El poder es para servir a los demás. Es para regir, dirigir y corregir. Cuando el poder se ejerce para imponer miedo, se convierte en abuso.
El abuso de poder de la jerarquía de la Iglesia Católica se encuentra en la distancia existente entre los consagrados y el Evangelio.
Mateo 23, 1-12, señala: “no hacen lo que dicen”. El mayor pecado es la incoherencia. El poder que ejerce la jerarquía es abuso y, por tanto, carece de autoridad, porque la verdadera autoridad es moral.
Agrega San Mateo: “Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen sobre las espaldas de la gente; pero ellos no mueven un dedo para llevarlas”. Es innegable que agobian con exigencias y no favorecen la comprensión y acogida del Evangelio.
“Todo lo hacen para que los vea la gente”: actúan en base a la conveniencia y no sobre lo que se debe hacer.
“Les gusta el primer puesto y que les saluden por la calle y los llamen maestros”: buscan ser tratados de manera especial y se hacen llamar “superiores”.
En la incoherencia entre el decir y el hacer está la raíz del abuso de poder de los obispos y de los consagrados.
Abuso de conciencia:
La institución eclesiástica está impregnada de autoritarismo y, por tanto, se ha desarrollado sobre relaciones de carácter sadomasoquistas. Estas desembocan en personalidades neuróticas, que confunden el amor con la subordinación. Las personalidades autoritarias no aceptan la libertad ni la igualdad. Tienen miedo de la libertad.
La obediencia al “superior” conduce a la pérdida de la originalidad, de la creatividad, de la propia identidad, porque quienes se atreven a pensar por sí mismos son marginados y condenados.
Es éste uno de los motivos por los que la historia ha pasado por el lado y por encima de la Iglesia: la ciencia moderna, la teoría heliocéntrica, la revolución industrial, la Revolución Francesa, el movimiento obrero, las grandes revoluciones sociales, la teoría de la evolución, el sicoanálisis, el liberalismo, la democracia, los derechos humanos, etc… Y hoy, la Iglesia se ha opuesto al movimiento feminista y ha perdido a las mujeres, así como a las minorías sexuales y a la juventud.
La Iglesia ha negado los innegables aportes de la modernidad a la humanización: la libertad de conciencia, que es irreductible a presiones exteriores. La historicidad del hombre. El orden social es fruto de acuerdos humanos, por lo que no es concebible como realidad natural ni proveniente de la voluntad divina que lo sacraliza. Existe una interdependencia universal que incluye la unificación de la historia, esto es, que la “historia de la salvación” no es independiente de la”historia humana”. El desarrollo del conocimiento ha permitido un gran dominio sobre la realidad. Etc., etc., etc.
La Iglesia ha permanecido impermeable al desarrollo de la razón (aún hasta hoy, a cincuenta años del Concilio Ecuménico Vaticano II) y ha insistido en la manipulación de las conciencias, impidiendo que las personas desarrollen sus capacidades y se autorrealicen.
Abuso sexual:
La encuesta PUC-Adimark 2017 ha señalado que el 59% de la población de Chile se declara católica. El mismo sondeo de 2006 arrojaba un 70%. También en 2017, sólo un 26% de padres de familia aceptaría que sus hijos se eduquen en colegios católicos.
¿Por qué? Porque los abusos sexuales contra menores provienen desde hace muchos años y siempre han sido encubiertos. La Iglesia ha reaccionado sólo frente a investigaciones periodísticas, demandas económicas y denuncias de víctimas de clase alta. Y hasta hoy continúan los encubrimientos.
La forma de vida de los consagrados basada en relaciones sadomasoquistas, siempre subordinados al “superior”, inevitablemente conduce al estrés y a un desgaste emocional que irrumpe con violencia y frente a cualquier objeto que satisfaga las necesidades afectivas y sexuales.
La soledad y el permanente engaño hacia sí mismos y hacia los demás, atenta contra la salud mental y ésta no es supervisada en relación a las actividades pastorales y de acompañamiento espiritual.
La soledad y la constante amenaza de ser descubierto y de castigo contribuyen a los desequilibrios síquicos que conducen a los abusos. La sexualidad negada, temida, reprimida, desemboca en patologías. Es éste un tema que nunca la Iglesia ha asumido con seriedad, con respeto y en profundidad. Lo señalado puede ser discutible, pero no puede continuar ocultándose frente a la extensión de los delitos sexuales realizados por eclesiásticos en todo el mundo.
II La Iglesia Católica en Chile
A inicios del siglo XX, la clase obrera se había organizado. También se había formado una clase media ilustrada. Ambos sectores se desarrollaron al margen y con la oposición de la Iglesia Católica, que convivía y se identificaba con la oligarquía, representada por el Partido Conservador y que derrochaba las rentas del salitre.
En medio de grandes y diversos avatares sociales y políticos, el entonces presidente Arturo Alessandri y el arzobispo de Santiago Crescente Errázuriz gestionaron la separación entre la Iglesia y el Estado. Visualizando los signos de los tiempos y anticipándose al Concilio Vaticano II, Crescente Errázuriz concordó con las necesarias reformas sociales, deslindó los ámbitos entre el Partido Conservador y la Iglesia, prohibió la participación del clero en partidos políticos e insistió en dar educación y cultura cívica al pueblo. Es así como la Constitución de 1925 garantizó “la manifestación de todas las creencias, la libertad de conciencia y el ejercicio de todos los cultos”.
Una vez promulgada la Constitución de 1925, Crescente Errázuriz y todo el episcopado declararon: “El Estado se separa, en Chile, de la Iglesia; pero la Iglesia no se separará del Estado y permanecerá pronta a servirlo; a atender el bien del pueblo; a procurar el orden social; a acudir en ayuda de todos, sin exceptuar a sus adversarios, en los momentos de angustia en que todos suelen, durante las grandes perturbaciones sociales, acordarse de ella y pedirle auxilio”.
Desde entonces, la Iglesia Católica buscó formas de presencia en la sociedad que se democratizaba. El episcopado, desde 1932, organizó las relaciones con el Estado, siendo garante de identidad, simultáneamente que propiciaba el compromiso social y político de los católicos.
En noviembre de 1952 se constituyó la Conferencia Episcopal que se caracterizó por ser el pilar de la presencia de la Iglesia en la sociedad chilena. Legitimó el pluralismo tanto en la sociedad como entre los católicos. Estableció la identidad católica en una doctrina expresada en acciones sociales y en búsqueda de la justicia. Fue siempre explícita en su opción por el desarrollo y por la democracia, a tal punto de haber implementado la Reforma Agraria para asegurar la soberanía alimentaria.
Los documentos del episcopado eran piezas maestras por su contenido de profundidad evangélica e intelectual.
A modo de ejemplos: “La Iglesia y el problema del campesinado chileno” (1961). “El deber social y político en la hora presente”. (1962). “Chile, voluntad de ser” (1968).
La defensa de los derechos humanos durante la dictadura militar-empresarial (1973-1990) no fue sino un paso natural de la Iglesia. Se hizo lo que tenía que hacer por mandato evangélico.
Ya en el 1963, aún sin haber concluido el Concilio Vaticano II, el Sínodo de Santiago, con su sabio e inolvidable lema: “Iglesia de Santiago: ¿qué dices de ti misma?”, trajo el “aire fresco” del “aggiornamento”. Es así como la Iglesia respaldó la reforma universitaria; fomentó las organizaciones sociales: extendió el sistema cooperativo: implementó y participó en las campañas de alfabetización; Etc., etc., etc.
Con el Concilio Vaticano II, la Iglesia había retornado a la Sagrada Escritura y había incorporado los valores de la modernidad, haciéndolos propios de la doctrina cristiana.
Nos enorgullecíamos de los obispos: respetuosos, honestos, inteligentes, cultos, cercanos, abiertos a auscultar los signos de los tiempos. La sociedad chilena los reconocía como autoridades morales y eran respetados por todos y todos agradecían sus orientaciones y acciones.
¿Cómo ha sido posible haber llegado a la actual situación de “dolor y vergüenza”?
Pareciera que los “pastores” olvidaron el significado de la evangelización e ignoraron que ésta también comprende la promoción humana. El afán de poder, compensatorio respecto de sus carencias afectivas, distanció a los consagrados del Pueblo de Dios y, en particular, de los cristianos conscientes de que la fe se expresa en obras de justicia.
En Chile, al finalizar la dictadura militar, los dirigentes de la Concertación de Partidos por la Democracia negociaron con las FFAA y el gran empresariado: se mantiene la Constitución de 1980. Continúa la política económica de libre mercado. Se consagra la impunidad de Pinochet. Paralelamente, el “aporte” de la Iglesia al “punto final” fue el “retorno a las funciones que le son propias”, de acuerdo a los dichos del entonces cardenal Carlos Oviedo. Y de esta manera, la Iglesia contribuyó a la desarticulación del tejido social. Y la pastoral social y el rol de los laicos se debieron traducir en obras asistencialistas, cumpliendo así el lugar que el neoliberalismo ha asignado a las iglesias: recoger los cadáveres que va dejando el sistema financiero internacional. Porque la decisión de los obispos se enmarcó en la articulación entre George W. Busch, Margaret Thatcher y Juan Pablo II en torno a la implementación del “capitalismo salvaje” y hegemónico a nivel mundial. La Iglesia Católica desactivó el Concilio Ecuménico Vaticano II y la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968). Fueron violentamente reprimidos los teólogos de la liberación y los nombramientos de obispos recayeron en personas de una eclesiología preconciliar. Así se agudizó la institucionalidad vertical y autoritaria en todos los ámbitos: es éste el núcleo próximo de la crisis de hoy, tras el abuso de poder de autoridades sin control ni contrapeso: obispos lejanos castigando la disonancia, enjuiciando a quienes disienten, uniformando el pensamiento, ahogando las conciencias, obsesionados por el cuidado administrativo y por una moralina sexual anacrónica. En Chile, los principales protagonistas fueron el nuncio apostólico Angelo Sodano, el cardenal Jorge Medina y el párroco de El Bosque, Fernando Karadima, tres connotados partidarios del dictador Pinochet y “puente” con el gran empresariado.
Después de haber sido citados por el Papa Francisco, todos los obispos de Chile han renunciado a sus cargos, dejando la duda de si ha sido una afrenta hacia el Papa y así pretenderían ocultar en el colectivo sus responsabilidades personales. Pareciera que están esperando que pase el tiempo para dar vuelta la página. No han atendido a los signos de los tiempos ni a que nadie les puede respetar ni creer en sus palabras. No han comprendido que la Iglesia es el Pueblo de Dios al servicio de la humanidad, porque sus actitudes denotan que carecen de fe y que el poder autoritario les ha deformado la conciencia.
III La renovación que yo quiero: volver a las fuentes
En su visita a Chile, el Papa Francisco dijo a los obispos: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevo caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”.
De allí debe brotar la misión fundamental de la Iglesia, que es ayudar a buscar el sentido de la existencia, que cada vez que se encuentra hay que continuar buscándolo, porque el fin último es Dios. Pero, ¿cuál es el Dios de los cristianos? El Dios de los cristianos es el restaurador de la justicia a favor de los pobres y marginados. Ello implica la superación de la distancia entre lo “sagrado” y lo “humano”. Y si el Dios de los cristianos busca la justicia, sus seguidores debemos oponernos a todo sistema de vida excluyente.
¿De qué manera? En primer lugar, conociendo e interpretando la Palabra de Dios, la que nos orienta en el descubrimiento de los signos de los tiempos. Y para su interpretación al “lenguaje” contemporáneo y para aprender a “pensar en cristiano”, la teología y el magisterio poseen contenidos profundos.
A modo de ejemplo: “Laudato Sí” del Papa Francisco, “Sobre el cuidado de la casa común”, dice que la clave del auténtico desarrollo es la responsabilidad social. El desarrollo es moral y significa respeto a la persona. La responsabilidad social y el respeto a las personas son inseparables de la justicia, del compromiso social y de la paz interior, que supone la madurez y la razón.
Además, entre otros múltiples temas, señala que el agua es un derecho humano, dicho esto en un país en que el agua es privada.
Pablo VI, en “Populorum progresio” (“Sobre el desarrollo de los pueblos” (1967), se refiere al desarrollo integral, que no se limita al crecimiento económico. La propiedad privada de los medios de producción no es un derecho absoluto. La planificación de la sociedad es indispensable.
El mismo Papa, en 1971 publicó “Octogesima Adveniens” (“Igualdad y participación”), que define a la democracia como igualdad y participación.
“Evangelii Nuntiandi” (1975), “La evangelización del mundo contemporáneo”) insta a unir la fe y la cultura para renovar a la humanidad.
“Mater et magistra” (1961) de Juan XXIII, considera que la Doctrina Social de la Iglesia forma parte de la concepción cristiana de la vida. Insta a la implementación de la reforma agraria para alimentar a la humanidad.
“Pacem in terris” (1963) señala que la paz debe basarse en la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad. La Iglesia integra a su doctrina los derechos humanos. Valora los derechos de la mujer e indica que la autoridad debe tender a la búsqueda del bien común.
La Constitución Pastoral “Gaudium et spes” del Concilio Vaticano II (La Iglesia ante el mundo contemporáneo) señala que la Iglesia es solidaria con la humanidad y su historia y que la Iglesia es el Pueblo de Dios.
La Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968) dice que la paz es fruto de la justicia. Define a la educación como concientización. La Iglesia opta por los pobres y, como corolario, rompe su histórica ligazón con las oligarquías. E incorpora el concepto de pecado estructural.
Y Juan Pablo II, el 30 de diciembre de 1988, publica “Christifideles laici”, Exhortación apostólica sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo), donde insta a la formación de comunidades eclesiales de base, enfatiza los derechos humanos, la libertad de conciencia y la ineludible participación del laico en política.
Pareciera que los obispos y los consagrados se encuentran en condiciones de analfabetismo de lo que se dicen expertos. Se ratifica la cita inicial del presente texto: “no hacen lo que dicen”. (Mt. 23,1).
¿Qué Iglesia quiero, tras el juicio y el castigo a los que han cometido delitos y a los que los han encubierto?
Hago mías las palabras del Papa Francisco, que ha retomado la agenda de Juan XXIII, del Concilio Ecuménico Vaticano II, de la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Medellín) deseando una reforma de la Iglesia, tanto personal como estructural:
De una Iglesia poderosa y distante… a una Iglesia pobre, sencilla, cercana y acogedora, que promueva la cultura del encuentro y la justicia.
De una Iglesia moralista, obsesionada por el aborto, el control de natalidad, el matrimonio homosexual… a una Iglesia que se centra en Jesús y anuncia su alegre buena noticia de liberación.
De una Iglesia centrada en el pecado… a una Iglesia de la misericordia de Dios, de la ternura, de la compasión, hospital de campaña que cure heridas y cuide de la creación.
De una Iglesia centrada en ella misma y preocupada por el proselitismo… a una Iglesia de los pobres, preocupada ante todo por el dolor y el sufrimiento humanos, la guerra, al hambre, la cesantía juvenil.
De una Iglesia encerrada en sí misma y que espera que vengan los otros… a una Iglesia que sale a la calle, va a los márgenes sociales y existenciales, a las fronteras, aún con riesgo que tener accidentes.
De una Iglesia que discrimina a los que piensan diferente, a los diversos, a los otros… a una Iglesia que respeta a los que siguen su propia conciencia, a las otras Iglesias y otras religiones, a los ateos, a los homosexuales, que dialoga con los judíos, con los no creyentes, una Iglesia de puertas abiertas, atenta los nuevos signos de los tiempos.
De una Iglesia que añora el pasado… a una Iglesia que considera que el Concilio Vaticano II es irreversible, que hay que implementar sus intuiciones sobre la colegialidad, evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno, caminar en medio de las diferencias.
De una Iglesia con pastores encerrados en sus parroquias, clérigos de escritorio, que buscan hacer carrera… a pastores que huelan a oveja, que caminen al frente, detrás y en medio del pueblo.
De una Iglesia envejecida y triste… a una Iglesia joven y alegre, levadura y fermento en la sociedad, con la alegría y la libertad del Espíritu.
De una Iglesia piadosa, clerical, machista, monolítica, narcisista, sadomasoquista… a una Iglesia Casa y Pueblo de Dios, que respete la diversidad, donde jueguen un papel relevante los laicos, las mujeres, las familias.
Por Hervi Lara B.
Pastoral Juvenil de Vicaría Sur del Arzobispado de Santiago.
Colegio Don Bosco de La Cisterna. Sábado 29 de septiembre de 2018.