En el último Debate Presidencial, puesto en escena para todo el país, volvió a aparecer un viejo fantasma que persigue al candidato de la derecha, señor Sebastián Piñera. Nos referimos, por cierto, a su polémico perfil como hombre de negocios. El hecho de que un hombre público, como lo es un candidato presidencial, aparezca cuestionado éticamente por sus conductas en el ámbito empresarial no sólo degrada al aludido sino que pone en tela de juicio el sistema político que ha hecho posible su presencia como aspirante a la primera magistratura del país.
Un presidente de Chile no puede aparecer mencionado o involucrado en asuntos que lo hagan blanco fácil de investigaciones y publicaciones o, eventualmente, de acusaciones dentro y fuera del territorio nacional. Para expresarlo con ruda franqueza, la figura del señor Piñera resulta en extremo vulnerable como primer mandatario. Esto es así porque no es lo mismo aparecer en informes críticos de nivel internacional y comprometido en inversiones en países vecinos en calidad de empresario que en calidad de presidente de este país.
La vulnerabilidad del candidato de la derecha ha quedado expuesta en un evento político de primera magnitud como lo es el Debate Presidencial televisado a todo el país. En esta era de la videopolítica la vida privada de un candidato presidencial se convierte, ineluctablemente, en un asunto público de interés nacional. La ciudadanía tiene el derecho, por tanto, a exigir a todos los candidatos las condiciones mínimas de solvencia moral a la altura de sus pretensiones.
El maridaje entre los negocios y la política no es algo nuevo entre nosotros, mas nunca antes se había hecho tan evidente esta tensión como en la actual candidatura de la derecha. Esta condición de ser un empresario en la política contrasta con el resto de los candidatos, con quienes se puede discrepar en el orden de sus ideas y propuestas, pero no en un terreno tan sensible como su credibilidad personal. Así, las candidaturas del ex presidente Frei, como la del diputado Marco Enríquez Ominami, y la del ex ministro Jorge Arrate se mantienen en los cánones tradicionales de cierta aceptabilidad que se reclama a los hombres públicos. El candidato Piñera, por el contrario, pareciera transgredir el mínimo aceptable para ser un aspirante a la presidencia.
En Chile, como en el resto de Latinoamérica, lamentablemente, la corrupción es una componente estructural de nuestros países; tenemos un largo historial de fortunas de origen espurio. Los casos de corrupción ligados al narcotráfico y el lavado de dinero son los más evidentes, sin embargo hay, además, enormes riquezas nacidas de oprobiosas dictaduras, para no hablar de un sinnúmero de negocios turbios al filo de la legalidad en plena democracia. Si el enriquecimiento súbito es ya mal visto en nuestros países, el enriquecimiento extremo resulta de suyo poco transparente. Cabe sospechar, entonces, que tal como sentenció Carlos Monsiváis, entre nosotros: “detrás de toda gran fortuna hay un expediente penal aplazado”.
Por Álvaro Cuadra