Tres vías para explicar el triunfo simbólico del Pro

En pocas semanas, la fuerza encabezada por Mauricio Macri arribó al gobierno nacional y a la gobernación de la provincia políticamente más relevante del país

Tres vías para explicar el triunfo simbólico del Pro

Autor: Jose Robredo

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En pocas semanas, la fuerza encabezada por Mauricio Macri arribó al gobierno nacional y a la gobernación de la provincia políticamente más relevante del país. Llamativamente, salvo alguna excepción, todo el proceso de emergencia y consolidación del PRO fue subestimado por las ciencias sociales y los analistas culturales más reconocidos. Para algunos era un fenómeno tan elemental que no ameritaba grandes reflexiones. Para otros se trataba de un fenómeno que se explicaba por las particularidades de la Ciudad de Buenos Aires.

Más allá de las miradas que lo definen como “producto de laboratorio” o del análisis del papel que cumple el consultor Durán Barba, la dimensión simbólica de la práctica política del partido de los globitos sigue siendo un terreno menospreciado a la hora de analizar el proceso político en curso. Una mirada atenta de su lenguaje, su estética y sus valores habla de la estrategia de construcción política del PRO, pero además nos dice mucho sobre el apoyo que ha logrado y sobre el escenario político que asoma en nuestro país en estos días de cambio.

Un presidente sin palabras, un discurso que le dice algo a muchos

“Gracias, no tengo palabras”, es la primera frase emitida por Macri como presidente electo. Allí hay una ratificación de todo un estilo. Como se dijo muchas veces, Menem hizo campaña diciendo lo contrario a lo que finalmente hizo. Macri llegó a la presidencia evitando cualquier planteo de fondo sobre temas fundamentales. Le alcanzó con enumerar una agenda muy básica de problemas a resolver y con promesas muy generales.

Eso dice muchas cosas sobre el escenario cultural de época y sobre el clima político en el que se desenvolvió la elección. Una premisa básica de los estudiosos del lenguaje y los significados en la vida social dice que el sentido se construye poniendo en juego ciertas experiencias y competencias, y sobre todo en relación –y en oposición a– otros sentidos.

Para decirlo claramente. Si el kirchnerismo puso en tensión en muchos aspectos la lógica del lenguaje político y la del discurso mediático, el PRO es una continuidad de este último. De un lado, un tipo de discurso basado en la argumentación y la confrontación de ideas, del otro uno basado en la imagen y los slogans. En un caso, el sujeto de la política es alguien experimentado en el análisis y el arte de convencer. En el otro es alguien “como cualquiera” que se expresa como “todos nosotros”.

En ese sentido, la estrategia que caracteriza al PRO no pasa por la puesta a prueba de determinados diagnósticos y propuestas ante los adversarios de turno, sino por transmitir (y fijar) ciertos sentidos. De hecho durante la campaña su apuesta estuvo en la pelea por reforzar e instalar como indudable la oposición entre un gobierno “soberbio, confrontativo y autoritario” y una opción “dialoguista” y “pluralista” que transmite una visión esperanzadora sobre el futuro.

Obviamente, a esa oposición básica el discurso del PRO le agrega otras imágenes que pueden leerse como valores. Uno de los más destacables es la idea de un Estado “emprendedor”. Nuevamente la referencia al discurso kirchnerista es inevitable. De la apelación a un Estado “reparador” que venía a hacerse cargo de deudas históricas y de demandas básicas incumplidas, se pasa a una idea del Estado que contacta con su concepción liberal más clásica: el Estado debe actuar pero no interferir en la acción individual. En todo caso, debe alentar las actividades de quienes se esfuerzan por superarse y así generar mejores condiciones para la comunidad. El círculo se cierra con un presidente que, como ocurrió en el discurso del domingo pasado, se presenta como una suerte de predicador que “nos quiere ayudar a progresar”.

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El voto al PRO

El PRO apostó a la “pureza” para dar la batalla contra el kirchnerismo. Desechó un acuerdo con el massismo y se recostó en su frente electoral con los radicales y Elisa Carrió. En este sentido, la pureza fue más bien una identidad claramente no-peronista.

La consigna del cambio estuvo desde un comienzo recostada en la oposición kirchnerismo-antikirchnerismo, aunque no de modo lineal. La presidenta se retiraba con un alto nivel de aprobación para un espacio político con más de una década en el gobierno. Ella no podía ser el blanco prioritario si se quería ir más allá del núcleo duro antikirchnerista. Con la vara del 54% de cuatro años antes, cualquier espacio opositor podía disputar realmente si era capaz de atraer a sectores que en algún momento habían votado al oficialismo.

El giro estratégico en el discurso macrista fue el día del ajustado triunfo de Rodríguez Larreta. A pesar de que su fuerza había votado en contra de todas las medidas que rescató aquella noche, Macri reivindicó buena parte del las políticas más valorables del kirchnerismo. En ese momento, muchos analistas hablaron de desconcierto. Terminó siendo un gesto de audacia y fortaleza.

La eficacia de ese giro se pudo ver sólo meses después. En las PASO, la dispersión de candidaturas y la ausencia de una polarización no dejó ver que se había gestado una corriente de voto castigo al gobierno que se sumaba a los sectores más duramente opositores y que, en ese marco, el resultado del FPV era un techo para las elecciones de octubre. A la postre, el voto que Scioli no pudo disputar de cara al ballotage fue el de quienes no estaban dispuestos a apoyar al kirchnerismo desde un primer momento.

El triunfo del PRO en la provincia de Buenos Aires es incomprensible sin esa lente. Triunfo que, por otra parte, tuvo un efecto determinante ya que instaló la sensación de que el cambio no solo era posible, sino en buena parte inevitable.

El papel de los medios (las empresas mediáticas)

De cara a las elecciones, Macri tuvo el aval de las distintas fracciones del empresariado. Pero no hay duda que ha tenido a lo largo de estos años un respaldo fundamental en los grupos mediáticos que hasta ahora ha retribuido con señales de apoyo en los conflictos más relevantes. La omisión de su procesamiento, la benevolencia con el caso Niembro y el silencio respecto de los casos de la utilización de pauta oficial para desviar fondos fueron aportes sustanciales a la campaña del presidente electo.

Para terminar, hay que agregar que el éxito del PRO no se comprende sin la instalación de una agenda temática –seguridad, corrupción, etc.– y de una serie de sentidos comunes que se arraigaron con fuerza en los últimos años y que tienen como usina privilegiada a los principales grupos mediáticos del país. Esos medios abonaron un terreno que hasta ahora no tenía correlato en un espacio político que articule una opción a nivel nacional. Todo hace suponer que es una alianza que se extenderá en el tiempo por conveniencia mutua. A tono con los nuevos vientos de cambio, esa tampoco es una buena noticia.

 

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