Cuando un tipo de cine se convierte en un gran aviso publicitario solapado, uno inmediatamente piensa que no sólo uno hace las cosas con un para qué incorporado y sustantivo, los hay otros también.
Y aquí viene entonces el disenso, el desacuerdo, hasta la irritación hacia los para qué que uno ve en otros. Porque al fin de cuentas apuntan a la construcción de un mundo por completo distinto al propio. Y a veces van más lejos, promueven antes que reflexionan ese mundo distinto que ellos quieren. Y si es así, en la construcción diaria de éste son tus adversarios cotidianos, que en el siglo pasado en la plaza pública significaba a la postre (y simultáneamente) un adversario político. Que en el siglo actual es lo mismo, pero ahora está en un closet de marcas, y la elite lo sienta sobre una caja fuerte para que aprenda lo que no aprendió antes, y se acostumbre al diseño estético de este nuevo espacio, pero siempre para dominar y descuerar a los que están al descampado.
Con esto afirmo la diferencia entre quienes crean con este dispositivo incluido y los que no. (comprenderán que ciroalegríamente el fenómeno artístico es muy ancho y ajeno).
Me voy a permitir dejar afuera todas las consideraciones respecto al lenguaje cinematográfico y para hacerlo pondré el acento en la diferencia que hay entre buenas películas y bonitas películas. Por cierto la destreza y excelencia en el uso de todos los recursos materiales, humanos y creativos que llamamos cine, (que en nuestra comunidad nacional al menos están sólo en manos de los que tienen los recursos materiales, más corto = cine de una clase social), no está en cuestión aquí. Hasta sin verlo y sólo imaginarlo uno ya sabe que es excelente y bonito. Y es un hecho incuestionable que en su mercado no le va mal. Cuando uno está pronto a agradecerlo incluso, te asalta este inmenso “vacío”. Necesito buen cine. El contenido.
Pero cuando el cine bonito publicita lo que uno considera abominable no hay forma de quedarse en su casa y no decir basta, o sea afirmar que no es bueno, es malo.
La transición chilena está coronada por la traición política. Es su sello. ¿A quién se traicionó?, al pueblo. Un hecho de tal gravedad y trascendencia cultural, social y política, tiene consecuencias de la misma envergadura. En pleno 2012 y con tanta agua pasando bajo el puente, cotidianamente la comunidad nacional lo siente, lo huele, lo masculla.
Pero creo que no se ahonda en el carácter que conlleva la traición para comprender los días de hoy. En política unos pierden y otros ganan y así tiene que ser. Cuando se establece un acuerdo por precario que sea siguen ganando unos y perdiendo otros, sólo es la forma de convivencia la que bajo este u otro modo cambia. Pero ¿qué sucede cuando hay traición?. Se pierde la inocencia y queda la maledicencia ¿como una costra que hay que aflojar y retirar con cuidado para que no sangre el cuerpo?.
La traición son palabras mayores.
La comunidad nacional que luchó socialmente por el derrocamiento de la dictadura cívico militar fue traicionada por una elite política. Justamente porque esta elite política se situaba como parte de ella.
La comunidad nacional que luchó socialmente desde el mismo día del golpe de estado, emprendió políticamente: resistencia cívica, resistencia cultural, organización de base de diversa índole, -se contaba con un buen número de siglas- , rebelión popular, atentados políticos armados, ejecuciones políticas, pero sobretodo logró construir después de tantos años una organización social popular.
Y aquí viene el núcleo de la traición, porque esta comunidad de luchadores sociales comprendía en su conjunto, y en el fragor de la lucha diaria, las diferentes formas que se ocupaban para derrocar a la dictadura.
No hay nada más profundo que la mera comprensión social cuando se trata de procesos comunitarios y eso lo explican muy bien los procesos individuales.
Esta elite política (dividida entre dirigentes sociales y muchos operadores políticos, pues en política siempre han existido los operadores políticos con otros nombres), con fuerte e indiscutible componente de clase alta, con fuerte e indiscutible componente doctrinario de centro derecha y derecha, construye a espaldas de la comunidad de luchadores sociales un acuerdo con el enemigo.
Es la comunidad de luchadores sociales los que a diario viven el castigo por su resistencia y lucha, son ellos los que perdieron la vida y colocaron sus vidas en el epicentro de todas las formas que conocemos de este castigo.
Por lo tanto no se trata de una alternativa o vía de salida que es derrotada por otra. Es una vía que se construye a espaldas de la que mayoritariamente se construía. Los profesionales de la Ciencias Humanas tienen aún una deuda de reflexión creativa sobre la traición como santo y seña que nos nombra.
La franja publicitaria del No es excelente. La franja del No es la legitimación de la traición y es también con la misma fuerza la negación absoluta de su existencia.
Le indica a la comunidad de luchadores sociales que somos todos los que vamos a ganar, y una parte importante de la comunidad de luchadores sociales; cansada, triste y diezmada, como todas las comunidades sociales después de años de lucha, necesita creer que es así.
Otra parte de la comunidad duda, pero acepta como un acto de sapiencia política el abandono de la “soberbia” que implica ser minoría. Otra parte de la comunidad con enorme lucidez nunca deja de ver la traición en ese mismo momento, y al ser muy minoritaria emprende caminos solitarios y por eso mismo a veces por completo equívocos. (Muchos de ellos serán duramente castigados los años venideros y hasta hoy).
Los líderes sociales ofrecen el mismo comportamiento.
No podemos afirmar una derrota de una salida no pactada con el enemigo, no podemos sencillamente porque no pudo realizarse. Y si ahí hay una “derrota” como análisis anticipatorio -que en política son muy valiosos- , en el sentir de esta comunidad de luchadores sociales traicionada, hay que contemplarla hoy con los ojos bien abiertos.
La franja del No otorga un sentido común de salvación en la traición. La alegría es su paraíso.
Hoy en pleno siglo XXI son tantos y contundentes los documentos y los hechos revelados que así lo demuestran, que me parece innecesario detenerme en sus hechores, en los protagonistas y sus personajes secundarios, sean muertos, vivos, y hasta exprisioneros políticos y torturados, son por todos conocidos por su acción política concreta.
Hacer una película, donde los protagonistas son los creativos (concientes e inconcientes) de la traición que nuestra comunidad de luchadores sociales ha sufrido, donde la traición y la lucha social de esa comunidad es inexistente en su épica, (porque no puede estar), indica un para qué hacerla definido y evidente; controlado, como anillo al dedo para la imagen del país que ellos necesitan hoy.
No hay inocencia artística, hay un descaro del triunfo que no es triunfo con las manos limpias. Hay continuidad.
La puesta en escena de su estreno es uno más uno es dos. Lo impactante sigue siendo el comentario social que un producto como éste provoca, -exceptuando algunas esperanzadoras voces- y es un espejo que nos muestra en nuestra profunda cobardía y superficialidad, negación y ceguera como comunidad nacional.
Por Soledad Cortés
Agosto 2012.