By María Sanhueza
Since ancient time, grains have been a factor in geopolitical power structures. They have been the motive behind wars of conquest and all types of struggles. Grain production, and the overall control and administration of it, has always been used as a tool for exercising control over the population. Without enough grain to feed their population, power cannot consolidate, and because of that, grain production has been a top priority for most major powers in history.
In a globalized world, where food production and distribution are decided upon the needs or desires of the market, there is no such thing as food security for the population. Any global crisis might disrupt either food production, or its distribution, and in these last years, where we have seen a series of major global crises such as the energy, sanitarian, political, environmental, and military crises, this cruel reality has shown its worst face, with an unprecedented rise on prices for food that have pushed millions of people into poverty and food insecurity. Currently, 1 out of 4 people worldwide are moderate or severely food insecure(*).
The outbreak of the pandemic released an unprecedented energy crisis, which had as a consequence a planetary inflation crisis, making it extremely difficult for farmers from poorer areas to buy fertilizers, a fact that has diminished production. The war in Ukraine, which was a major grain distributor for poorer countries (with the highest level of food dependence and insecurity, like many countries in the middle east), disrupted distribution even more, with Ukraine being unable to deliver or produce grains due to the war. At the same time that all these crises were unfolding, major natural disasters have affected grain production all around the world, with many major producers announcing a ban on export, in order to secure grain for their domestic market, a fact that forces the poorer countries to compete with richer countries for the grain available on the international market.
The major powers, which not coincidentally are the main grain producers, know well that the volatility of the food market and the increase in food prices can produce major social unrest, as was the case in the so-called Arab Spring. Yet, poorer countries do not have the possibility to choose the way they shape their economic system, and especially their agricultural practices, and are forced to be dependent on the market by their economic partners or international institutions, such as the FMI, rather than building an autarchic market to decide the way forward.
Moreover, despite all these crises, the world produces enough grain to feed its population. The fact that millions of people live under food insecurity has to do with the way in which the market is structured, rather than the amount of grain available. A huge share of the global amount of grain goes to animal feed or biofuels and other industrial uses rather than feeding the population.
To engage in a debate about grains is a first step to reclaim the power of the people, to rethink our past, in order to build a better future, where the most basic human needs, like nurturing, are covered and relevant beyond the question of profit. Neither the market nor the state will come to rescue the people. In the middle of crisis, which are just going to deepen, it is urgent to open a debate around food security and autonomy. The people can only help themselves.
Hunger and Undernourishment – Our World in Data
El poder de los granos
Por María Sanhueza
Desde la antigüedad, los granos han sido un factor en las estructuras de poder geopolítico. Han sido motivo de guerras de conquista y de todo tipo de luchas. La producción de granos, su control y administración, ha sido utilizada siempre como una herramienta para ejercer el control sobre un territorio. Sin suficiente grano para alimentar a su población, un poder no puede consolidarse y, por eso, la producción de grano ha sido una prioridad principal para la mayoría de las grandes potencias de la historia.
En un mundo globalizado, donde la producción y distribución de alimentos se deciden según las necesidades o deseos del mercado, no existe la seguridad alimentaria para la población. Cualquier crisis global puede trastornar tanto la producción de alimentos como su distribución, y en estos últimos años, donde hemos visto una serie de grandes crisis globales como la energética, sanitaria, política, ambiental y militar, esta cruel realidad ha mostrado su peor cara, con una subida sin precedentes de los precios de los alimentos que ha empujado a millones de personas a la pobreza y la inseguridad alimentaria. Actualmente, 1 de cada 4 personas en todo el mundo tiene inseguridad alimentaria moderada o grave (*).
El estallido de la pandemia desató una crisis energética sin precedentes, que tuvo como consecuencia una crisis inflacionaria planetaria, dificultando enormemente la compra de fertilizantes por parte de los agricultores de las zonas más pobres, hecho que ha mermado la producción. La guerra en Ucrania, que era un importante distribuidor de granos para los países más pobres (con el nivel más alto de dependencia e inseguridad alimentaria, como muchos países en el Medio Oriente), interrumpió aún más la distribución, ya que Ucrania no pudo entregar o producir granos debido a la guerra. Al mismo tiempo que se desarrollaban todas estas crisis, grandes desastres naturales han afectado la producción de cereales en todo el mundo, con muchos productores importantes anunciando la prohibición de exportar, con el fin de asegurar el grano para su mercado interno, un hecho que obliga a los países más pobres competir con países más ricos por el grano disponible en el mercado internacional.
Las grandes potencias, que no por casualidad son las principales productoras de cereales, saben bien que la volatilidad del mercado alimentario y el aumento de los precios de los alimentos pueden producir importantes disturbios sociales, como ocurrió en la llamada Primavera Árabe. Sin embargo, los países más pobres no tienen la posibilidad de elegir la forma en que dan forma a su sistema económico, y especialmente a sus prácticas agrícolas, y se ven obligados a depender del mercado por parte de sus socios económicos o instituciones internacionales, como el FMI, en lugar de construir un mercado autárquico para decidir el camino a seguir.
No obstante, y a pesar de todas estas crisis, el mundo produce suficientes cereales para alimentar a su población. El hecho de que millones de personas vivan en situación de inseguridad alimentaria tiene que ver con la forma en que está estructurado el mercado, más que con la cantidad de grano disponible. Una gran parte de la cantidad mundial de granos se destina a la alimentación animal o biocombustibles y otros usos industriales en lugar de alimentar a la población.
Abrir el debate en torno a los granos es un primer paso para recuperar el poder de las personas, para repensar nuestro pasado y para construir un futuro mejor, donde las necesidades humanas más básicas, como la crianza, estén cubiertas y sean relevantes más allá de la cuestión del lucro. Ni el mercado ni el Estado vendrán a rescatar al pueblo, y en medio de esta crisis que sólo habrá de profundizarse urge abrir el debate respecto a la autonomía alimentaria. La gente sólo puede ayudarse a sí misma.
*Hambre y desnutrición – Our World in Data