Eso, y que no exista una foto firmada por los 5 mientras torturaban a un hombre y una mujer en la cordillera de la sexta región, son lo único a su favor.
Luego de 25 años, de innumerables cierres del caso, reaperturas del caso, pruebas y más pruebas, la injusticia ha llegado a la convicción de que no habían pruebas suficientes (o sea, los signos de aplicación de corriente en los tejidos no tienen explicación, pero no tienen por qué relacionarse con la presencia de un torturador que le pone corriente a sus detenidos), por lo que cruzaron el río y se ahogaron. Absueltos todos. Ahora sigamos con la campaña por favor.
A pesar de tener un museo, en nuestro país la memoria es demasiado frágil. Bastan unos años, para que nos sintamos sorprendidos por la violencia con que actúan las fuerzas represivas. “Nunca había visto a los pacos así de desbocados”, me dijeron a propósito de una de las ya casi rutinarias marchas en Santiago. Y esos carteles que cargan con dignidad incombustible las mujeres chilenas, esas fotos en blanco y negro de gente que no tiene aspecto de héroe, que no se parece ni a Camiroaga ni al Benja Vicuña, pero que dieron cara en momentos que hoy, frente a zorrillos y guanacos, no podemos siquiera imaginar. Esas viejas fotos que nos gritan en silencio que no olvidemos, que los culpables son los mismos que hoy visten cómodos ropajes democráticos, que repudian la violencia en las protestas (mientras manosean a las liceanas en las comisarías); esas fotos las llevo en el pecho cuando tiro la piedra, cuando me organizo con mis vecinos y cuando me como la rabia de escuchar que “no queremos más división, queremos un Chile inclusivo, sin los viejos problemas de izquierda y derecha” y una larga lista de etcéteras. Harto bien habría hecho para “la reconciliación” ver al entonces ministro Allamand con el mismo ímpetu y contando con los mismos recursos desplegados en la búsqueda de un animador de televisión (nada contra la familia del Halcón) que para encontrar los restos de Víctor Díaz y otros miles de chilenos lanzados al mar por la dictadura. ¿O habrá que pedirle a las siete familias que son dueñas del mar en Chile, permiso para buscar a nuestros muertos?
Antes de seguir con la alegría de bailar Thriller en La Moneda, hacer actos culturales, videos y carteles bonitos, me van a perdonar, pero me veo en la necesidad urgente de poner la nota amarga, esa que llevamos millones de chilenos que nos negamos a pensar que la dictadura “es un problema que tuvieron nuestros padres y abuelos”, que nos reconocemos en nuestras luchas como un continuo histórico en pos de la felicidad del pueblo. La amargura de los que repetimos, incansablemente, que no podemos perdonar si no hay a quién (porque “nadie fue”), si se niega lo ocurrido.
En Chile, hace casi 40 años, para impedir el desarrollo de un gobierno popular, las fuerzas armadas aliadas con los grupos de poder económico y la derecha política, dieron un golpe de Estado, y todos esos que hoy sonreímos a las fotos y salimos en los afiches y llenamos las calles del país entero, los que luchamos por salud, vivienda y educación dignas, por la auténtica soberanía de nuestros recursos naturales, por salarios justos y control obrero de la producción; esos mismos fuimos asesinados, encarcelados, torturados, desterrados, aterrorizados por la violencia feroz de los perros del poder. (Si lo anterior no fue suficiente para afectarlo, ponga una foto de Camila Vallejo o Giorgio Jackson en un ¿Dónde Están? y verá que le da pena). Cuando se terminó de amarrar el sistema económico, hace 25 años, ya los muertos fueron menos, los torturados más y luego del garrote un poco de zanahoria. La dictadura siguió, pero nos dieron a elegir entre la derecha y la ultraderecha para administrar el modelo.
Los muertos, los derrotados, los ellos, somos nosotros hoy y ayer y mañana. Mientras este país no se levante con la frente en alto, reconociendo sus raíces en la verdad, en la justicia y la dignidad de la mujer y del hombre, no hay alegría que me valga. Ni la que nunca llegó ni la que quieren traer. Los cambios que enfrentamos, no van a significar nada si la raíz, aquello que nutre todo nuestro devenir, está podrida por la impunidad, la desmemoria. Yo quiero, como dijo el finado, creer que “pondremos la dignidad de Chile tan alta como la Cordillera”, pero hoy, esa cordillera está, en todas las acepciones de la palabra, Indignada. Construyamos esa dignidad, todos invitados, juntos sale mejor.
P.D.1: Lástima eso si, que mi prima no sea candidata a presidente (ahora que la cosa es con mujeres de papá famoso, es su oportunidad), porque en este país para investigar asesinatos hay que ser premio Nobel, diplomático o Presidente. Pero mejor, porque mi prima es morenita, y las candidatas tienen que ser rubias.
P.D. 2: A Mauricio Bezmalinovich; a Juan Rivera, Walter Soto y Julio Acosta, no crean que van a pasar piola. Hasta el fin del mundo los vamos a ir a buscar, y donde vivan, trabajen o pasen sus vacaciones, donde se quieran esconder, vamos a denunciar a los cuatro vientos que son asesinos, torturadores, menos que hombres, que sólo deshonra pueden transmitir a su descendencia. Que son animales despreciables que no merecen ni la bala que bien les haría justicia.
Por Roberto Bermúdez Pellegrin