El mundo vio el 14 de octubre de 2007 un video en el que agentes de la policía montada canadiense usaron una Taser* contra un hombre polaco en el aeropuerto internacional de Vancouver. El hombre, Robert Dziekanski, murió poco después del ataque. En días recientes han salido a la luz pública más detalles acerca de él. Resulta que el señor de 40 años no sólo murió después de sufrir una descarga eléctrica, su vida también estuvo marcada por choques**.
Dziekanski era un joven adulto cuando, en 1989, Polonia comenzó un magno experimento llamado “terapia de choque” para la nación. La promesa era que si el país comunista aceptaba una serie de brutales medidas económicas, la recompensa sería un “país europeo normal”, como Francia o Alemania. El dolor duraría poco, la recompensa sería enorme.
Así que, de la noche a la mañana, el gobierno polaco eliminó los controles de precios, recortó drásticamente los subsidios, privatizó las industrias. Pero, para los trabajadores jóvenes como Dziekanski, lo “normal” nunca llegó. Hoy, aproximadamente 40 por ciento de los trabajadores polacos jóvenes están desempleados. Dziekanski era uno. Había trabajado de cajista y minero, pero durante los últimos años estuvo desempleado y había tenido enfrentamientos con la ley.
Como tantos polacos de su generación, Dziekanski se fue a buscar trabajo en uno de esos países “normales”, en los cuales se suponía que Polonia se convertiría. Tan sólo durante los últimos tres años, 2 millones de polacos se sumaron a este éxodo masivo. Los compañeros de Dziekanski se han ido a trabajar de cantineros en Londres, porteros en Dublín, plomeros en Francia. Dziekanski optó por seguir a su madre a Columbia Británica, Canadá, que está en un boom de construcción pre Olimpiadas.
“Tras esperar siete años, [Dziekanski] llegó a su utopía, Vancouver”, dijo el cónsul general polaco Maciej Krych. “Diez horas después, estaba muerto.”
Mucha de la indignación provocada por el video, filmado por otro pasajero en el aeropuerto, se enfocó en el controvertido uso de las Tasers, ya implicadas en 17 muertes en Canadá y muchas más en Estados Unidos. Pero lo que ocurrió en Vancouver tenía que ver con más que tan sólo un arma. También se trataba de ese lado cada vez más brutal de la economía global. Tenía que ver con la realidad de lo que enfrentan en nuestras fronteras muchas víctimas de varias formas de “terapia de choque”.
Las transformaciones económicas rápidas, como la polaca, han creado enorme riqueza en nuevas oportunidades de inversión, especulación cambiaria, en compañías más eficientes y más mezquinas, capaces de peinar el globo terráqueo en busca de la locación más barata para manufacturar. Pero, de México a China a Polonia, también han creado decenas de millones de personas desechadas, gente que pierde sus empleos cuando las fábricas cierran o que pierde sus tierras cuando se abren zonas de maquila.
Comprensiblemente, mucha de esta gente elige desplazarse: del campo a la ciudad, de un país a otro. Así como parece que Dziekanski hacía: van en busca de ese elusivo “normal”.
Pero no hay suficiente normal que alcance para todos. O al menos eso nos hacen creer. Así que conforme los migrantes se mueven, muchas veces se tienen que enfrentar con otros choques. Una traicionera valla de alambre de cuchillas que protege los enclaves norafricanos de España o una pistola Taser en la frontera de México con Estados Unidos. Canadá, que antes era mundialmente reconocido por su apertura hacia los refugiados, ahora militariza sus fronteras y la línea divisoria entre inmigrante y terrorista se vuelve cada vez más borrosa.
El trato inhumano que Dziekanski recibió de la policía canadiense debe ser visto en este contexto. La policía fue llamada cuando Dziekanski, perdido y desorientado, comenzó a gritar en polaco y, en determinado momento, arrojó una silla. Enfrentados con un extranjero como Dziekanski, que no hablaba inglés, ¿para qué hablar si se puede aplicar una descarga eléctrica? Se me ocurre que la misma lógica brutal, de la ruta más corta, guió la transición económica de Polonia hacia el capitalismo: ¿para qué tomar la ruta gradual, que requería de debate y aprobación, cuando la “terapia de choque” prometía una cura instantánea, aunque dolorosa?
Sé que estoy hablando de muy diferentes tipos de choques, pero sí se interconectan en un ciclo que llamo “la doctrina del choque”. Primero viene el choque de una crisis nacional, que orilla a los desesperados países a cualquier tipo de cura, dispuestos a sacrificar un proceso democrático. En 1989, en Polonia, ese primer choque fue el repentino fin del comunismo y el derrumbe económico. Después vino la terapia de choque económico, el proceso antidemocrático pasado a través de una ventana de crisis que logró que el crecimiento económico arrancara, pero que sacó a mucha gente de la foto.
En demasiados casos hay un tercer choque, el que disciplina y se encarga de la gente desechada: los desesperados, los migrantes, aquellos a los que el sistema enloquece.
Cada choque tiene el potencial de matar, algunos más repentinamente que otros.
Naomi Klein
* Arma que dispara descargas eléctricas, N de la T
** La autora, de nacionalidad canadiense, juega con las diferentes acepciones de la palabra shock en inglés: descarga eléctrica, terapia de choque económico (economic shock therapy) y conmoción. En castellano, la editorial Paidós tradujo el reciente libro de Naomi Klein como La doctrina del shock. T