También nos quitaron a Bielsa

Nos quitaron a Bielsa

También nos quitaron a Bielsa

Autor: Wari

Nos quitaron a Bielsa. Hace algunas semanas lo obligaron a irse. Nos dejó tantas cosas: Un futbol ofensivo y valiente, una selección sin complejos, el triunfo inédito ante Argentina, la clasificación para Sudáfrica y un digno mundial. Entregó fuerza a esos muchachos modestos y tímidos, de población, que ahora hablan sin complejos y juegan con talento en las mejores ligas europeas.

Por eso queremos a Bielsa, pero sobre todo lo queremos por su consecuencia profesional y humana. Nunca renunció al juego ofensivo, incluso frente a Brasil; y siempre dijo lo que pensaba, hasta el final, en sus dos conferencias de prensa. Segovia y Jadue quedaron reducidos a la nada frente a la presencia moral de Bielsa. Los dirigentes de los clubes, especialmente los tres grandes convertidos en sociedades anónimas en el gobierno de Lagos, se asustaron con el liderazgo de Bielsa. Temieron que su inteligencia y honradez se extendiera a todo el futbol nacional y se instalara como conciencia crítica colectiva, incluso más allá del deporte. El sistema no lo podía permitir. Se asustaron los poderosos de siempre. Esos que se adueñaron de las fábricas, la minería, los servicios públicos (que ahora son privados), las farmacias, los supermercados, la educación, la salud y la previsión. Los dueños del poder y la riqueza, ahora propietarios de los clubes de futbol, igual que en las dictaduras comunistas, no podían aceptar la menor disidencia, ni un resquicio. Y Bielsa los complicaba, los ponía nerviosos, los denunciaba con su sola presencia.

A los dueños de Chile les molestó que Bielsa, después del terremoto del 27/02, justificara a esas personas que, en medio del desorden, se llevaban televisores de las tiendas comerciales. El rosarino dijo: “¿De qué se quejan, si los empujan a robar? Les dicen que es tonto no tener un plasma para el mundial y que con 100 cuotas, al crédito, te lo llevás. Este sí que es un robo -dijo Bielsa-, con ese costo usurero del crédito”. Los propietarios de los clubes, y dueños del país, no podían aceptar que se les cuestionaran esas inmensas ganancias que obtienen mediante las tarjetas de crédito, mecanismo de expoliación a los consumidores pobres.

Los medios de comunicación hegemónicos, también controlados por los grupos económicos, pusieron el grito en el cielo con la reflexión filosófica de Bielsa, pero no lograron desprestigiarlo.

Piñera también fue acusado de la salida de Bielsa. Aunque ahora parece arrepentido, pues su popularidad se redujo fuertemente al conocerse de ciertas operaciones políticas suyas. Sea verdad o no, el Presidente y el Director de la selección nunca se tragaron. Estilos y concepciones distintas. Uno, extrovertido, que quiere estar en todo y exige permanente presencia mediática; el otro, introvertido, reflexivo y distante de la prensa. Además, Bielsa no es de derecha y no aceptó ser utilizado por un Gobierno ligado a los empresarios. Cuando Piñera lo intentó, la molestia del entrenador fue evidente y la observó todo el país.

Al final de cuentas, la salida de Bielsa ha sido responsabilidad de los dueños del país. Ellos nos quitaron la alegría de contar con el mejor director técnico para nuestra selección. Sus principales operadores están en la Universidad de Chile, con Yurasceck, enriquecido al alero de Pinochet y gracias a la privatización de Endesa; en Colo Colo, con Guillermo Mackenna, socio del estudio jurídico Vial, protegido de Ruiz Tagle, actual subsecretario de Deporte; y en Universidad Católica, con Jaime Estévez, ex ministro de Lagos y ahora empleado de Luksic y operador de Saieh.

Es triste lo que le ha sucedido a los chilenos, a los hinchas. Ya no tendremos ese futbol vertiginoso, sin complejos de inferioridad, que nos entregara el rosarino. Y, sobre todo, ya no escucharemos sus reflexiones honestas y transparentes y tampoco veremos la continuidad de un trabajo en que coinciden el pensamiento, el decir y el hacer.

Nos quitaron a Bielsa, como tantas otras cosas. Pero no nos podrán quitar la memoria ni tampoco la esperanza.

Por Roberto Pizarro

El Ciudadano Nº97, primera quincena marzo 2011


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