Hugo Chávez debe estar mejorando su salud. O por lo menos, no hay ninguna certeza de que no pueda salir adelante. De otro modo, la oposición venezolana no estaría desesperada por instalar una situación que le impida asumir el mandato ganado ampliamente en las urnas, dos veces en los últimos tres meses.
Se trata -que se entienda bien, porque no es ironía, metáfora ni hipérbole- del tercer intento de golpe de Estado desde que Chávez asumió la Presidencia de Venezuela. El primero fue en abril de 2002, cuando lo secuestraron, y el tercero, entre fines de 2002 e inicios de 2003 (el «paro petrolero») cuando casi desbarrancaron la economía el país desde sus posiciones en PDVSA, la empresa estatal de petróleo. Hoy están aplicando la fórmula del desabastecimiento y el «paro cívico», mientras piden «diálogo» en nombre de la Constitución. Ellos, los mismos -no sólo los mismos grupos, incluida la iglesia católica, sino además las mismísimas personas- que en las 48 horas que tuvieron el poder en abril de 2002, lo primero que hicieron fue derogar esa misma Constitución, junto a todos los órganos salidos de ella (Parlamento, Tribunal Supremo de Justicia, Contraloría, etc).
El sábado 5 la Asamblea Nacional venezolana debía renovar su directiva y mediante el «diálogo» los golpistas quisieron meterse en ella, con el fin de promover desde allí la figura de la «ausencia absoluta» de Chávez, para primero compartir el poder y luego convocar a nuevas elecciones.
En caso de «ausencia absoluta», la Constitución prevé que asuma el poder el presidente de la Asamblea, y convoque a elecciones en 30 días.
Tal vez pensaban que algún grupo de diputados revolucionarios daría alguna voltereta. Y como tal cosa ya ha ocurrido antes, los líderes chavistas llamaron a su aliado de siempre, el pueblo, a volcarse en la calle a controlar lo que ocurría en la Asamblea; y como se esperaba, no hubo volteretas.
Por todos los medios, han estado instigando una supuesta rivalidad entre el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, y el vicepresidente Nicolás Maduro, a quien Chávez propuso como candidato si su salud le impedía regresar a la Presidencia. La idea era, y sigue siendo, que Cabello se engolosine con la idea de ser Presidente por la puerta de atrás. Junto a él, están engolosinando a la Fuerza Armada, de la que Cabello proviene.
Ellos saben que Nicolás Maduro ganaría ampliamente los comicios presidenciales, pero para ellos eso constituye el mal menor, pues habrían logrado el objetivo: sacar a Chávez del poder para siempre, aun si llegase a recuperar sus capacidades para gobernar. Su diablo es Chávez, pues alimentan la idea de que la revolución bolivariana es un invento personal del Presidente, que morirá con él en medio de luchas intestinas, ambiciones y podredumbre en sus filas.
Si eso fue asi alguna vez, y seguro que lo fue, está ya probado que hoy se equivocan. Y no sólo porque Cabello y Maduro han salido juntos a desmentir cualquier hipótesis de antagonismo entre ellos; no sólo porque la Fuerza Armada no ha dado una sola señal desesetabilizadora, sino además porque ese pueblo ha dado muestras sólidas de que entiende lo que ocurre y es parte de ello.
En las operaciones anteriores del cáncer de Chávez, el año pasado, asumió el mando el entonces vicepresidente Elías Jaua y no se movió el piso. Luego, Chávez ganó por más de diez puntos las elecciones presidenciales de octubre, sin hacer ni la mitad del esfuerzo de campañas anteriores, y más tarde, en diciembre pasado, el bloque revolucionario ganó 20 de las 23 gobernaciones de Estado sin que Chávez participara.
Salvo los militantes de este nuevo intento golpista, muchos analistas internacionales han machacado todo esto; no es un descubrimiento que la dirección política del bloque revolucionario venezolano (principalmente el Partido Socialista Unido de Chávez, y su socio menor, el Partido Comunista) con sus divergencias, tendencias o malfunciones, tiene claro su papel y su misión. Y si no lo tuviera, también hay evidencia de que hay millones vigilando lo que hacen, y este jueves estarán en la calle nuevamente.
Este jueves debía estar Chávez asumiendo el mando y todo indica que no estará, pero no hay «ausencia absoluta», sino permiso médico. No será un grupo de operadores políticos asesorado por expertos en golpes de Estado quienes decidirán sobre el tema.
Esta es una prueba rotunda de que a la derecha no le importa la voluntad popular ni la democracia. Al contrario, la desprecia, se burla de las personas humildes que pisan el palito y les dan sus votos. Allí están de nuevo tratando de meterse por la rendija a donde los ex humildes -hoy ciudadanos empoderados- les han cerrado la puerta una y otra vez. Tienen la mayoría de los medios de comunicación y tienen la mayoría de las empresas, y las utilizan sin asco para presionar y conspirar. Aún así, pierden, y aún así siguen pensando que tras 14 años el pueblo venezolano quiere volver a ser tonto. Hoy, parece, los tontos son otros.
Por Alejandro Kirk
Periodista