Sin rendición, no hay victoria, hasta que los palestinos no pierdan, Israel no puede ganar

Por Tulio Ribeiro

Sin rendición, no hay victoria, hasta que los palestinos no pierdan, Israel no puede ganar

Autor: Nelytza Lara

Una historia de opresión y atrocidades comenzó el 15 de mayo de 1948. La fecha marcada como infame por generaciones de palestinos que la conocen como Nakba, o «la catástrofe», después de la declaración del estado de Israel en Palestina.
 
Ahora ya se hace 72 años cumplidos de Nakba desde el comienzo de Yishuv, cuando la comunidad judía preestatal en Palestina comenzó a establecerse en Israel después de que el patrocinador colonial, Reino Unido, abandonara la región invadida y ocupada durante la Primera Guerra Mundial. 
 
Al contemplar la alianza entre Estados Unidos e Israel, decisiva para el momento actual del genocidio, no solo hay una línea de acción de política exterior o económica, sino de práctica en atacar los derechos humanos. Importante señalar, hoy en día, que en el caso estadounidense la práctica condenable está vinculada al prejuicio contra los árabes, mientras que corresponde a los israelíes tener un modelo de estado con etapas persecutorias en relación a los palestinos.
 
Dando voz a la historia, Nakba representa no solo un evento histórico, sino un proceso continuo que comenzó en la década de 1880, cuando los colonos sionistas europeos comenzaron a mudarse a Palestina para sentar las bases de su futuro estado.
 
Otro hito es el Día de Al-Quds, celebrado anualmente el último viernes del mes sagrado (mayo) de Ramadán, en solidaridad con los palestinos y condenar las atrocidades israelíes. Este año sin marchas masivas por la pandemia de coronavirus, pero sin embargo, con actos de protesta en línea.
 
Después de que el proyecto sionista realizó su sueño de crear una patria en Palestina en 1948, al derrotar a cinco ejércitos árabes mal equipados y en menor número, el desplazamiento palestino nunca se detuvo.
 
Entre 1947 y 1949, unos 750,000 palestinos de una población de 1.9 millones fueron expulsados de sus ciudades y pueblos para dar paso a nuevos inmigrantes judíos.
 
La mayoría de estos palestinos huyeron a países vecinos, donde se establecieron como refugiados. Ahora se han extendido, con la expulsión de 6 millones de palestinos, con una importante comunidad ubicada en Chile.
 
En este contexto, el catastrófico fracaso árabe en las guerras de 1948 y 1967, en la práctica permitió el control de Israel sobre la región, los palestinos buscaron recuperar sus pérdidas, pero sin éxito.
 
La realidad de ser refugiados y prisioneros en su propia patria los condujo al camino de la lucha armada y de las negociaciones pacíficas con igual vigor, pero no se logró obtener justicia ni alcanzar la paz. Una secuencia, de dolor y terror, oculta por la mayoría de los medios de comunicación del mundo vinculado a la causa sionista.
 
Ambas estrategias implicaron un gran sacrificio y grandes concesiones, pero, en última instancia, ninguna condujo a la liberación de Palestina del dominio israelí.
 
La verdad que se presenta es el creciente apetito de Israel por la expansión, despreciando cada concesión palestina. En este espectro, dibujando una ilusión de invencibilidad, hace todo lo posible para vincular ilegalmente casi un tercio de lo que los palestinos suponían ser su futuro estado.
 
Incluso si Israel no tiene éxito en tomar Cisjordania, ya está cambiando radical y unilateralmente la realidad sobre el terreno. El problema no está en Palestina, sino en el proyecto colonial israelí. De hecho, el sionismo pasó de ser un movimiento nacional legítimo a fines del siglo XIX a una fuerza colonial europea en el Mediterráneo Medio Oriente.
 
Es un conflicto de un siglo, múltiples guerras y odio, alimentado por la limpieza étnica, la expropiación y el desplazamiento de millones de personas.
 
El objetivo de los palestinos es liberar a Israel de su mentalidad paranoica que considera la hegemonía como la única forma de sobrevivir. Basado en la premisa de que formamos la raza humana, el proyecto «Gran Israel» utiliza pretextos raciales para avanzar en su dominación.
 
Está claro darse cuenta de que las prácticas de Israel apuntan a evitar las posibilidades de existencia del Estado palestino y, si no es posible aniquilar, crear un sistema de castas, donde estos últimos son la base de la pirámide.
 
Rodeada de todas estas turbulencias, respetando su historia, su valor y las vidas perdidas, la rendición no es una opción. La mayoría de los palestinos ni siquiera piensan en ella. Mantenerse estable es negar el llamado «acuerdo del siglo» propuesto por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que tiene como objetivo recompensar los intereses del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.
 
Significaría vivir en cautiverio durante mucho tiempo al rendirse a la hegemonía israelí. Negarse a renunciar significa negar el dominio de Israel.
 
Por todas estas razones, el camino a seguir es hacer uso de la repetición de la historia. Las potencias coloniales vieron derrocar a su proyecto cuando se dieron cuenta de que el balance de ganancias y pérdidas ya no era positivo. En algún momento, los neocolonialistas pierden ante la población original e Israel también puede llegar a esta conclusión.
 
Con este fin, la cadena humanista mundial no puede abandonar a los palestinos. Es importante caminar junto con los árabes que ven la lucha por la justicia en Palestina como un símbolo y una extensión de su propia lucha por la justicia. La Palestina debe cada vez más, recolectar victorias legales extraídas de resoluciones de la ONU que condenan las violaciones del derecho internacional por parte de Israel.
 
En este momento crítico, no se trata de transformar las tierras entre el Mar Mediterráneo (Gaza) y el Mar Muerto (Cisjordania) en un paraíso. Solo buscar evitar que Israel nos imponga la condición de contemporáneos del genocidio del siglo e impedir que nos silencie. El tiempo y la historia estarán del lado del verdadero pueblo original, y por lo tanto, mientras los palestinos no pierdan, el gobierno israelí no ganará.


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