Mientras las organizaciones de trabajadores son incapaces de solucionar sus problemas y fijar un camino común, la patronal y los Estados desarrollan un trabajo más armónico ya que, salvo excepciones, son partes de un todo.
Claro que hay mejores condiciones de vida, más avances científicos, más salud y acceso a la educación, pero las limitaciones siguen permaneciendo. Solo una parte de la población vive en buenas condiciones, los demás se acostumbraron a sobrevivir.
La modernidad y los adelantos científico técnicos no ha significado un bienestar para todos los seres humanos.
Unos, los menos, siguen teniéndolo todo. Otros, la inmensa mayoría, sigue viviendo con lo que sobra.
Los capitales se apropian de las materias primas de los países productores. Aumenta la explotación de los recursos naturales, el endeudamiento de los países obliga a quitar beneficios sociales (indemnizaciones, pensiones, vacaciones pagadas, etc.)
El trabajo de tiempo parcial y la disminución de los empleos, provocan un alto endeudamiento. Los trabajadores van renunciado a sus derechos para conservar su fuente de trabajo y el poco bienestar de sus hogares.
Para mantener este estado de cosas el sistema controla las comunicaciones y reprime violentamente a quienes se atreven a desafiarlo. El sistema se sabe en crisis, pero hasta ahora mantiene controlado el desencanto y la desazón.
Trabajó pacientemente para penetrar las organizaciones y desalentar en estas las ansias de cambio.
Hizo creer a los organizados que las soluciones vendrían de acuerdos bipartitos y tripartitos, que la confrontación pone en riesgo lo conseguido y muchos de estos lo creyeron.
Ganó para su lado a algunos dirigentes, sembró la desconfianza en los dirigidos.
Instaló la individualidad como el principal elemento para conseguir el bienestar, promovió el consumo y el endeudamiento como “elementos vitales” para el desarrollo de las familias.
Así y luego de cientos de años, estamos como al principio.
Abusados a veces hasta en nuestros derechos más básicos.
Quizás si lo diferente sea que en este tiempo hay plena conciencia de que el abuso existe, sin embargo aún se ven pocos intentos de reaccionar para intentar cambiar el orden de las cosas, ya que los costos que se pagan por hacerlo son demasiado altos.
Nadie podría negar que hay experiencias positivas que terminan en triunfos para los trabajadores, pero son las menos, y luego de la sorpresa inicial de los poderosos y los gobiernos que los amparan, se van dictando leyes que regulan la relación entre partes, apagándose así, lentamente, la llamita de la lucha reivindicativa, económica y social.
Ayuda a que esto suceda, la posición de un sector del sindicalismo organizado, que ve más posibilidades en un dialogo de partes, que en la rebelión de los abusados.
Parecen no entender que cuando una de las partes, los patrones, pesa 99 y la otra parte, los trabajadores, pesa 1, no existe posibilidad de diálogo, solo la imposición de las condiciones de los que tienen el poder en sus manos.
El objetivo final de los poderosos es matar las ganas de luchar y contra eso debemos rebelarnos.
CONCLUSIÓN
Todos los elementos expuestos (que son solo un rápido resumen de nuestra historia como clase trabajadora) dejan a la vista que, o se produce un cambio en la gestión sindical que pueda re-encantar a los trabajadores y motivarlos a organizarse (democracia interna, autofinanciamiento y autonomía son vitales para que esto se logre) o se continuará por el despeñadero, para alegría de los empresarios que ven en el sindicato el enemigo mayor.
Es urgente y necesaria una profunda crítica y autocrítica -que debiera involucrar a todos los niveles de la organización- y desde ahí tiene que emerger una propuesta nueva, motivadora, que se encarne en los trabajadores más allá del sector específico al que se encuentren adscritos.
Solo eso permitirá ir generando las condiciones para poder avanzar todos a una y generar preocupación en nuestro adversario histórico, el capital.
Los trabajadores en los inicios del movimiento tenían muy claro su camino y lucharon por obtener de los distintos Estados, respuestas a sus aspiraciones más sentidas.
Su fuerza, su decisión, llegó a poner en jaque a muchos sistemas de gobierno y generó cambios profundos en otros.
En la medida en que fueron apareciendo las distintas visiones ideológicas, los dirigentes fueron tomando partido por la que los interpretaba más plenamente, dividiéndose así el movimiento en un sinnúmero de organizaciones según la orientación ideológica.
Sin duda que cuando se toma un camino por convicción no puede menos que saludarse tal decisión, pero ¿qué pasa cuando esas distintas convicciones provocan una división en un estamento -los trabajadores- cuya principal debilidad ante sus adversarios es, justamente, la falta de unidad?
Nuestra obligación como sindicalistas de clase es prepararnos para desarrollar una organización que no tenga entre sus principios básicos la sumisión, la aceptación a fardo cerrado de las condiciones que imponen los dueños del capital.
Nos asiste el derecho de exigir condiciones dignas de trabajo y sueldos justos, pues somos los generadores de la riqueza.
Tenemos el derecho de aspirar a cambiar esta sociedad que nos castiga por todos lados.
Por muchos adelantos científicos y el avance de la robótica, sigue siendo importante, vital, la fuerza humana.
Sin trabajadores las empresas no funcionan.
UNA ORGANIZACIÓN CLASISTA DE TRABAJADORES
Hemos recorrido juntos un largo camino, es momento de asumir entonces que no da lo mismo quienes dirijan las organizaciones, ni da lo mismo cualquier Estatuto, Declaración de Principios y Plataforma de Lucha.
Todo aquel que tenga la convicción de que los trabajadores son lo más importante de la sociedad, tendrá que entender que para cambiar esta sociedad, injusta y discriminadora, se requiere construir un instrumento que crea de verdad en la fuerza de los trabajadores y que no deje fisura alguna para que la penetre la desesperanza ni las ganas de renunciar o conciliar.
Una organización de la clase trabajadora, no fijara su objetivo en lograr un lugar en la mesa que los sostenedores del sistema instalan, para hacer como que las cosas cambien para que todo siga igual.
Una organización de la clase tomará el compromiso de salir a conversar con los trabajadores, educarlos en sus deberes y derechos, fomentar hasta instalar a fuego la conciencia clasista.
Caminará por el país entero destruyendo el armado del capital, promoverá la organización y la lucha en todas las formas que el caso requiera y estará siempre pendiente de no enredarse en conversaciones palaciegas ni prestará oídos a los malos sindicalistas.
Podrá tardar el empeño, pero tarde o temprano los trabajadores tendrán el instrumento que los lleve a ganar en la lucha económica y social para avanzar luego, convencidos, hacia la construcción de una sociedad justa y digna.
Por Manuel Ahumada Lillo
Presidente C.G.T. Chile