Sindicalismo clasista I

Del I6 al 31 de diciembre de 2017.

Sindicalismo clasista I

Autor: Wari

Esta quincena está marcada por la lucha heroica que dieron hace 110 años los trabajadores en Santa María de Iquique. Momento suficiente para sacar lecciones y decidirnos a buscar las respuestas, que permitan a la clase trabajadora jugar su rol liberador.

Por eso entregaremos a contar de este Pulso un trabajo por etapas relacionado con lo que llamamos “sindicalismo clasista”

POR UNA ORGANIZACIÓN CLASISTA DE TRABAJADORES

Según  diversas definiciones el sindicalismo es “un sistema que se ocupa de representar y velar por intereses de los trabajadores frente a los empleadores”, estableciendo además que ”el sindicato es “la entidad a través de la cual hace efectiva su labor”.

En palabras nuestras, el sindicalismo es la acción de defensa ante los abusos y el sindicato  el instrumento con el que los trabajadores  representan, ante la patronal, sus demandas y aspiraciones.

A su vez el concepto clase obrera, clase trabajadora o proletariado “designa al conjunto de trabajadores que, desde la revolución industrial, aportan básicamente el factor trabajo en la producción y a cambio reciben un salario o contraprestación económica, sin ser propietarios individuales de los medios de producción. Se contrapone así a la clase capitalista o aquel sector social que acapara el capital”.

De la misma manera que en la primera definición, podemos decir que la clase trabajadora es aquella que sin ser propietaria de las empresas y de los que estas tienen, trabaja para ellas y recibe una compensación económica que regularmente no guarda relación con todo el esfuerzo que hace el trabajador.

EL SINDICALISMO, LOS SINDICALISTAS DE CLASE

¿Por qué comenzar con estas definiciones, tomadas desde Internet y que por lo mismo son de uso común, tanto para los trabajadores como para sus familias?

Simplemente como una forma de atacar desde la raíz los miedos y los temores que expresan muchos trabajadores, cuando se llega a ellos con un discurso de “sindicalismo clasista”.

No se trata del invento de “algunos izquierdistas extremos” como suelen decir quienes temen a toda posición clara y concreta de los abusados en sus derechos.

Tampoco de un discurso trasnochado sobre cosas que ya no existen. Se trata simplemente de la verdad, una  verdad incómoda para muchos, pero absolutamente vigente.

El Sindicato o la organización que reúne a los trabajadores en torno a sus aspiraciones más sentidas, debe ser siempre un instrumento de defensa y de propuestas.

Defender los derechos de los trabajadores es más que un deber, es una obligación que tiene que hacer suya cada dirigente. Y no se trata solo de defender aquellas leyes que existen -que si han llegado a ser leyes, y aunque algunas apenas ayudan, es porque hubo trabajadores organizados exigiendo respuestas– sino también de hacer propuestas que dignifiquen la condición de los asalariados y de sus familias.

Esa y no otra es la obligación de la organización, de sus dirigentes y de sus asociados.

Ser clasista, entonces, es asumir con propiedad en qué lugar de la cancha se está jugando. Entender que no todo se solucionará con modificaciones legales o algunos beneficios en los instrumentos colectivos. Es saberse parte de un sector social que ha sido discriminado históricamente. Es entender que a nosotros nos corresponde construir una nueva sociedad, en la que nuestras familias puedan vivir dignamente.

Ser clasista es sentirse orgulloso de estar en el lado de la clase de los trabajadores. Es asumir que nuestro adversario es el capital y que a este no se le derrota solo con palabras, que es fundamental la organización. Esto y más es ser un sindicalista de clase.

EL ORIGEN DE LO QUE VIVIMOS HOY

¿Cómo explicarlo sin enredar en exceso a quienes se resisten o no alcanzan a conocer sobre los orígenes de sus sufrimientos? Vamos a intentarlo.

En la segunda mitad del siglo XVIII comenzaron a construirse las primeras máquinas para la industria textil. La utilización del agua y el carbón para nuevos fines provocó grandes cambios, los que se extendieron a otras áreas de la industria. Se construyeron vías férreas, carreteras. Comenzó la producción en serie de artículos de todo tipo.

Así avanzó por toda Europa la revolución industrial.

Fue relegado a puestos secundarios el artesanado. Millones de seres humanos comenzaron a migrar desde el campo a la ciudad, las que comenzaron a crecer rápida y desmesuradamente. Muchos de los que llegaba a estas no tenían dónde vivir. Fueron atacados por pestes y enfermedades varias, ante la carencia de mínimas de normas de higiene. Los obreros recibían salarios miserables por largas jornadas de trabajo, debiendo emplear a mujeres e hijos para alcanzar algún sustento para la familia.

Apenas lograban sobrevivir.

Habían nacido los patrones y los proletarios, como antes existieran el señor y el siervo, el esclavo y el amo. Tres etapas de la historia de la humanidad que están marcadas por un patrón común.

En cada una de ellas, abusos, explotación, carencias, dolores para los abusados.

Sin embargo, con la instalación del capitalismo el ser humano adquiere otra condición. Ahora es libre de vender su “fuerza de trabajo”. Nadie lo obliga a prestar servicios a un patrón y sin embargo el maltrato está igual o peor que en su condición anterior de siervo y esclavo. Cambió la condición, más no la forma de vivir de millones.

Con la instalación de las maquinas, la irrupción del capital y la aparición del patrón, el hombre es libre de vender algo que posee -la capacidad de pensar y actuar con su cuerpo- sin embargo sigue siendo maltratado.

Pausa necesaria entonces para explicar que no es un invento de disociadores la afirmación de que existe explotación, que no es una fantasía decir que existen clases sociales.

Es una verdad indesmentible que los menos son dueños de la mayor cantidad de bienes y recursos económicos, en desmedro de los más.

Cierto es que esto comienza a mediados del 1700 y que las condiciones en que vivían los trabajadores y su grupo familiar hoy se ven lejanas, como un mal sueño.

Sin embargo no podemos olvidar ni por un momento que, si hubo avances, fue producto de las luchas que dieron los mismos trabajadores.

Viviendas dignas, jornadas de trabajo adecuadas, sueldos mensuales, alcantarillado y agua potable, electricidad, eran las exigencias del proletariado naciente.

Nada les ha sido dado a los trabajadores y sus familias. Si lograron lo que lograron fue porque pudieron constatar que estaban siendo explotados y encontraron la respuesta para responder a ello. Se reconocieron clase y se organizaron para confrontar a su contraparte.

¿Queda claro por qué decimos que somos parte de una clase?

¿Se entiende nuestra afirmación de que los trabajadores deben darse una organización que, considerando lo que sufren y viven, sea capaz de hacer propuestas y luchar por ellas, sin renunciarlas ni acomodarlas a los gobiernos de turno?

LA FUERZA DE TRABAJO

Previo a seguir vale la pena analizar este concepto, ya que en la medida que el trabajador lo maneja aprende a mirar de manera diferente el mundo en el que vive.

“Según Marx, la fuerza de trabajo es la capacidad de trabajo del trabajador, empleada en el proceso de trabajo que, junto con la materia objeto de transformación y los medios de producción, forma parte de las llamadas «fuerzas productivas». La fuerza de trabajo debe distinguirse de su rendimiento, materializado en el objeto de la producción, al que se denomina «trabajo realizado».

En el trabajo realizado hay «algo más» que en la simple fuerza de trabajo (que es lo que se retribuye): hay una plusvalía (que crea el trabajador con su fuerza de trabajo, pero que se apropia el capitalista). «La fuerza de trabajo añade constantemente al producto, sobre su propio valor, una plusvalía que es la encarnación del trabajo no retribuido» (El capital, t. 11, cap. VI.).”

En tiempos de la esclavitud y del feudalismo el hombre no era libre. Él y su capacidad de trabajar le pertenecían a un dueño, quien disponía para sí de todo lo que el hombre hiciera. Cuando vino la revolución industrial el capitalista necesitó del obrero para hacer funcionar las máquinas, pero no lo podía obligar, como en tiempos anteriores.

En el capitalismo el trabajador es dueño de su inteligencia y de su fuerza física (es lo que llaman fuerza de trabajo)  y viene en suscribir un acuerdo con el dueño del capital para venderle fuerza de trabajo.

Lo que el patrón paga por esa fuerza es lo que le permite al dueño de la misma (el trabajador) alimentarse y reproducirse.

El producto que genera la fuerza de trabajo del hombre se llama mercancía y tiene un precio mayor que lo que se paga por la fuerza de trabajo.

La diferencia entre una y otra es la ganancia, de la que se apropia el patrón.

HAY CAMBIOS PERO TODO SIGUE CASI  IGUAL

Ciertamente mejoraron las condiciones, el abuso en estos tiempos es menos visible pero no por ello dejó de existir. Simplemente está mejor disfrazada la explotación.

Ya ni siquiera se llama trabajadores a los proletarios, se les dice colaboradores, integrantes de una gran familia. Y sin embargo sigue siendo evidente que del resultado del proceso de trabajo, solo el patrón disfruta.

Es el patrón quien se apropia de toda la ganancia (también llamada plusvalía), mientras el trabajador debe vivir endeudándose, tomando créditos para satisfacer sus necesidades y las de su grupo familiar. ¿Cuál es entonces la diferencia entre lo que se vivía en los primeros decenios de la revolución industrial y ahora?

En el siglo XXI los trabajadores están menos conscientes del rol que cumplen en la sociedad. Han perdido la capacidad de luchar por lo que les pertenece, parecen desconocer hasta sus derechos básicos como disfrutar de las ganancias generadas con su trabajo, vivienda, salud y educación para sus hijos, un medio ambiente sano y un sinfín  de otras necesidades.

Es momento de romper esta inercia malsana. El trabajador debe luchar por lo que merece y para ello requiere de organización. Organización de clase.

Organizarse para luchar por lo que se necesita no es un delito. Es un deber irrenunciable.

CONTINÚA EN EL PRÓXIMO PULSO SINDICAL…

Por Manuel Ahumada Lillo

Presidente C.G.T Chile


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