Fue inevitable pensar en el 25 de junio de 1920 en medio del carnaval de colores, música y alegría que se vivió la noche del lunes recién pasado en Esmeralda con Miraflores. En aquel frío sábado electoral de los albores del siglo XX, Luis Emilio Recabarren fue la cara visible, la punta de lanza de un hito histórico. Proclamado candidato a la presidencia por el Partido Obrero Socialista (POS) apenas tres semanas antes y descartada su candidatura algunos días después, fue de todos modos capaz de arrebatarle 681 votos al duopolio de la primera centuria republicana.
Por supuesto que los 681 votos estaban lejos de constituir un hito o una hazaña electoral. Frente a los 82.083 de Arturo Alessandri y los 83.100 de Luis Barros Borgoño, lo de Recabarren fue, como dice la opinología contemporánea, “meramente testimonial”. Sin embargo, su testimonial candidatura abrió un boquete en la historia de Chile -y éste es precisamente el hito, el punto de inflexión- que permitió que se colara el proletariado en la mesa grande de la disputa por el poder político y el protagonismo histórico.
La incursión de Recabarren y el POS en las elecciones de 1920, aunque fallida, supuso un salto cualitativo en el desarrollo del movimiento obrero. En las décadas inmediatamente anteriores se había constituido como un sujeto social, una fuerza con conciencia de sus intereses y capacidad de organización para defenderlos. Pero la elección de 1920 lo obligó a convertirse en y presentarse como un sujeto histórico, como una fuerza con identidad, con un proyecto de Estado y de sociedad, con vocación de poder y con la madurez suficiente para comprender que la imposibilidad de elegir escenarios o reglas de competencia y disputa no es excusa para abandonar la lucha y regalar toda la cancha a las fuerzas hegemónicas.
Los 53 años posteriores a esa fría jornada de 1920 estuvieron marcados por el conflicto histórico abierto por el desarrollo y avance del movimiento obrero, de un lado, y la composición y recomposición regular y sistemática de las fuerzas de la reacción para intentar contenerlo, del otro. Así, el pequeño boquete de 681 votos pronto se convirtió en un gran cráter por el que transitaría el torrente de fuerzas que condujeron al triunfo de la Unidad Popular en 1970. La candidatura de Recabarren, “testimonial” en lo electoral, terminó a la larga siendo determinante en lo histórico.
Fue inevitable pensar en todo aquello la noche del lunes del 19 de agosto cuando, desde la fiesta callejera, se podía contemplar el proceso de inscripción de la candidatura presidencial de Roxana Miranda. Esa noche, el movimiento popular -su facción más avanzada, el movimiento de pobladores y pobladoras- culminó un trabajo de casi diez años de desarrollo de conciencia y de organización social. Durante la primera década de este milenio había decidido dejar de ser objeto de instrumentalización, cooptación, prebendas y se había convertido en sujeto social, organizando la principal fuerza de resistencia contra el neoliberalismo que se conoció en Chile antes del 2011. Gracias a su creciente organización, fue capaz de pararse de tú a tú con la banca para salvar del remate a cientos de miles de viviendas sociales cuya deuda hipotecaria había sido transferida arbitrariamente desde el Estado hacia el capital financiero. Y esa misma capacidad de organización le permitió derrotar a la poderosa alianza entre el pinochetismo-concertacionismo y el capital inmobiliario en un épico plebiscito en el que fueron vapuleados Claudio Orrego y su plan de rifar la comuna de Peñalolén al mejor postor.
Después de casi una década de lucha social, el 19 de agosto el movimiento popular dio un paso determinante para su reconstitución, para su desarrollo y, muy probablemente, también para el futuro de Chile y las luchas anticapitalistas en este lado del mundo. Más allá del resultado electoral, Roxana Miranda, al igual que Recabarren en 1920, llegó para abrir una grieta en la historia. Le permitirá al movimiento popular, el mismo que sacrificó vidas en vano en la lucha contra la dictadura para que la Concertación al final terminara profundamente enamorada de la obra de pinochet, le permitirá a ese movimiento popular, decía, presentarse ante la sociedad chilena no como carne de cañón ni como objeto de prebendas. Le permitirá presentarse como un sujeto-otro con un proyecto histórico-otro. Por primera vez en 40 años, Chile podrá ver en la papeleta una alternativa distinta y contraria al capitalismo neoliberal de la Alianza, la Concertación, el PC y otras ofertas socialdemócratas más pequeñas, una alternativa que se sostiene en fuerzas vivas y organizadas y que, por lo tanto, no terminará desvanecida como espuma atomizada el 18 de noviembre.
Roxana Miranda hizo historia el 19 de agosto por ser la primera candidata a la presidencia nacida del movimiento popular. Pero seguirá haciendo historia hasta el 17 de noviembre y más allá por despertarnos de la modorra y permitirnos creer que, a pesar de la cada vez más difícil de ocultar derrota del movimiento estudiantil, otro Chile es posible. Hoy hay alternativa, la alternativa del movimiento popular…
Por Daniel M. Giménez