A nadie le gusta vivir solo. A nadie. Homo sapiens es gregario, cualquiera sea la talla o la forma de organización del grupo. El eremita y el misántropo son excepciones que confirman la regla: le manifiestan a sus congéneres que son singulares, diferentes, únicos o mejores. Pero no cabe duda que sin el grupo tampoco existirían. Los partidos de la Concertación no quisieron confrontarse con los del pinochetismo ni imponerse, y se integraron al modelo heredado de la dictadura, ocultando que era ilegítimo y que lo sigue siendo. Ocultando también que otras formas de transición eran posibles. Aceptaron dejar fuera al Partido Comunista y a todos los que no se sometieron a ese compromiso. El PC resistió como pudo a la consunción -en esos mismos años-, de la Unión Soviética, y mantuvo mal que mal su especificidad hasta que se resignó. Renunció a vivir en permanente resistencia al modelo y decidió sumarse. Asintió a las reglas inventadas por Jaime Guzmán y sus acólitos, al sistema electoral binominal y a una ley de partidos hecha por gente que no le reconoce ningún valor a la democracia. A nadie le gusta vivir solo. El PC empezó con algunas municipalidades, y en la últimas elecciones generales firmó un acuerdo -que calificó de “técnico” pero que en realidad es sustancial-, con la Concertación, acuerdo que le permitió elegir tres diputados. Y está dispuesto a firmar otros acuerdos para las elecciones futuras. Aunque escasos, los parlamentarios comunistas existen, forman parte del grupo, los periodistas los entrevistan, les piden su opinión, el presidente los invita para viajes oficiales junto a los representantes de la UDI, de Renovación Nacional y de la Concertación. Ya no viven solos. Son parte del modelo. Con el PC en el Congreso esta democracia de fantasía se puede jactar hoy de tener casi de todo, como una casa de juguete, aunque sea de plástico. La dificultad en el análisis de la vida política chilena es precisamente entender que aquí, desde hace ya mucho tiempo, no tiene sentido hablar de derecha, de centro o de izquierda: han pasado a ser nociones estéticas en el sentido más burdo de la palabra, como cuando se usan para hablar de cirugía o de peluquería. La historia reciente de Chile sugiere una lectura distinta: después de 1990 la verdadera línea de oposición política es la que separa los que han asumido la herencia (institucional, económica, legal, etc.) de la dictadura tratando de transformarla con el tiempo en la única realidad posible, y los que no aceptan esa herencia y están dispuestos a oponerle una constitución republicana decente. Son los dos únicos partidos políticos de verdad que hay en Chile, aunque no estén organizados como tales y que en ambos haya gente de opiniones muy distintas, de todos los medios sociales, de todo tipo de formación intelectual. Clásicamente, unos conservarán lo que hay mientras otros empujarán al cambio. ¿Qué le ocurrió al PC? ¿Por qué decidió cambiar de campo? Se cansó de creer que en Chile otra organización de la vida pública era posible. La evaporación de su modelo, el “socialismo real” a la soviética, lo dejó sin músculos. Veinte años de Concertación y la imposición de un modelo de consumismo a costa de deudas acabó con sus bases. Hoy el PC piensa probablemente que puede hacer algo desde el corazón del sistema, como la mosca de la fábula que en plena carrera le da instrucciones al caballo para enseñarle a galopar. Yo no tengo ninguna duda al respecto: todo cabe en el modelo de Jaime Guzmán. Incluso las moscas.
Por Armando Uribe Echeverría
Politika, segunda quincena agosto 2010
El Ciudadano N°86