Transantiago: Dolores de Parto

Cuando veo las largas filas que ha provocado el Transantiago, no puedo evitar recordar la siempre bien ponderada “cultura cívica” de los chilenos


Autor: Director

Cuando veo las largas filas que ha provocado el Transantiago, no puedo evitar recordar la siempre bien ponderada “cultura cívica” de los chilenos. La ciudadanía se ha sometido pacientemente a todos los experimentos planteados por la autoridad y es habitual ver a personas, con plano en mano, explicando solidariamente a los despistados cómo llegar a sus lugares de destino. A la brecha digital, generacional, étnica y geográfica, ahora podemos agregar una más: la capacidad de interpretar planos.

Claramente viajar en micro ya no es lo mismo, no solo porque obviamente el sistema de transporte es otro. Gracias a la cobertura otorgada por los medios de comunicación al malestar ciudadano, se ha generado un espacio colectivo para intercambiar percepciones, bromas, enojos y reclamos sobre autoridades, alimentadores y troncales. Como si se tratara de una teleserie, la mayoría de los pasajeros transmite diariamente lo que escucha y ve en la televisión. Los que al principio no sabían como se llamaba la tarjeta de pago, ahora no pueden escapar a las conversaciones y preocupaciones que brotan espontáneas abajo y arriba de los buses.

Dos reflexiones: por una parte la inexcusable improvisación de las autoridades. Recuerdo el lanzamiento del Plan de Transporte de Santiago, con bombos y platillos en La Moneda, a fines de 1996, liderado por Daniel Fernández. El Transantiago es muy parecido a lo entonces presentado, lo que demuestra que han tenido ¡¡once años!! para implementarlo, lo que hace injustificables las molestias que ha debido experimentar la ciudadanía. Tal vez si nuestras autoridades gubernamentales y empresariales no tuvieran otra opción que el transporte público, habrían anticipado con mayor energía las medidas correctivas y las inversiones requeridas. En otras palabras, considero que el costo político que el Gobierno ha sufrido por los errores del Transantiago es justificado y que la cuenta hay que pasársela a los tres últimos Gobiernos de la Concertación.

La implementación del Transantiago permite extraer varios aprendizajes para la autoridad, los cuales pueden resultar de utilidad a la hora de implementar otras urgentes políticas públicas que requieran el involucramiento de la comunidad.

En primer lugar, los cambios de conducta no se logran por decreto. Ellos requieren incorporar a los ciudadanos en su diseño, implementación y evaluación. Por eso, desde 1996, todas las sucesivas versiones del Plan incluyeron –en el papel- un componente de participación ciudadana. Aún más, cada vez que durante estos once años cambió la autoridad a cargo del tema, el flamante personero convocó a organizaciones de la sociedad civil a una reunión para, una vez más, acordar el modo en que la reforma del sistema metropolitano de transporte contemplaría consultas con la ciudadanía. La segunda reunión nunca llegó a implementarse.

A finales de los 90, la autoridad definió que el Transantiago, entonces Plan de Transporte Urbano de Santiago- PTUS, no ingresaría al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, sino que sería acompañado de un proceso de Evaluación Estratégica. Todavía recuerdo la solemne reunión intersectorial sostenida para anunciarlo, así como la identificación de los diferentes hitos del programa que debían nutrir el proceso de toma de decisiones con la opinión de la ciudadanía. Se asumía, entonces, que por muy expertos que fueran los expertos, la visión de los usuarios y los diferentes actores era indispensable.

También ha quedado en evidencia la carencia de canales de comunicación más directos entre la autoridad y la ciudadanía. Aunque el vocero de la campaña, el vilipendiado Bam Bam, goce de alta credibilidad y se hayan realizado millonarias intervenciones en los medios de comunicación, parte de la inversión publicitaria podría haberse destinado a trabajar oportunamente con los dirigentes sociales. De esta forma, ellos habrían podido servir de canal de comunicación de doble vía, de modo de facilitar la implementación y toma de decisiones del Transantiago, junto con haberlo difundido cara a cara con sus vecinos. Posiblemente, así el nuevo sistema habría sido mejor comprendido por los ciudadanos, y de paso habríamos fortalecido la trama social y contribuido a crear relaciones de colaboración y confianza entre el Estado y la sociedad civil.

Es de esperar que la traumática experiencia del Transantiago sirva como antecedente a la hora de impulsar los siguientes cambios culturales que, al igual que el transporte, llevan años esperando su oportunidad: el uso eficiente de la energía y el reciclaje.

Ximena Abogabir
Casa de la Paz


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