Podría comenzar por recordar en esta columna de homenaje a El Ciudadano, y a sus 100 ediciones, que en la historia de las luchas de los pueblos y sus revoluciones hay siempre un puñado de publicaciones que expresan claramente las esperanzas de cambio y contradicen de la A a la Z, con datos y argumentos, el discurso de los dueños del poder y la riqueza.
Nos referimos a esos medios del mundo —entre los cuales El Ciudadano tiene ya su lugar bien ganado— que contribuyeron no sólo a informar sino también a articular las luchas y experiencias colectivas de los de abajo. Muy cerca nuestro estuvieron durante la dictadura Análisis, Apsi, Cauce y, más atrás, el extraordinario Chile Hoy de la época del Gobierno Popular. Hoy existe Azkintuwe y sigue estando Punto Final. Estas revistas seguirán siendo una referencia para la prensa crítica y comprometida con las luchas por la justicia y la igualdad de nuestro pueblo y las del pueblo mapuche.
Sin embargo, el aspecto más importante, lo verdaderamente significativo y maravilloso para cada época y las múltiples luchas del pueblo, es que detrás del impulso fundador de un medio radical (porque intenta ir a la raíz del acontecer) hay siempre una o varias voluntades de hombres y mujeres decididos a romper con el silencio y con la manera artificiosa de construir la información dominante.
Los periodistas artesanos de El Ciudadano lograron darnos una prensa crítica y original en un contexto adverso. ¡Bravo! Sin tapujos ni complejos, el bimensual, en papel y en la Web, asumió plantarse en medio de la amplia y vasta trinchera ocupada por las nuevas luchas y movimientos por los derechos individuales y colectivos. Codo a codo con la nueva arremetida anticapitalista que avanza.
Para nadie es un secreto que la prensa está en crisis en todo el mundo, debido a las nuevas formas de lecturas en Internet. Quienes se imponen con recursos infinitos son los grandes medios monopólicos dominantes tradicionales. Las publicaciones burguesas pueden darse el lujo de perder dinero por un tiempo. Pero siempre, gracias a la publicidad privada y estatal y a los procesos capitalistas de concentración y convergencias entre el poder empresarial, financiero y mediático, logran salir a flote para manejar el poder de informar (¿desinformar?).
Por lo mismo, debemos comprar o abonarnos a El Ciudadano. Cuidarlo para que persista. Porque es un triunfo para la Democracia cuando un nuevo medio surge y el proyecto informativo del equipo periodístico se articula con las luchas y logra salir de la imprenta venciendo los innumerables obstáculos de cada número. Más aún, cuando se instala en los kioscos y circula de mano en mano hay que celebrarlo como una victoria tangible de nuestra lucha. La larga y auténtica por un mundo mejor.
El Ciudadano se impuso y es reconocido. Gracias. Por tal hazaña debemos saludar con cariño y admiración al menos a dos de sus constructores infatigables e imprescindibles. Me refiero a Bruno Sommer y Sebastián Larraín, sus artesanos. En ellos vimos la llama de la pasión por informar con libertad. La misma que tuvimos en nuestra juventud en los años setenta de fuego y amor por la verdad en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción. A través de ellos va nuestro reconocimiento a todas y a todos aquellos que han hecho posible este instrumento informativo de las luchas de los trabajadores, estudiantes, ecologistas, feministas, de las identidades sexuales oprimidas y de todos los pueblos que luchan por su liberación.
La información ciudadana y crítica de El Ciudadano es un antídoto contra el ejercicio secreto del poder y responde hoy a la necesidad de comprender el mundo y sus crisis. En este proyecto estratégico por articular las voluntades colectivas para actuar por salvar el planeta, vivir mejor, con más democracia y sin explotación, el combate por una información que dé sentido y perspectiva es una necesidad vital contra la incertidumbre, el poder arbitrario y la ignorancia sistémica.
¡Larga vida a El Ciudadano!
Por Leopoldo Lavín Mujica
B.A. en Journalisme et Philosophie. M.A. en Communication publique de l’Université Laval, Québec, Canadá.