Entre los días 5 y 6 de enero de 2019 se realizó en el Santuario de San Alberto Hurtado la Primera Asamblea Nacional de Laicas y Laicos de Chile. El denominado Sínodo Laical ha buscado iniciar un proceso de diálogo y participación, en medio del análisis del actual estado de la Iglesia Católica en Chile. Las causas de la crisis son atribuidas al clericalismo, el abuso de poder, la indolencia de un amplio sector de los consagrados y la ausencia de conciencia crítica del laicado. En consecuencia, el Sínodo Laical ha sido convocado para iniciar la reconstrucción de una Iglesia devastada por pecados y delitos, buscando para aquello conformar una Iglesia de comunidades al servicio del desarrollo del Reino de Dios en Chile.
Los más de 350 participantes llegados desde todas la regiones del país afirmaron “soñar con una Iglesia de comunidades de base orantes, proféticas y liberadoras”, al mismo tiempo de ser activas expresiones de búsqueda de la justicia. Dicha Iglesia será “servidora, abierta al mundo, horizontal, diversa, participativa, inclusiva, con real protagonismo del laicado, especialmente de mujeres y de jóvenes”. Para alcanzar estos objetivos, el Sínodo Laical se ha comprometido a trabajar en la modificación de la estructura de poder a través de la participación de los laicos en la toma de decisiones; a enfatizar la participación de la mujer; a fortalecer y renovar los procesos de formación del Pueblo de Dios; a erradicar la cultura del abuso de poder; a establecer justicia y reparación a las víctimas de los abusos; y a crear ambientes seguros en los ámbitos eclesiales.
El Encuentro Sinodal ha sido autoconvocado, caracterizándose por constituirse como punto de partida y de apertura a la inclusión en la Iglesia, sumándose también el pluralismo y la apertura. Ello desembocaría en una Iglesia distante del poder y de la riqueza, respetuosa, no clerical ni autoritaria.
La convocatoria oficial aludió a la “Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile”, del Papa Francisco quien, dirigiéndose a los laicos afirmó: “con Uds. se podrá generar la transformación necesaria que tanto se necesita. Sin Uds. no se puede hacer nada”. Por ello, el Sínodo Laical ha sido definido como un “caminar juntos”, esto es, como “un proceso de escucha y diálogo para una Iglesia de comunidades”. En dicha perspectiva, la declaración pública a modo de invitación ha llevado por título “Caminemos juntos del dolor a la esperanza”, donde se ha señalado que “Chile y el mundo entero saben de la inmensa crisis que vive nuestra Iglesia en la que han sido protagonistas –precisamente- quienes fueron llamados a cuidar al Pueblo de Dios”.
Un Sínodo de Laicos constituye una novedad, puesto que estas asambleas para deliberar sobre los problemas de la Iglesia se realizan desde el siglo VII y siempre habían sido dirigidos por eclesiásticos. Desde el Concilio de Nicea “se excluye a los laicos de los sínodos o asambleas diocesanas. Los clérigos (obispos y sacerdotes) quedan “arriba” y los laicos “abajo”. De este modo la comunión eclesia se ve profundamente afectada, de manera que la Iglesia llegará a identificarse con el clero. Tuvieron que transcurrir diecisiete siglos para que la Iglesia hiciera un esfuerzo en recuperar lo que fue en sus orígenes. El Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII, define a la Iglesia como el “nuevo pueblo de Dios” (“Lumen Gentium”, Nº 19). (Bermúdez, Fernando, “Iglesia y comunidad de hermanos y desclericalizada”. (Madrid, 20 de febrero de 2019).
En esta ocasión, en Chile, los laicos han buscado promover grupos de trabajo para avanzar en ejercicios de entendimiento y para compartir la fe. De esta forma se ha buscado ir superando la crisis de la Iglesia y, simultáneamente, promover la evangelización de la sociedad. En consecuencia, sería ésta una oportunidad para que Dios actúe a través de los laicos. La crisis ha enseñado que “además de aprender del maestro, la función principal de los discípulos de Jesús –la que más destacan los Evangelios- es seguirlo (…) pero en el sentido concreto de venirse tras de El, compartiendo con El su vida de predicador ambulante, aprendiendo ahí a seguir sus pasos en el sentido figurado de vivir como El, sintiendo, pensando, amando y actuando como El”. (Silva, Sergio, “¿Por qué murió Jesús?” (Iniciación a los evangelios). (Ediciones Universidad Católica de Chile, vol. I, Santiago de Chile, 1996, pág. 69s.).
¿Qué ha conducido a la Iglesia Católica de Chile a una profunda crisis y que un sector de laicos buscan superar? La respuesta está en no haber seguido a Jesús.
II
Hasta el Concilio Vaticano II y hasta medio siglo después, la Iglesia Católica ha permanecido impermeable al desarrollo de la razón y ha insistido en la manipulación de las conciencias. Quienes han osado pensar por sí mismos han padecido la marginación y la condena. La milenaria institución no ha comprendido que la libertad de conciencia es un derecho fundamental de todo ser humano, porque es irreductible al exterior del sujeto. En síntesis, la Iglesia Católica ha negado los aportes de la modernidad, tales como la historicidad del hombre. El orden social como fruto de acuerdos humanos, puesto que éste no es una realidad natural, ni proviene de una voluntad divina que lo sacraliza. La interdependencia universal, que incluye la unificación de la historia: esto es, la “historia de la salvación” no es independiente de la historia humana. El conocimiento, que ha permitido un gran dominio sobre la realidad. Y la antes mencionada libertad de conciencia.
A modo de ejemplo: Pío X, en la encíclica “Vehementer Nos”, Nº 19, afirma que “en la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente, el de seguir a sus pastores”.
Anteriormente, en el siglo XIX, habiéndose consolidado el régimen liberal, la Iglesia Católica insistió en su unión con el antiguo régimen. Pío IX luchó contra los liberales debido a la “cuestión romana”. No obstante, la “Constituyente italiana” incluyó a los Estados Pontificios al proclamar la República. Pío IX pidió la intervención militar a las naciones católicas para que le fueran devueltos los Estados Pontificios. Luis Napoleón terminó con la República Romana. El Papa retornó a Roma restaurando el antiguo régimen: inquisición, consejos de censura, gobierno de cardenales, índice de libros prohibidos, infalibilidad del Papa, etc.
Sin embargo, la historia ha continuado su curso y ha pasado por el lado y por encima de la Iglesia Católica que, en su institucionalidad oficial, se ha negado a todo cambio: la ciencia moderna, el heliocentrismo, la Revolución Industrial, la Revolución Francesa, el movimiento obrero, las revoluciones sociales, el evolucionismo, el sicoanálisis, el liberalismo, el socialismo, la democracia, los derechos humanos, los derechos sexuales y reproductivos, etc. Hoy, la Iglesia Católica ha perdido a las mujeres, a la juventud, al proletariado, a los pueblos originarios y a las minorías étnicas y sexuales, así como también no ha considerado que en el origen de la Iglesia la vocación sacerdotal es de la comunidad.
Las pugnas internas por las obsesiones de poder han impedido visualizar el desarrollo de la historia. La institucionalidad eclesiástica, impregnada de autoritarismo, ha impuesto relaciones humanas sadomasoquistas que confunden amor con subordinación, rechazando así la libertad y la igualdad. La obediencia ha sido considerada como valor absoluto, lo que ha desembocado en la pérdida de originalidad, de creatividad y de identidad personal.
León XIII ha representado un primer intento de reconciliación de la Iglesia con el mundo. Sin embargo, dicho diálogo se abrió en lo social y en lo político, pero no en lo filosófico. Al proclamar a Jesús como sentido de la vida humana no era necesario haber defendido en bloque la escolástica, la monarquía y los valores sociales tradicionales, los cuales afirman que el orden social está trazado de antemano por Dios de manera inmutable: un lugar para el rico, un lugar subordinado para el pobre. Tampoco han sido difundidos, ni estudiados, ni puestos en práctica los principios y valores contenidos en la Constitución “Lumen Gentium” ni de “Gaudium et spes” del Concilio Ecuménico Vaticano II. Menos aún la Exhortación apostólica sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, “Chistifideles Laici” de Juan Pablo II (1988). Ni los Documentos de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968). Ni “Populorum Progressio” (1967), “Octogésima Adveniens” (1971), “Evangelio Nuntiandi” (1975), de Pablo VI. Ni “Laudato Si” de Francisco. E innumerables documentos del magisterio y de notables teólogos y que plantean explícitamente el lugar del laico en la Iglesia y su misión en el mundo.
En uno de sus comentarios del Evangelio, dice Pagola que la “falta de información es la primera causa de pasividad”. El Sínodo Laical de Chile aparece, entonces, como una determinación de poner fin a la mentira y al encubrimiento de la verdad.
III
Reconociéndose a gran parte de sacerdotes, religiosos y religiosas que sí caminan junto al Pueblo de Dios en Chile, es también innegable que el afán de poder ha distanciado a otro sector de eclesiásticos de aquellos cristianos más conscientes de su fe y que buscan expresarla en obras de justicia. Pareciera ser éste el núcleo de la crisis que hoy ha tocado fondo por el abuso de poder, el abuso de conciencia y el abuso sexual ejercido por algunos eclesiásticos sin control ni contrapeso. El llamado “invierno eclesial” del Papa Juan Pablo II ha significado la desarticulación del desarrollo del Concilio Vaticano II y de Medellín: los nombramientos de obispos recayeron en personas de eclesiologías preconciliares e intelectualmente débiles. Se agudizó, por tanto, la institucionalidad vertical y autoritaria en todos los ámbitos. Obispos lejanos, ligados a los grupos económicos, castigando la disonancia, enjuiciando a quienes disienten, uniformando el pensamiento, ahogando las conciencias, obsesionados por el cuidado administrativo y por una moralina sexual ajena al desarrollo de la psicología y de la sociología.
Todos los obispos han sido convocados a Roma por el Papa Francisco. Todos han presentado sus renuncias a sus respectivos cargos. No obstante, han continuado ejerciendo como si nada hubiera ocurrido, esperando que pase el tiempo para dar vuelta la página y seguir la función rutinaria. No han atendido a los signos de los tiempos. No han comprendido que la Iglesia es el Pueblo de Dios al servicio de la humanidad, porque el autoritarismo y la ausencia de fe han deformado sus conciencias. No aceptan que Jesús vino a liberar al ser humano de toda clase de esclavitudes. Consideran que el pensamiento de los teólogos debe ser una caja de resonancia de las autoridades eclesiásticas para seguir presentando el Evangelio de manera literal y anacrónica y remarcando una moral sexual que carece de asidero en la realidad.
El Papa Francisco ha reiterado que “el clericalismo es una perversión de la Iglesia”, por lo que es urgente realizar “una profunda renovación espiritual”. Es lo que ha significado el Sínodo Laical en su énfasis de volver a las fuentes, tal como lo aseveró Francisco en su visita a Chile dirigiéndose a los obispos: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. El Sínodo Laical ha pretendido ir transformando estas palabras en la misión fundamental de la Iglesia:
+ el sentido de la existencia.
+ Dios, como restaurador de la justicia a favor de los pobres y marginados.
+ Superación de la distancia entre lo “sagrado” y lo “humano”.
+ Siendo Dios quien busca la justicia, los laicos deben oponerse a los sistemas de vida que son excluyentes(.
¿De qué manera? En primer lugar, conociendo e interpretando la Palabra de Dios, la cual orienta en el descubrimiento de los “signos de los tiempos”. La teología y el magisterio son los encargados de “traducir” la Palabra de Dios al lenguaje contemporáneo.
Por ejemplo, “Laudato Sí” (Sobre el cuidado de la casa común) plantea la superación de concebir al hombre como “dueño y señor” de la naturaleza, sino que, tal como afirman los pueblos originarios, el hombre forma parte de la naturaleza. Ello implica, entre muchos otros tópicos, que el agua es un derecho humano y pertenece a todos. Por tanto, no puede ser privatizada.
El Sínodo Laical está buscando pasar de una Iglesia poderosa y distante, a una Iglesia pobre, cercana, acogedora, que promueva la cultura del encuentro. De una Iglesia moralista, a una Iglesia que anuncia la Buena Nueva de Jesucristo. De una Iglesia centrada en sí misma, a una Iglesia preocupada por el dolor humano, por el fin de la guerra y el armamentismo. De una Iglesia encerrada en su seguridad, a una Iglesia que “sale a la calle” y a las “fronteras existenciales”. De una Iglesia que discrimina a los que piensan o son diferentes a su “arquetipo humano”, a una Iglesia respetuosa y dialogante. De una Iglesia anclada en el pasado, a una Iglesia que considera que el Concilio Vaticano II es irreversible y debe continuar desarrollándose. (Cfr: Codina, Víctor, “¿Cómo vivir la reforma hoy? (Perspectiva católica)”. (Cochabamba, Bolivia, octubre de 2017).
Lo anterior es ratificado por F. Bermúdez (op. cit.), quien afirma que “evangelizar es, ante todo, humanizar este mundo. Es por ahí por donde debe apuntar la reforma de la Iglesia. Ser comunidad testigo de la presencia del reino de Dios en historia. Luz del mundo. Sal de la tierra. Y fermento de valores éticos en la masa de la sociedad”.
Por Hervi Lara B.
Sicsal-COR-Chile
Red de Profesores de Filosofía (Reprofich).
SOAWatch-Chile
Santiago de Chile, 2 de marzo de 2019.