No se trata de oportunismo mi querido amigo, como me lo sugirió hace unos días, ebrio y baboso, midiendo el mundo con la miopía de su propia mezquindad, un colega de las letras, copa de champagne en la mano, en un animado vernisage.
No se trata tampoco de resentimiento ya que procuro actuar de acuerdo a mis ideas y pasiones cuando éstas aparecen, no las caliento en una olla, no hago con ellas un caldo de cultivo. No soy una pregonadora de las bondades de la violencia aunque a veces la crea necesaria.
Porque resulta que tampoco soy ilusa y sé que jamás ha habido cambio social que se haya impuesto por la buena voluntad o la evolución espiritual de los empresarios o la clase gobernante.
No creo en el odio de clases, ni en la superioridad de ninguna raza, menos aún en algún tipo de pureza, así como tampoco en las fronteras dibujadas con sangre.
Apoyo la resistencia mapuche por la simple y sencilla razón compañero, usted que mira todo con la suspicacia de su miseria, porque me reconozco disidente de este sistema depredador impuesto por ideologías que considero causantes de la máxima infelicidad humana.
Eso es todo, como Patricia Troncoso, como mucha gente.
Entonces, en tanto disidente, me siento reconocida en la lucha de un pueblo que naturalmente es heredero y sostenedor de otro paradigma, uno más cercano a mi corazón.
Soy mestiza no sé en que grado, como la mayoría de nosotros compañero y, si no me cree, pues mírese al espejo y verá las trazas del mestizaje que tanto reniega, porque desde chico le enseñaron que era mejor ser rubio; seguro le dijeron que cuando bebé tenía el pelo clarito y que el agua de la ciudad se lo fue oscureciendo. Y usted se lo creyó, nunca lo puso en duda, hasta el día de hoy se lo cree, por eso no ve los signos de nuestra historia en su fisonomía.
No adscribo a la mentira tan extendida en este país hipnotizado y sodomizado por el consumo y el crédito fácil (más dañino que el gatillo fácil), de que seríamos algo así como una pequeña Suecia, algo así tan cursi como los ingleses de Latinoamérica.
Pienso que si para las feministas el género es una construcción social y también una elección, pues yo digo que en nuestro caso, en nuestra sociedad mezclada a fuerza de patada y fusil, también lo debería ser la etnia y yo me siento india, antes que sueca, o newyorkina, yo me siento india mapuche.
Me basta saberme de este lado de las cosas para hermanarme con quienes luchan en condiciones de dramática asimetría contra un Estado armado hasta los dientes y defensor de los apetitos de los poderosos.
Porque cuando un gigante energúmeno, ebrio de prepotencia, pone su bota sucia en la cara de un campesino pobre y desarmardo, todos somos mapuches. ¿No es acaso lo mismo que hacen los bancos, las multitiendas, la compañía de teléfonos, el transantiago, la universidad privada, y toda la perversa maquinaria económica que con impunidad nos asalta, nos castiga, se caga de risa y hace estallar las pequeñas economías de emergencia de la clase trabajadora?
Hermano, a todos nos están metiendo el dedito por el culito, a todos nos están poniendo la bota en el hocico, sólo que a algunos con vaselina publicitaria y a otros no (porque la vaselina es cara y no hay que excederse en el gasto).
La sola constatación de esta triste realidad que es la realidad de nuestra pujante economía tan abierta como las piernas de la más barata prostituta (ojo que yo sé de eso), debería bastar para ser solidario con los históricamente abusados de esta tierra.
¿Alguien se ha preguntado qué va a pasar con Chile cuando se acabe el cobre?, va a quedar un país con una infraestructura de lujo, con gente endeudada y sin herramientas para enfrentar ni una mierda, porque la educación y el acceso popular a ella, no ha sido precisamente una de las prioridades país estos últimos años. ¿Alguien se acuerda de lo que pasó con el salitre? Hay dios mio!!!, si es que somos tan frágiles de la memoria.
El asunto es más complicado de lo que parece queridos compañeros, porque la actual guerra del Estado de Chile contra el pueblo mapuche, más que la consecuencia de un choque de paradigmas, que lo es, lo ha sido siempre, es hoy, una feroz guerra energética, como la de Bush por el petróleo en el medio oriente, pero ésta es por el agua y la electricidad.
Y no es mediática como aquella, sino cobarde y silenciosa, que quiere parchar con centrales hidroeléctricas la incompetencia de los gobiernos para generar una política energética sustentable y respetuosa de la diversidad de los pueblos.
Hay que alimentar al monstruo que el neoliberalismo ha creado, y que chupa y que mama, más que todos nosotros juntos.
Hay que mantener encendidas las lucecitas de los malls, de las fábricas de chatarra planetaria y de las carreteras ultrasónicas que usan los ricos para ir a la playa sin tener que verle la cara a la pobreza.
Y aunque a algunos les suene terrible, ¡una calumnia!, lamentable es verificar que los métodos del Estado en esta guerra energética son los mismos ocupados durante la dictadura contra la disidencia: represión policial, amedrentamiento, violaciones a los derechos civiles y desinformación.
Y es que en este país el derecho a opinar distinto con respecto a qué hacer con las riquezas y pobrezas de todos, lejos de ser un derecho -cuya manifestación pública debería estar garantizada en la Constitución-, se castiga como el peor de los pecados y se paga con un tec cerrado a manos de un paco en una protesta.
Yo apoyo la resistencia mapuche porque no quiero centrales hidroeléctricas a costa de muertes y saqueos, no quiero tecnología barata que en dos años se convertirá en montañas de basura irreciclable, no quiero créditos que me dejarán en la calle; yo quiero opciones para crecer, quiero vivir en una sociedad donde se respete la pluralidad de pensamiento, donde educarse sea un derecho no un lujo, donde exista el acceso a información verídica y de calidad, y un acceso no elitista a los bienes culturales. En definitiva, un modelo de sociedad que priorice a los seres humanos antes que a las cifras de crecimiento económico.
Esa idea de desarrollo está mas cerca, infinitamente más cerca del pueblo mapuche que de la sociedad que el Chile blanco invierno o color pastel, según la temporada; el Chile de catálogo de papel couché de 100 gramos y modelos argentinas que me propone cada domingo junto al diario fascista de toda la vida.
Por eso digo, aunque a muchos les duela, de este lado de la vereda, todos somos mapuches.
por Elizabeth Neira Calderón