Por Marcel Lhermitte (*) / Hace algunos días mantuve un diálogo interesante con un politólogo peruano al que respeto mucho. Hablábamos de la campaña electoral estadounidense y a la luz de las últimas encuestas qué posibilidades reales tendría Donald Trump de ser reelecto. Confieso ser uno de los que pensó, en noviembre de 2016, que Hillary Clinton sería electa jefa de estado en el país del norte, pero como todos sabemos eso no sucedió.
No puede descartarse que Trump gane las próximas elecciones. En su momento –cuando tampoco las encuestas lo mostraban favorito–, produjo una innovación muy importante en su campaña electoral, utilizando datos de los ciudadanos, sin su autorización, para conocer sus costumbres, accionar y pensamientos, y así, en forma posterior, lograr segmentar sus mensajes y propuestas.
El uso de información privilegiada y privada captada en las redes sociales fue vital para la campaña del candidato republicano, en una acción que está lejana a las buenas prácticas éticas y que incluso se asocia con formas irregulares.
Pero en esta campaña el blondo multimillonario parece haber recibido al menos una cucharada de su propia medicina, cuando las redes sociales le jugaron en contra. Concretamente, activistas de la red social TikTok sabotearon su primer mitin de campaña al reservar invitaciones para un acto en Tulsa al que no asistirían, dejando a la vista un estadio semivacío el día del presunto encuentro.
Sorprende ver, aunque aparentemente no está vinculada a esta acción, que en los últimos días Trump habla de prohibir en Estados Unidos el uso de TikTok, la red social china que es muy popular en los segmentos más juveniles. Una prohibición en el país que se jacta de ser un ejemplo de la democracia y donde se pregona que las libertades están extendidas.
El argumento del presidente norteamericano es la preocupación de que el gobierno chino obtenga datos personales de los habitantes de Estados Unidos. Se trata, ni más ni menos, de la reprobable acción que hizo el mandatario en la campaña electoral anterior.
Más allá de la primitiva idea de Trump, su triste iniciativa sirve para abrir dos debates: la utilización –irregular o no– de los datos que se obtienen a partir de las redes sociales y también el mismo uso de las mismas redes sociales que se hace, fundamentalmente, en las campañas electorales y en la política en general.
A este segundo punto quiero referirme. Hace algunos días un político latinoamericano se expresó sobre la necesidad de debatir sobre censura en redes sociales, específicamente hacía referencia a Twitter. Inmediatamente fue condenado por los usuarios de esa red debido a su opinión, incluso fue motivo de algún liviano comentario en la prensa de ese país.
Nunca fui un promotor de la censura, al contrario, pero tampoco puede admitirse un vale todo, ni siquiera en redes sociales. No puede censurarse la opinión, es más debemos asegurar en todas partes del mundo que la ciudadanía tenga acceso a la libre expresión, pero con ella también deben darse las garantías para que nos hagamos responsables de nuestras acciones y de nuestras palabras.
En el mundo de la comunicación política sabemos que los datos son utilizados para manipular conductas, tanto electorales como sociales, prueba de ello fue el escándalo de la primera campaña de Donald Trump. Pero también en el uso de redes sociales existe manipulación de la ciudadanía y no es fácil de advertir, ya no de penar.
Todos sabemos de la existencia de ejércitos de bots, cuentas anónimas robotizadas que son manejadas estratégicamente, amparadas en el anonimato, con el fin de conseguir réditos políticos, sociales y electorales. Incluso muchas veces somos testigos y cómplices de linchamientos virtuales cuando caemos víctimas de la espiral del silencio.
La intención de Trump sobre prohibir TikTok en su país abre nuevamente una oportunidad de debate sobre las redes sociales, aunque pecaríamos de inocentes si creyéramos que el líder conservador tiene previsto tomar alguna acción con empresas de su país siguiendo exclusivamente la línea de la ética o la buena convivencia social.
El debate está abierto, la manipulación a todo nivel debe ser condenada. De momento dependemos de las buenas intenciones de políticos, formadores de opinión y usuarios en general, pero también del periodismo que, haciendo uso de su rol social, debe advertir y denunciar sobre estas malas prácticas.
(*) Marcel Lhermitte es consultor en comunicación política y campañas electorales. Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y gestión de Campañas Electorales. Ha asesorado a candidatos y colectivos progresistas en Uruguay, Chile, República Dominicana, Francia y España fundamentalmente.