Si bien no cabe ninguna duda de que las primarias entre Boric y Jadue son importante para el proceso político en curso, tanto los discursos como los programas de las apuestas en juego no parecen interpretar genuinamente el espíritu de la revuelta, aún cuando recojan muchas de sus demandas. Uno de los grandes giros de la revuelta respecto de las lógicas políticas de las últimas décadas fue el protagonismo de los pueblos, los territorios y las organizaciones sociales, protagonismo congruente además con años de acumulación de descontento con los partidos políticos, y ni los candidatos ni sus programas proponen relevar y potenciar ese protagonismo, más allá de algunas vagas referencias a la participación en algunos ámbitos bastante acotados.
En ambos casos parece haber una lógica de un gobierno “para los pueblos”, pero claramente sin los pueblos, lo cual resulta altamente problemático respecto de una revuelta social que no solamente exige transformaciones significativas, sino también que sean los pueblos quienes lleven adelante esas transformaciones y no sus representantes. Evidentemente que esto no significa desconocer la incidencia de los partidos políticos, pero sí asumir la crisis en la que se encuentran y que resulta necesaria al menos una profunda reestructuración del sistema de representación y participación popular.
En este sentido, los primeros pasos de la Convención Constitucional, con todas sus limitaciones, parecen al menos abrir la posibilidad de ese debate. Pero en vez de aprovechar las condiciones que se están dando en la Convención y en las luchas que se mantienen en las calles y los territorios, las candidaturas solamente están apostando a tomar el control de la gobernabilidad dentro de los márgenes de un orden socio-político en pleno cambio, sin apostar con fuerza y convicción a una plena soberanía popular.
Las luchas sociales y políticas de los últimos años y la revuelta social han generado las condiciones para potenciar esta soberanía popular y el auto-gobierno de los pueblos, y por lo tanto no darle la relevancia que merece contribuye a mantener el orden que se declara querer transformar. En este sentido, las declaraciones a favor de desbordar los limites del proceso constituyente, cada vez más tibias por cierto, no parecen más que meras declaraciones de principio que no se materializan en los programas de gobierno. Y esto probablemente constituya un gran error, ya que en algún momento la pandemia y sus efectos en la movilización social se irán atenuando y la llama de la revuelta volverá a encenderse, y con más fuerza que antes debido a la brutal represión y la pésima gestión de la pandemia.
A la revuelta no le ganó ni el gobierno ni la represión ni el acuerdo del 15 de noviembre; a la revuelta la desmovilizó la pandemia, pero esa energía sigue ahí y sin duda volverá a desbordar los límites que se obstinan en poner los partidos, más allá de que en algunos casos esos limites sean algo más amplios y progresistas.
El proceso político en curso no comienza ni termina en las elecciones ni en la Convención, y uno de sus grandes amenazas es que las fuerzas políticas que se identifican, de más cerca o más lejos, con la revuelta, caigan en las tentaciones de la medida de lo posible y del ‘noeslaformismo’ para frenar las luchas sociales y desmovilizar, cooptar o incluso en algún momento generar nuevas modalidades de represión, tal como sucedió después de la dictadura con los gobiernos concertacionistas.
Lo peor que podría suceder es generar una nueva transición que no se corresponda con las demandas populares y establezca nuevos pactos de gobernabilidad a espaldas de los pueblos y los territorios. Un tremendo error histórico de la transición fue la expropiación de lo político por parte de los partidos en desmedro de un pueblo que transformaron en «gente» para desmovilizarlo y ponerlo de espectador de un proceso del cual había sido protagonista principal. No repitamos ese error, más aún cuando hay condiciones para superar esa lógica política y abrir ‘con todo sino pa qué’ el camino definitivo de la soberanía popular.
Por Roberto Fernández Droguett
Académico Universidad de Chile. Integrante del Programa Psicología Social de la Memoria y del Grupo de Trabajo Clacso Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia.