Socialistas y comunistas, ¿socios y enemigos íntimos a la vez?

Muchas veces ambos partidos políticos -comunista y socialista- han declarado ser “compañeros de ruta”, y en algunas ocasiones compartieron responsabilidades y cargos en un gobierno nacional. Pero, no siempre se ha tratado de una alianza férrea y fructífera, a pesar de aquella unidad ideológica que les debería caracterizar, en especial a los socialistas.

Socialistas y comunistas, ¿socios y enemigos íntimos a la vez?

Autor: Wari

Por Arturo Alejandro Muñoz

Las discrepancias (propias de toda sana democracia) muchas veces alcanzaron el grado de irreparables, terminando en desavenencias que dibujaron una ruptura en detrimento del pueblo que les votaba y seguía… y en beneficio del adversario, por supuesto. La Historia así nos lo señala. Vea usted lo siguiente.

En el gobierno de Gabriel González Videla, presidente radical que gobernó Chile entre 1946 y 1952 (al inicio contaba con el apoyo de los partidos comunista y socialista), se produjo, tras un año de intensas movilizaciones sociales y sindicales, el quiebre total con una de esas dos tiendas partidistas, ya que el gobierno presentó en abril de 1948 un proyecto de Ley de Defensa Permanente de la Democracia, el cual declaraba fuera de la ley al Partido Comunista y despojaba de todos los derechos políticos a sus militantes.

Este proyecto de ley obtuvo el inmediato apoyo de liberales y conservadores, enemigos declarados del comunismo internacional y, por ende, del chileno (PCCh). Pero, también contó con el apoyo de un amplio sector de los partidos radical y socialista, cuestión que provocó la división de este último, con Salvador Allende a la cabeza estableciendo que serían firmes camaradas de ruta con los compañeros comunistas.

Al finalizar la II Guerra Mundial, el PS también había comenzado a girar hacia la izquierda, aunque de forma menos marcada que los comunistas. Unas pocas semanas después del XVI Pleno del PCCh, el PS anunció su política del Tercer Frente, constituida por una independencia del gobierno y del PCCh y, en agosto, dejó la ADCh, volviéndose cada vez más crítico de la actuación comunista. Aunque el PS tenía buenas razones para este giro, fundamentadas en una lucha desesperada por restaurar su influencia y fuerza luego de los conflictos fraccionales de 1943-44, también fue tocado por cuestiones internacionales, como indicó el historiador socialista Julio César Jobet. Incapaz y poco dispuesto a liderar la creciente ola de agitación que existía en las industrias durante los meses de post-guerra, el PS buscó tomar ventaja del crecimiento de las fricciones entre EE.UU. y Rusia, con el fin de ir un paso más adelante que el PC. En los meses siguientes a octubre, el PS atacó a los comunistas locales, a los partidos comunistas pro soviéticos, en general, y defendió a EEUU de las imputaciones de querer buscar el dominio mundial. En enero de 1946, acusó al PCCh de convertir a Chile en un campo de batalla entre las grandes potencias y declaró, públicamente, que los EEUU pronto estarían combatiendo al comunismo, tal como había hecho con el nazismo. Además, el PS advirtió al PR (Partido Radical), próximo a llevar a cabo una convención nacional en Valdivia, que pondría en peligro sus ideales panamericanos si no adoptaba una clara actitud contraria al PCCh. Sin ello, no podía esperar la ayuda o apoyo por parte de los socialistas.

En fin, la cuestión es que La Ley 8.987 (de Defensa Permanente de la Democracia”, o ‘Ley Maldita’) explicitaba: «se prohíbe la existencia, organización, acción y propaganda, de palabra, por escrito o por cualquier otro medio, del Partido Comunista, y, en general, de toda asociación, entidad, partido, facción o movimiento, que persiga la implantación en la República de un régimen opuesto a la democracia o que atente contra la soberanía del país».

Dice www.memoriachilena: «Posteriormente, se formó la facción liderada por Salvador Allende y Eugenio González, quienes se mostraron contrarios a la Ley de Defensa Permanente de la Democracia y propusieron mantener la alianza con sectores de centro, formando el Partido Socialista Popular (1948-1957); también el grupo liderado por Raúl Ampuero Díaz (1917-1996) y su doctrina de no alianza y acción socialista autónoma; y los «grovistas», que buscaron un retorno a las doctrinas socialistas revolucionarias y de movimientos nacionales de masas, ideas originarias del Partido Socialista de Chile«.

Ello dividió seriamente al PS respecto del apoyo y defensa del PCCh en esa época. Pero no sería la única vez que tal cosa ocurriera. En el gobierno de la Unidad Popular (UP) volvería a suceder, aunque de manera y fondo muy diferentes.

Durante los 34 meses del gobierno popular (interrumpido, como se sabe, por un cruento y brutal golpe de Estado), socialistas y comunistas cohabitaron en La Moneda junto a otras fuerzas partidistas menores, como el MAPU, los Radicales y la Izquierda Cristiana.

«Ahora bien, la izquierda más radicalizada (nucleada en el PS) disfrazó el carácter burgués de la UP con innumerables teorías sobre la utilidad del frente con el PC para “acumular fuerzas”, “mejorar la correlación de poder con el enemigo” o “ganar espacios”. Pero, en los hechos, se sometió plenamente al PC, que marcaba el paso de la coalición. En ningún momento el PS impulsó una estrategia opuesta al stalinismo, y el grupo de líderes del PS -dirigidos por Allende (con una larga trayectoria como funcionarios parlamentarios y municipales) manejaba totalmente las riendas del partido» (prensaobrera.com, publicado originalmente en Prensa Obrera N°12).  

Sin embargo, a medida que avanzaban los meses y el doctor Allende cumplía con el programa prometido al pueblo, comenzaron también las discrepancias entre comunistas y socialistas. Estos últimos, pese a ser el partido en que militaba el presidente de la República, acentuaron su carácter revolucionario, exigiendo mayor profundización en los cambios que el gobierno efectuaba (o que prometía efectuar), mientras los comunistas permanecían fieles al programa original y defendían, con dientes y muelas, la velocidad y profundización que el gobierno de la Unidad Popular (UP) aplicaba a esos cambios.

Más rápido que lento, los socialistas fueron distanciándose de sus compañeros comunistas, a quienes insultaban llamándolos “rábanos o rabanitos”, vale decir, rojos por fuera, pero blancos por dentro, ya que no se unían de lleno a las ideas de una profundización y extensión del programa de la UP. El liderazgo de Carlos Altamirano en el PS acentuó esa situación, la cual actuó en detrimento del propio gobierno frente a una derecha que sumaba apoyos de sectores democristianos y clasemedieros.

Finalmente, el golpe de Estado en septiembre de 1973 arrasó incluso con las diferencias ya comentadas.

Retornada la democracia en 1990, socialistas y comunistas seguían mirándose con desconfianza, culpándose mutuamente por el derrumbe de la Unidad Popular ante el fascismo militarizado y el mega empresariado golpista.

Sin embargo, luego del fracaso electoral del pacto ‘Juntos Podemos’, con Tomás Hirsch –Humanista– candidato a la Presidencia de la República en el año 2006, el PC estimó necesario aproximarse a sus antiguos compañeros de ruta: los socialistas.

Eso traía aparejada una consecuencia significativa: quebrar el pacto ‘Juntos Podemos’ y abandonar a los aliados humanistas. Voces al interior del partido de la hoz y el martillo protestaron asegurando que ello era “venderse por un plato de lentejas mal cocinadas”.

Las ‘lentejas’ eran un par o un trío de vacantes para el PC en las listas concertacionistas de las elecciones parlamentarias del año 2009. Así el PC ingresó a la coalición Nueva Mayoría para coadministrar el sistema neoliberal. Lo principal –ahora queda claro– era tener representación en el poder legislativo, evitando el aislamiento en que se encontraba desde el retorno de la dizque democracia.

La maniobra tuvo costos altos: sectores de la izquierda chilena entendieron que la lucha política y democrática no era sólo contra el sistema y sus principales administradores (UDI y RN) sino, además, contra todos aquellos que lo sustentan y administran, aunque se disfracen de ‘progresistas’.

Ello significaba aceptar que la Nueva Mayoría formaba parte del contingente neoliberal, que era portadora de los intereses del empresariado transnacional y de las voluntades de quienes en el pasado reciente fueron responsables del dramático quiebre de la institucionalidad democrática. De ello no hay duda.

Y hoy -año 2024- el PS dirigido por la inefable Paulina Vodanovic vuelve a posicionarse contra corriente, aunque esta vez lo hace trasladándose a las trincheras de los fans del neoliberalismo, alejándose dolorosamente de la enorme tarea realizada por Salvador Allende, discutiendo su figura y negando su raigambre popular, así como también se aleja cada vez más del viejo tronco socialista, aquel donde, junto a Allende, brillaron otros dignos socialistas como Raúl Ampuero, Carmen Lazo, José Tohá y Carlos Cerda.

A su vez, los comunistas, casi sin avergonzarse, continúan esforzándose por administrar desde La Moneda el sistema neoliberal, ese mismo que en sus campañas dicen atacar, pero que a contrario sensu les reporta pingües ganancias, tanto económicas como políticas, ya que esperan atraer a esos sectores clasemedieros que en 1973 les fueron adversos.

Al final, lo concreto es que socialistas y comunistas (me refiero a los actuales partidos oficiales) se han unido en la misma tarea: administrar y aprovechar el neoliberalismo. En ese intríngulis discuten, se separan, se unen nuevamente… para volver a distanciarse. En sus tumbas, Allende, Ampuero, Lazo, Tohá y Cerda, lloran de dolor y decepción.

Mientras, la derecha y el fascismo, sonríen.

Por Arturo Alejandro Muñoz

Columna publicada originalmente el 30 de junio de 2024 en Info Sur Global.

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