Por Matías Asun, director Greenpeace Chile
Hace unos días, un vuelo entre Singapur y Londres enfrentó graves turbulencias, las que dejaron a una persona muerta y más de 30 pasajeros heridos. En Brasil, en tanto, el Estado de Rio Grande do Sul (cuya capital es la ciudad de Porto Alegre) lleva más de un mes lidiando con inundaciones que no sólo han tenido un fuerte impacto en la actividad industrial, la economía y el fisco en ese país, sino también ha cobrado más de 150 vidas.
En nuestro país, también hemos sido testigos de importantes eventos meteorológicos recientemente, como las inundaciones de junio y agosto de 2023, los incendios forestales cada temporada estival y, hace sólo unos días, producto de un breve sistema frontal fuimos testigos de nuevos desbordes de cursos de agua, inundaciones y cortes del servicio eléctrico que afectaron cerca de 70 mil hogares en el país, fenómeno que se ha reiterado en las últimas lluvias y que, incluso, provocó una acalorada y mediática disputa, donde el CEO de Colbún acusó a la eléctrica de capitales italianos Enel de entregar un pésimo servicio, producto de las reiteradas interrupciones eléctricas, y le aseguró a su gerente general que hará todo lo posible para que pronto “se termine su concesión”.
¿Qué tienen en común todos estos eventos (en apariencia tan distintos)? Todos son producto de uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad hoy: la crisis climática. La emergencia que ha producido la pérdida progresiva y notoria de los equilibrios climáticos en nuestro planeta ha provocado nuevos riesgos en la vida cotidiana de las personas: los vuelos comerciales son cada vez más propensos a graves turbulencias, las lluvias (aunque profundamente esperadas en territorios como el nuestro) hoy provocan el temor de las personas, mientras que el calor acompañado de fuertes vientos nos obligan cada verano a ser doblemente precavidos. Vivimos una nueva era, donde la sequía y la inundación, como claros ejemplos de eventos climáticos extremos, son realidades constantes en un mismo territorio.
Pese a la preocupación que esta situación despierta en la sociedad, lo cierto es que aún, a nivel mundial, estamos poco preparados para los graves eventos meteorológicos que estamos enfrentando. Vemos cómo cada año se invierten millones de dólares, los que se destinan a la gestión de las emergencias, cuando debiésemos pensar soluciones concretas que busquen prevenir estos fenómenos derivados de la crisis climática.
Los líderes mundiales tienen que, en primer lugar, tomar una actitud férrea para cuidar de manera efectiva y eficiente nuestros ecosistemas: glaciares, cursos de agua, humedales, bosques y nuestra biodiversidad, en general, son los principales salvavidas frente a estos fenómenos, regulando las temperaturas y logrando el balance natural del planeta.
En segundo lugar, los Estados deben avanzar en la prevención de desastres, con planes reguladores adaptados a la realidad de cada territorio (considerando sus oportunidades y amenazas), así como nuevos métodos de construcción y de urbanización que se adapten a la realidad que hoy vivimos y que mitiguen los efectos de la crisis climática.
Del mismo modo, debemos empezar a exigir a las empresas normativas de cumplimiento que consideren las crisis -climática, de contaminación y de biodiversidad- que estamos viviendo. Las reglas del juego no pueden ser las mismas, cuando las condiciones han cambiado tan drásticamente en los últimos años.
Es urgente que actualicemos los estándares a la realidad actual del planeta y subamos las exigencias, pues el costo de esta crisis hoy sólo lo están pagando las personas y no quienes la provocaron en primer lugar.
No es sólo el CEO de Colbún quien está sufriendo las consecuencias de la crisis climática, es toda la humanidad… y todos merecemos soluciones a la altura del desafío.