Después del fallido golpe del 15 de julio del año 2016, el Gobierno de Turquía vuelca su mirada hacia los países que había dejado atrás en virtud de su crónico sueño europeo. Tras esa asonada militar en Turquía, para algunos una maniobra digitada desde Washington para advertir a un aparentemente indócil Recep Tayyip Erdogan que no avanzara en pasos cuestionados por Estados Unidos, y, para otros, un autogolpe implementado por el propio Erdogan para fortalecer su poder, el Gobierno turco comienza a volcar su mirada e interés político y económico hacia regiones que había dejado atrás en virtud de su crónico sueño europeo (1).
Efectivamente, el Gobierno de Erdogan ha intensificado los contactos con actores tan diversos como China, la Federación Rusa y la República Islámica de Irán, llamando incluso al diálogo para promover el mejoramiento de relaciones con Siria. Estrategia en el campo exterior, que se acompaña con las acciones en política interna expresadas en la fuerte purga contra políticos, militares, intelectuales, medios de comunicación, organizaciones sociales, que fueron parte del proceso de conspiración para el derrocamiento de Erdogan y que ha fortalecido su posición con manifestaciones de gran masividad, críticas a Occidente y amenazas de restablecer la pena de muerte e incluso con voces que llaman a salirse de la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN–. Disputas con Washington y Bruselas que se han acrecentado, sobre todo tras el inicio de la operación militar rusa en Ucrania para la desnazificación y desmilitarización del régimen de Zelensky.
La política de profundidad estratégica es una doctrina de geopolítica desarrollada por el ex ministro de relaciones exteriores de Turquía, entre el 2009 al 2014 y, posteriormente, primer ministro hasta el año 2016, Ahmet Davutoglu. Considerado el artífice de la mencionada doctrina que rige la nueva orientación de la política exterior turca desde la llegada al Gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo –AKP, islamista liberal-conservador y su líder, Recep Tayyip Erdogan, en 2003. Según se señala en un estudio sobre Davutoglu (2) este es un estudioso comparativo de las teorías políticas de Occidente y el islam, que lo impulsó a acuñar el concepto de la “profundidad estratégica” que genera un imperativo a Turquía a incorporar a sus prioridades diplomáticas las relaciones de cooperación y buena vecindad con los países árabes y musulmanes de Asia Occidental y Asia Central, así como los Balcanes y el Cáucaso Sur. El desencanto con la UE y el vacío de liderazgo regional –patente entre los musulmanes sunníes, con el eclipse de Egipto– alientan el protagonismo de Ankara, que incluye mudanzas controvertidas, inquietantes para Washington, como el acercamiento a Irán, el diálogo con Hamás y la revisión de los tratos con Israel. Un cambio de paradigma, calificado frecuentemente de neo-otomano, que, según Davutoglu, no conlleva, necesariamente, un cuestionamiento de la identidad occidental y europea de este país encrucijada.
En pleno proceso de crisis política entre ambas naciones –sobre todo por la política exterior del ex presidente Donald Trump, en el conflicto del Cáucaso Sur entre Azerbaiyán y Armenia, donde el presidente turco tuvo un papel destacado en el apoyo a Bakú, el mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan se reunió con el presidente estadounidense, Joe Biden -a puertas cerradas- en el marco de la cumbre de la OTAN celebrada en Bruselas, el día 14 de junio del año 2021. Las palabras de buena crianza, que se suelen emitir en este tipo de reuniones, hicieron declarar a Erdogan que “Turquía y Estados Unidos acordaron utilizar canales directos de diálogo de manera efectiva y regular, como corresponde a los dos aliados y socios estratégicos… No hay ningún problema que no se pueda resolver en las relaciones entre Turquía y Estados Unidos… las áreas de cooperación son más amplias y ricas que las áreas problemáticas”. Palabras que se las suele llevar el viento cuando se trata de Washington y su nulo cumplimiento de aquello que firma o establece, como lo ejemplifica el llamado Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA por sus siglas en inglés) que refiere al acuerdo nuclear entre el llamado G5+1 e Irán firmado el año 2015 bajo la administración del ex presidente Barack Obama y del cual Estados Unidos se retiró unilateralmente el año 2018, bajo la presidencia del ex mandatario Donald Trump
Al mismo tiempo que Ankara y Washington pretendían reestablecer una relación ya quebrada, la Unión Europea ha observado con preocupación que Washington, con su política exterior unilateral, aunque tenga socios, ha incitado las contradicciones entre esta mancomunidad de naciones y Turquía, con la idea y estrategia, propia de una potencia hegemónica, de mantener su propio liderazgo incondicional en la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN– de la cual Turquía es socia desde el año 1952, incluso, mediante el estímulo tácito de impulsar las aspiraciones de Recep Tayyip Erdogan de expandir la esfera de influencia turca dentro de las fronteras y territorios del antiguo imperio otomano. Socio de la OTAN desde la década del cincuenta del siglo XX pero siempre frustrado en sus aspiraciones de pasar a integrar el club de la Unión Europea, del cual difícilmente llegue a ser miembro alguna vez, visto no sólo la islamofobia de una Europa cada día más cerrada en su política de escasa soberanía y sometida servilmente a Washington, sino que la propia decisión turca de ver otros horizontes menos coercitivos.
Lo paradójico es que el nuevo camino emprendido por Erdogan de acercamiento con Rusia e Irán, principalmente, había sido esbozado por el destituido ex primer ministro Ahmed Davutoglu, sobre todo cuando éste ocupó la cartera de Relaciones Exteriores. Esto, bajo la tesis de la “profundidad estratégica” que tenía como idea central el recobrar para Turquía su preeminencia en la zona, preconizando el denominado neo-otomanismo, que implicaba: reanudar relaciones con los países inmediatos y aquellos con influencia regional bajo el marco de “cero problemas con los vecinos” y apoyar el islam en los países de la zona como medio de unificación.
La Doctrina de Davutoglu implicaba, en esencia, el imperativo que Turquía se adaptase a una realidad dictada por la postguerra fría. El construir su propio eje y radio de influencia expresadas en las crisis regionales –aquellas ajenas a la influencia de Ankara, como también aquellas propiciadas por el régimen de Erdogan– que debían ser un escenario propicio para mostrar el poderío blando turco, como también su poderío militar. Recordemos que el Ejército turco es el segundo mejor dotado en armas y efectivos de la organización aliancista. El paradigma político instaurado por la dupla Erdogan-Davutoglu, bajo el nombre de Neo-Otomanismo, se empeñó en instaurar una zona de estabilidad para las pretensiones turcas, cumpliendo así su agenda de trabajo explicitada por Davutoglu bajo claras directrices:
- Turquía debe adaptarse a la realidad dictada por la postguerra fría.
- Turquía no estaba para inclinarse a uno u otro eje de poder en la zona, debería construir su propio eje y radio de influencia.
- Las crisis regionales dan la posibilidad de mostrar el poderío turco, no sólo mostrar un “poderío blando sino también el “poderío militar”.
Hoy por hoy, la alianza ruso-Iraní en apoyo a las sociedades de Siria e Irak, a lo que se une la labor del movimiento Hezbolá, ha sido determinante en la nueva correlación de fuerzas en Oriente Medio. Una Coalición determinada a derrotar definitivamente a las bandas terroristas takfirí apoyadas por Occidente, la Casa al Saud, Israel, Jordania, las Monarquías Ribereñas del Golfo Pérsico y la propia Turquía. Este último país, si de verdad desea avanzar en materias de cooperación y relaciones políticas y económicas con Rusia e Irán, deberá, más temprano que tarde, definir el abandono a su política de apoyo al terrorismo salafista y sus propias relaciones con la OTAN y sus mirada europeísta.
Turquía, cada día, mira más y más al este y ello acrecienta la ruptura con Occidente y, al mismo tiempo, la sitúa en el ojo crítico de Washington y los suyos en toda alianza donde esté Rusia y China. De allí los esfuerzos de las cancillerías europeas de tratar de socavar, bajo el mandato estadounidense, las relaciones que se han intensificado entre Ankara, Moscú y Beijing e incluso sumando, en los últimos años a Teherán, lo que ensancha la separación entre Turquía y sus otrora incondicionales ocios. Como prueba de la decisión de Turquía de no facilitar la labor de la OTAN en su contienda con Rusia, es la decisión de dificultar el ingreso de Suecia en la organización política militar occidental. Así lo ha denunciado Suecia, candidata a ingresar a este organismo y que ha señalado, a través de su primer ministro, Ulf Kristersson, que “Suecia ni puede ni quiere cumplir algunas exigencias de Turquía, para admitir su ingreso en la OTAN”, en específico pidió como contraprestación un endurecimiento de las posiciones de Finlandia y, en especial, de Suecia a activistas kurdos que han encontrado refugio en esos países (3).
Cada día la relación Washington-Ankara se deteriora. Prueba de ello, es que tras el atentado de noviembre de 2022 en Estambul, el gobierno turco señaló a Washington como responsable de la muerte de seis de sus ciudadanos y heridas a un centenar de personas. Esto, porque Estados Unidos, apoya al PKK y a su rama siria, las Unidades de Protección Popular –YPG, por sus siglas kurdas- también empleadas para la ocupación oriental de Siria luego de la destrucción de Daesh, una organización terrorista considerada enemiga por Irán, Turquía y Rusia. Por este apoyo estadounidense al separatismo kurdo, el titular del Ministerio del Interior de Turquía, Suleyman Soylu, rechazó las condolencias de Washington tras la explosión en Estambul, estableciendo un punto más de fricción entre ambos países. El presidente Recep Tayyip Erdogan y los funcionarios de su partido han culpado a Estados Unidos de respaldar el terrorismo y enviar toneladas de armas y apoyo logístico a los grupos terroristas que operan contra Turquía (4).
En junio próximo se celebran elecciones presidenciales en Turquía, donde las dificultades económicas, las presiones estadounidenses y las propias contradicciones de una Turquía que transita hacia una nuevo balance del poder, hacen temer que el partido de Erdogan sucumba ante sus opositores. Esto ha sido entendido así por Washington, que está intensificando las coacciones contra el mandatario turco, al mismo tiempo que se ha denunciado que Washington dota de un fuerte apoyo político y económico a los sectores opositores, que aún no cuentan con candidato pero sí con una caja financiera que les puede dar ventaja. Hace unos días, Erdogan insinuó que las próximas elecciones podrían celebrarse en mayo, un mes antes de lo previsto. Una Turquía con claro acercamiento a Rusia, China e Irán. Intensificado por el papel desestabilizador de Washington en el área de interés turco en Asia Occidental y las presiones ejercidas al mundo otanista producto de la guerra en Ucrania, el Gobierno turco vuelca su mirada e interés político y económico hacia regiones del este, que había dejado atrás en virtud de su crónico sueño europeo. Y eso implica alejarse de Washington y los suyos (5).
En ese plano, de intensificar la división entre Estados Unidos y Turquía, están jugando un papel relevante, tanto Rusia como Irán, cuyos acercamientos están logrando generar un nuevo balance del poder en Asia occidental, el Cáucaso Sur y Asia Central. Si es así, efectivamente, transitaríamos hacia un escenario geopolítico que marcaría un giro a 71 años de relaciones entre Turquía y la OTAN. Un marco cuya concreción está por verse, que aún parece propio de un análisis de política-ficción, pero que parece transitar hacia posiciones contrarias a los intereses de Occidente, y generando a su vez el temor sionista, que avizora que su gran enemigo, Irán, se acerca cada día más y con un Moscú cada día más enemistado con un Israel que se ha jugado sus cartas de apoyo al régimen nazi ucraniano, a pesar de las buenas relaciones que tuvo en su momento con Moscú. Lo claro es que mientras algunos hablan de guerra, de generar inestabilidad, de amenazas y presiones, otros, en concordancia con su política de alianzas, buscan caminos que ofrezcan desarrollo a sus sociedades como es el caso de Rusia, China, Irán y paso a paso Turquía.
Por Pablo Jofré Leal
Artículo para Hispantv
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1.-https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/europa/turquia/ahmet_davutoglu
2.-https://rebelion.org/turquia-vuelve-a-mirar-al-este-tras-el-golpe-de-estado/
5.-https://rebelion.org/turquia-vuelve-a-mirar-al-este-tras-el-golpe-de-estado/